“Lo que oímos y
aprendimos
y nos contaron nuestros
padres, no lo encubriremos a sus hijos, lo contaremos a la siguiente
generación: las glorias del Señor y su poder,
y las maravillas que
realizó. Pues él hizo un pacto con Jacob y dio una instrucción a Israel, Él
mandó a nuestros padres
que lo hicieran saber a
sus hijos, de modo que lo conociera
la generación
siguiente,
los hijos que habrían
de nacer, que ellos sucedieran
y se lo contaran a sus
híjos,
para que pusieran en
Dios su esperanza
y no olvidaran las
hazañas de Dios...” (Sal. 78, 3-6)
1. Introducción
Los que hemos sido
educados en el seno de una familia creyente, tenemos conciencia de haber
recibido un legado que no es sólo para nosotros, y a menudo nos sentimos
desbordados por la responsabilidad que eso supone. El testimonio de la fe en
la familia, y en todos los demás ámbitos de nuestra vida, nos mueve a
plantearnos, en primer lugar: ¿qué hemos de transmitir? ¿Cuál es el contenido
esencial que debe pasar a la siguiente generación, y qué contenidos son
accesorios, inherentes a la adaptación de la fe a cada situación histórica?.
Por otra parte, ante los cambios que estamos viviendo en las relaciones
familiares y sociales de nuestra sociedad (en especial los relacionados con
el pluralismo y la multiculturalidad, incluso dentro de la propia familia),
¿por qué se insiste tanto en la importancia de transmitir la fe en la
familia?. Y suponiendo que podamos responder a las anteriores preguntas,
¿cómo transmitir ese legado que hemos recibido, en medio de las dificultades
derivadas de tantas influencias externas que hacen a menudo a los padres
sentirse desbordados en su tarea de educar?
Al brindarme -demasiado
alegremente- a preparar esta sesión, no me movió la intención de dar
respuestas, sino la de compartir preguntas y vivencias, y reflexionar en voz
alta con ayuda de otros que decidieron pensar y escribir sobre este tema.
2.- La experiencia
Quiero dar testimonio
de que he encontrado en mi camino muchos padres sinceramente preocupados por
este problema, y que el hecho de compartir con ellos preocupaciones y a veces
angustias, ha sido para mí una gran fuente de esperanza, y el nacimiento de
una amistad que crece cada día.
También he de decir que
sé de familias en las que, pese a las transiciones y dificultades, parece que
se mantiene viva la llama de la fe sin excesiva ruptura entre padres e hijos
en este tema, y que por ello despiertan en mí una "sana envidia", además
de una gran esperanza. Pero lo más frecuente es encontrar padres sinceramente
creyentes, preocupados por el alejamiento progresivo o repentino de sus hijos
de todo aquello que tiene que ver con lo religioso.
Cuando hemos intentado
revisar nuestras actitudes como testigos de la fe en nuestra familia, nos
encontramos en primer lugar que siempre hemos entendido el hecho de
transmitir la fe en vertical, es decir: como la entrega de lo que se tiene a
alguien que recibe, o no, aquello que se le ofrece, sin que ello suponga
cambio alguno en el legado que se entrega, ni en quien lo ofrece. ¿Es para mí
la transmisión de la fe algo inerte, conceptual, un bloque de doctrina, o
tiene una carga vital que me implica e interpela provocando en mí una actitud
de apertura, por la que, transmitiéndola, aprendo, y soy también adoctrinado
por el otro?
A menudo, el barómetro
que utilizamos para "valorar resultados" es la práctica de los
sacramentos: la señal de alarma del distanciamiento de los hijos respecto a
la fe es su abandono de la práctica sacramental. Esto produce en nosotros un
desasosiego y un sentimiento de fracaso, que nos hace cuestionarnos todo
nuestro esfuerzo por mantener en nuestra familia la necesidad de actualizar
en la vida cotidiana, la gracia de Dios a través de su presencia en el
Espíritu en esos signos visibles que son los sacramentos.
También es cierto que
al estar tan pendientes de las prácticas religiosas de nuestros hijos,
pasamos quizás por alto determinados indicios que nos harían ver la acción
del Espíritu en ellos: mientras nos lamentamos, olvidamos resaltar actitudes
y comportamientos que indican que de algún modo la semilla va germinando; y
al no hacerlo, perdemos una magnífica ocasión de reforzar esas actitudes, y,
sobre todo de dar gracias a Dios por ellas. ¿Estamos con frecuencia
lamentando la adversidad de ser padres o profesores en estos tiempos modernos
o post-modernos? ¿Sabemos ver aquellos indicios que reflejan la presencia del
Espíritu en los niños y jóvenes de hoy?
Ahí están los valores
evangélicos: el mensaje de las bienaventuranzas. ¿Estamos transmitiendo la
primacía de la debilidad, de la bondad, del desprendimiento, la generosidad,
la honestidad...? Es más difcil explicitar estos valores a nivel teórico, y
sobre todo, transmitirlos con coherencia a través de nuestra propia vida. Y
también es dificil ver si van calando en los hijos, puesto que vivir el
Evangelio con coherencia es un proceso ascendente, pero expuesto a parones y
retrocesos frutos de nuestra propia debilidad. Si en nosotros, que hemos
tenido la gracia de haber recibido la predicación de la Palabra de forma
auténtica y cercana, es tan dificil, ¿cómo no va a serlo en ellos que viven
en este mundo donde se diluye mucho más lo esencial de esa Buena Noticia?
Y el puente que une la
vivencia del mensaje de Jesús con la pertenencia a una comunidad, la Iglesia,
es la necesidad de orar con otros, revisar con otros, crecer con otros y
celebrar con otros. Otro don que nosotros hemos recibido: tenemos la
experiencia vital de la plenitud que supone esa pertenencia, y el sentirnos
asistidos y acompañados por un ministro de la Iglesia que nos ha regalado
tiempo, compañía, paciencia, formación... Y sin embargo nos sentimos
incapaces de contagiarles el entusiasmo por encontrar el lugar y la gente para
vivir esa experiencia de fe, y de crearlo si no existe. ¿O será una vana
nostalgia del pasado imposible de recrear en estos tiempos nuevos?
Parece que el precio
que estamos pagando por nuestra apertura al mundo, vivida desde el mensaje
del Vaticano II es precisamente esa especie de impotencia para proclamar y
transmitir el Evangelio como a nosotros nos han enseñado. Y parece también
que el modo más eficaz que encuentran muchos grupos eclesiales es el
repliegue hacia dentro, que preserva a los jóvenes de las posibles
influencias externas, sacrificando esta vez la fuerza del testimonio en medio
del mundo.
"A Dios se le
encuentra y vive en el tiempo en la profanidad del mundo. La situación
socio-cultural actual y el clima religioso eclesial no parecen augurar un
buen momento para un estilo de cristianismo que supo hacerse eco de la nueva
relación que el Concilio establecía con el mundo y reimplantar un estilo de
fe encarnada característica de los seguidores de Jesucristo... los nuevos
movimientos eclesiales no parece que respondan a los desafíos que la llamada
modernidad plantea al cristianismo"
3. La realidad
Quizá damos por sentado
que conocemos la realidad en que nos movemos, y necesitamos, para reflexionar
sobre el tema que nos ocupa, acercarnos mejor al mundo en el que crecen
nuestros hijos fuera de los muros de nuestros hogares.
El Informe sobre Jóvenes españoles 99, realizado por la Fundación
Santa María, recoge de manera objetiva todos los datos relacionados con las
actitudes y valores que los jóvenes de hoy manifiestan, dedicando uno de sus
apartados la familia en la socialización de los jóvenes y otro, a los jóvenes
y la religión.
A) El capítulo dedicado
a la familia, confirma la persistencia para los jóvenes del valor de la
convivencia familiar, puesto que el 90% de ellos vive con su familia, y
considera su convivencia como armónica. Esto no sólo se puede atribuir a que
se retrasa la edad de la emancipación por motivos económicos laborales, o al
relativo bienestar material del joven en su familia. "Los jóvenes
señalan a la familia como el espacio privilegiado en el que se encuentran las
cosas más importantes para orientarse en la vida"
Existen tres modelos
básicos de familia en lo que se refiere a la convivencia:
- el autoritario, hoy
el menos frecuente: "si de algo pecan los padres de hoy es de ser
impotentes y no de ser prepotentes. Impotencia que se manifiesta cuando en el
hogar familiar domina la anomía; entendiendo por tal la dificultad de
proporcionar a los hijos criterios normativos seguros y estables. Es decir,
unos valores sociales que al tiempo sean abiertos y eficaces, para
desenvolverse en las condiciones reales de existencia";
- el democrático o de
apoyo (que coincide con aquellas familias que más cultivan los valores
religiosos): "Los adolescentes que perciben a sus padres preocupados por
sus hijos y dispuestos a ayudarles suelen presentar niveles más altos de
religiosidad y participación religiosa. La clave está en que este tipo de
padres transmiten su propia religiosidad con mayor eficacia a sus hijos"
- el permisivo, que
representa a aquellos padres que se manifiestan indiferentes al
comportamiento de sus hijos, coincidiendo con los que presentan niveles más
bajos de religiosidad: " La debilidad de la socialización religiosa va unida
a la influencia, o mejor, no influencia, de la primera generación de padres
secularizados, que ya no trasmiten ideas ni actitudes religiosas a sus hijos.
No les enseñan a rezar, no se preocupan por su educación cristiana... La
conciencia creyente del "linaje" constitutiva del grupo religioso y
el capital de memoria están fallando y dejando de ser tradición viva,
surgiendo así la posibilidad de una religión postradicional en la que las
obligaciones del individuo no proceden tanto de su nacimiento e inserción en
una tradición viva sino de un compromiso voluntario y personal y de la verdad
subjetiva de su propia trayectoria personal"
Cuando se analizan los
motivos más frecuentes de discusión familiar, llama la atención que éstos
giran en torno de temas de convivencia cotidiana: tareas del hogar, horarios,
cuestión escolar, dinero, comportamientos "privados" (alcohol,
drogas, sexo..); sin embargo existe menos distancia ideológica y política
entre padres-hijos, y gran irrelevancia de los temas religiosos, que no crean
especial conflicto a nivel familiar.
Se constata que la
familia sigue siendo un elemento socializador importante, seguida por la
influencia de los amigos y los medios de comunicación. Esto también es cierto
en lo que se refiere a la religión. "La capacidad socializadora de la
familia depende fundamentalmente de la estructura interna de la propia
familia. Allí donde haya una familia con una consistencia ideológica y
emocional sólida, no hay instancia sociológica que sea más potente a la hora
de conformar hábitos, estructuras de pensamiento, valores, actitudes etc.
Esto pasa por factores diversos, como armonía en los padres, tiempo dedicado
a los hijos, estilos de vida, ausencia o presencia de un proyecto de vida
familiar". No obstante, "habrá que hablar de construcción de lo
religioso en más de un joven que, muy probablemente nunca ha sido socializado
religiosamente, o al menos no ha heredado nada con cierta solidez, vivida
experiencialmente, lo que significa que en el ámbito de lo sentido como importante
en sus vidas, la dimensión religiosa no existe. En muchos jóvenes de padres
formalmente católicos"
B) El capítulo
referente a los jóvenes y la religión, analiza:
a) Las modalidades de
práctica religiosa: distingue en ellas la práctica dominical, que se constata
en franco descenso, (residual), las prácticas religiosas más distanciadas
(Navidad, fiestas... ) se mantienen con dificultad , y hay mayor asiduidad
religiosa en razón de circunstancias personales:" me vale lo religioso
en tanto me vale a mí, para una circunstancia concreta".
La práctica religiosa
está más presente entre las chicas (aunque tiende a igualarse) y entre los
que tienen menor formación.
Hay más jóvenes de
derechas entre las misas litúrgicamente establecidas, pero en las misas no obligadas,
la caracterización de derechas e izquierdas desaparece.
b) Las creencias
religiosas: Hay un significativo descenso en el porcentaje de jóvenes que
dicen creer en Dios (65% entre 18 y 25 años), y se mantiene la cifra de
jóvenes que creen en una vida después de la muerte. Las chicas creen más que
los chicos.
"La socialización
religiosa llega fundamentalmente a los jóvenes practicantes y de derechas,
pero no es lo suficientemente sólida como para permitirles discernir y
contrarrestar la socialización que reciben de otros órganos de socialización,
haciendo a la postre a muchos de estos jóvenes más crédulos que creyentes.
Por el contrario, la socialización católica no llega prácticamente a los
jóvenes de izquierdas, y mucho menos a los agnósticos, indiferentes y ateos,
de tal modo que estos últimos son, no solamente menos creyentes sino también
menos crédulos"
La aceptación formal
del Dios de los cristianos se da en el 60% de los jóvenes; la duda de la
existencia de Dios en 1 de cada 3; el desinterés por el tema Dios se da en 1
de cada 4, y la rotunda negación de su existencia en 1 de cada 5.
c) Los requisitos para
decir que alguien es una persona religiosa, según los jóvenes, son: creer en
Dios, ser una persona honrada; rezar y tener alguna práctica religiosa;
mantener alguna ligazón con su Iglesia y por último preguntarse por el
sentido de la vida.
El seguimiento de la
Iglesia y sus normas es percibido en mayor grado, como factor identificador
de la condición religiosa por los ateos que por los propios católicos
practicantes. "La coherencia del pensamiento juvenil está en la
aceptación genérica de la identificación del individuo con las reglas del
grupo al que dice pertenecer, pero con la explícita salvedad de que si tal
norma no la consideran plausible, se la saltan sin la más mínima conciencia
de incoherencia"
"Autoidentificarse
hoy como católico practicante, significa algo más que la asistencia a misa
los domingos. Los jóvenes que así se identifican: presentan alto índice de
asociacionismo (religioso, benéfico, voluntariado), prefieren cierta
intervención del Estado en la actividad económica, se manifiestan contentos
con la vida que llevan... son socialmente deseables"
d) Actitudes ante la
iglesia: No llega al 3% el porcentaje de jóvenes que señala a la Iglesia como
uno de los espacios donde se dicen cosas importantes para orientarse en la
vida. Solamente el 10% de los que se consideran católicos practicantes
encuentran en la Iglesia espacio donde orientarse. "La gran masa de
jóvenes españoles mantiene con la Iglesia una situación de divorcio
asimétrico y distante. Frente al manifiesto interés de la Iglesia en
establecer nuevos puentes con la juventud, los jóvenes, o bien rechazan a la
Iglesia, o manifiestan una displicente ignorancia de su existencia, o bien la
aceptan más como espacio acogedor y cálido que como instancia dadora de
sentido y manifestación visible de la transcendencia"
e) Actitudes ante
prácticas esotéricas y sectas: existe una relativa aceptación de la
astrología y un aumento de credulidad en las paraciencias, pero no parece que
estas pseudocreencias estén sustituyendo a las creencias religiosas
tradicionales. Ante las sectas y nuevos movimientos religiosos, su actitud es
de desconocimiento y desconfianza: en ellas se refleja un déficit religioso
que desplaza lo sagrado desde un Dios personal a un Dios sin rostro, un
déficit cultural y un déficit social y comunitario, alivio de ansiedades,
válvula de escape de tensiones... etc.
fl La socialización
religiosa: Se encuentra en plena crisis al fallar la transmisión familiar de
creencias y valores religiosos y el prestigio y la importancia de la religión
en una sociedad secularizada . Los jóvenes que se dicen católicos se
manifiestan autónomos: aceptan algunas creencias básicas de la Iglesia, no
dudan en proyectarse como católicos en el futuro, pero "pasan" de
la Iglesia católica y de sus normas"
Según la interpretación
de todos estos datos que realiza José M. Mardones, nos encontramos con:
- Una mayoría de
ciudadanos que se adhieren a los rituales sociales religiosos que señalan los
grandes hitos de la vida.
- Un incipiente
pluralismo religioso en el que van entrando también formas menos organizadas
de creencias como la new age, los
practicantes de ritos esotéricos... etc.
- Una des-tradicionalización
del catolicismo español, que implica una interpretación más libre de los
dogmas.
- Un catolicismo que
tiene que convivir con el indiferentismo, en el que se incluyen los no
practicantes, agnósticos y ateos (perfil de joven, varón entre 18 y 35 años,
de formación universitaria).
- Un catolicismo
privatizado, con escasa incidencia pública
- Un catolicismo en
trance de descapitalización, en el que el clero y los religiosos y religiosas
no son relevados por generaciones más jóvenes, lo cual está afectando a la
educación religiosa en los colegios de la Iglesia, iniciativas de pastoral
con jóvenes, formación y estímulo al voluntariado, asitencialismo... etc.
- Un catolicismo sin
monopolio religioso: se observa un pluralismo de
creencias, tanto a nivel institucionalizado como una cierta espiritualidad
difusa. En lo referente a los creyentes se da una subjetivización de la
creencia, en la que el centro de gravedad de lo religioso descansa más en el
individuo y su talante que sobre la objetividad institucional.
- Un catolicismo en
trance de envejecimiento: sólo un 3% de los jóvenes (el 10% de los
practicantes) señala a la Iglesia como ámbito donde encontrar orientación
para la vida. El 28% dice estar de acuerdo con las directrices de la
jerarquía; el 51% afirma que seguirá siendo católico, y el 31% señala que su
experiencia en parroquias, colegios etc. les fue indiferente. Es decir que
"existe un 70% de jóvenes no receptivos a la dimensión religiosa, que
buscan en la iglesia un espacio acogedor, mientras que la iglesia, a la hora
de sus contactos con los jóvenes, pone el acento en los aspectos más formales
en detrimento de los aspectos más de fondo." "La iglesia busca a
los jóvenes, mientras que estos se separan de la iglesia": muchos de
ellos viven fuera de las parroquias especialmente los fines de semana, el
profesor de religión no es valorado por ellos, y, además, la "cultura de
la indiferencia" hace presa precisamente en los jóvenes entre 18 y 29
años y en los adultos entre 30-40 años.
Pero si intentamos ver más
allá de los datos sociológicos, nos es difícil comprender cuáles son las
causas de sus dificultades para encontrarse con ellos mismos y con Dios: aún
no tenemos suficiente perspectiva histórica.
"Si nosotros
estamos llenos de conceptos, ellos lo están de imágenes, sonidos, ritmos...
nuestra articulación de la realidad es más racional, más conceptual. La suya
más llena de sensaciones. .. Entre ellos y nosotros se ha dado una revolución
del lenguaje y por lo tanto, del soporte del razonamiento... Su mundo está
poblado de imágenes que pueden estar vacías de contenido, o pueden expresar
una inmensidad de sentimientos o vivencias, llenas de coherencia, con una
sensibilidad que muchos de nosotros no pudimos no siquiera llegara intuir.
"
"Por ello es
necesario recorrer con ellos el arduo camino que va de lo superficial - la
sensación- a lo profundo - la individuación-, la toma de conciencia, el logro
de identidad y sentido .... Les hemos superprotegido pero raramente les hemos
abierto a la capacidad de emocionarse, de abrirse a lo estético y a lo ético,
de descubrir las huellas del Misterio en su vida y su entorno, de amar la
realidad, al otro... por ello los más lúcidos se sienten entretenidos,
divertidos, pero vacíos, sin motivación o sin fuerzas para alcanzar la meta
soñada. En definitiva, nuestros jóvenes están culturalmente más capacitados
que nosotros de comprender el lenguaje de los símbolos, pero, a la vez,
tienen más dificultades de llenar de contenido simbólico las sensaciones y
las imágenes de las que la sociedad las ha ido atiborrando, porque las hemos vaciado de significación.
4.- Las mujeres y la
transmisión de la fe
Resulta llamativo que
cuando se constata la pérdida de la transmisión religiosa entre generaciones,
se apunta como tema decisivo la pérdida de la madre como educadora o
socializadora religiosa.: "La naturalidad con que crecimos entre señales
y palabras que han poblado nuestro mundo religioso ha dejado paso a un silencio
que se extiende y en el que crecen otras generaciones de niños. Se puede
detectar un desconocimiento de figuras y temas bíblico-cristianos, una falta
de referencias, un vacío de memoria, y una carencia de vivencia
religiosa." En muchos casos la noticia de Dios les llega a los niños a
través de los abuelos, y "el Dios de los abuelos es percibido con
distancia cuando el lenguaje y la comprensión misma de la fe se alejan
demasiado del universo y del lenguaje de los niños"
Las madres de niños y
adolescentes, manifiestan una inseguridad personal respecto a lo religioso
que las hace sentirse incapaces de abordar la "conversación" de la
fe, y delegar a menudo en instituciones la iniciación religiosa. Otras veces
se da en ellas una actitud crítica y desengañada, que deja pasar las
ocasiones para la confidencia. También existen ejemplos de una sobrecarga de
ocupación que no deja el tiempo a que la confidencia asome. En otras
ocasiones, se da el temor a encontrarse sin recursos ante las preguntas de
los niños; o el personal abandono de la práctica religiosa.
Falta pues establecer
con rigor la correspondencia entre el grado de intensidad de la fe vivida y
la preocupación por transmitir esa fe. "La relación mujer-religiosidad
no puede considerarse hoy pacíficamente establecida" Hoy siguen siendo
tiempos de intemperie: ha sido cuestionado en profundidad un estilo de
religiosidad anacrónico que a las mujeres adultas actuales nos resulta más
lejano que los mismos años en que la vimos vivir a nuestras madres y abuelas.
Haciendo nuestras las palabras de J.P. Jossua: "creo que en la actualidad
soy una creyente sensiblemente distinta a como me enseñaron a ser y de como
aún siguen siendo numerosos católicos, aun cuando yo pertenezco a la misma
Iglesia y me encuentre a gusto con ella."
"Provocado,
deseado o padecido, este acelerón experimentado por la forma de vivir la fe,
ha incidido más hondamente en las mujeres puesto que han visto cómo quedaban
atrás roles a los que las tenía
habituadas una sociedad que secularmente había variado poco sus expectativas
sobre ellas... Así se dio en ellas una crisis en la estima de la religión,
percibida como irrelevante o como factor retardador de la conquista de la
libertad, en todo caso sin estimular el aprendizaje vital que las mujeres han
tenido que hacer en los últimos decenios."
A esto hay que añadir
el esfuerzo suplementario que la mujer tiene que hacer para armonizar la
doble exigencia de su rol familiar
y laboral o social, en el que logra alcanzar un equilibrio precario. Se puede
hablar pues de "una carga mayor de problematicidad en las mujeres a
quienes el cambio ha obligado y sigue urgiendo a una adaptación acelerada,
con el consiguiente esfuerzo y tensión... Este modo de ser que las mujeres
están ensayando entraña también otra manera de creer".
"Parece necesario
abordar la situación de las mujeres sobre las que parece haberse acumulado
una sobrecarga de exigencias y sobre las que recae una disparidad de
reclamos: atender su esfuerzo y sostener sus búsquedas... tendrían que
encontrar en la Iglesia una ayuda fraterna que facilitase esa dificil tarea
de conciliar su fidelidad de creyentes con las exigencias y las aspiraciones
a las que no pueden cerrarse sin sentirse mutiladas en su ser. Ayudar también
a que vivan actualizadamente su fe, con la libertad y responsabilidad que
consideran conquistas definitivas, hacer más para que participen con el
protagonismo y la responsabilidad que consideran ya irreversibles... Sólo con
una ayuda así podrán reconocer, no sólo que no hay contradicción entre el evangelio
de Jesús y sus aspiraciones genuinas, sino que la fe en Dios sostiene su
esfuerzo por realizar ellas mismas una humanidad más cumplida. Si encuentran
esa ayuda y descubren esa posibilidad, no retendrán el secreto, sino que lo
transmitirán con la naturalidad de quien comunica lo mejor de su intimidad,
como quien desea que rebrote en otros la planta que ha visto fructificar y
sombrear en la propia vida ... Es posible que algunas de las perplejidades
que las mujeres experimentan en su fe y su relación con la Iglesia puedan
encontrar un inesperado alivio en el momento en que con sinceridad humilde y
con palabras improvisadas, intenten decir a sus hijos cómo ellas creen"
5.- El lenguaje y el
método
Ante la realidad que
vivimos, podríamos pensar que la alternativa es encontrar el método adaptado
a las actuales circunstancias, utilizando los medios más avanzados, o las
técnicas pedagógicas adecuadas. Pero, antes que todo eso, hemos de pensar que
se trata de un problema de lenguaje. Si entre las generaciones más jóvenes y
los adultos, se ha dado una revolución de lenguaje, " tendremos nosotros
que retomar desde en fondo de nosotros mismos, muchos elementos
simbólico-expresivos que hemos dejado perder para poder comprender gran parte
del mundo que nos rodea. Pero también tendremos que saber transmitir que el
tiempo del concepto y de la palabra no ha terminado", y conseguir que
nuestros jóvenes sean, "no sólo capaces de abrirse y gozar con las
sensaciones, sino tomar una cierta distancia que les permita descubrir la
significación última de esas sensaciones, comprenderlas como un todo personal
y articulado, y expresarlas simbólicamente .... porque todo lenguaje permite
reconocer y transformar la realidad, o evadirse de ella, y configura la
propia personalidad, haciendo crecer o alienando al sujeto".
Pero al mismo tiempo,
hay que recordar que todo lenguaje permite comprender a Dios y al mismo
tiempo lo oculta, puesto que no existe un único lenguaje que agote la
manifestación de Dios, sino que todos se complementan permitiéndonos intuir
el misterio.
Por eso nuestro
lenguaje excesivamente intelectualizado, no es suficiente para expresar
nuestras vivencias, para dialogar con el mundo, ni para transmitir la fe a
otras generaciones... necesitamos:
un cristianismo más gozoso y menos voluntarista
encontrar en el servicio a los otros la
experiencia gozosa del encuentro con los demás y con el sentido de la
historia
hacer más creativa y espontánea nuestra liturgia
y oración -
tomar conciencia de que "la Verdad no se
posee, ni siquiera intelectualmente, sino que se busca y se expresa de formas
plurales e insuficientes, pero entre esas formas una privilegiada es el
lenguaje de los signos".
La iniciación cristiana es un proceso educativo que consiste en constatar
que "la historia de la salvación se realiza en la propia historia
personal". Es todo un aprendizaje que implica:
conocer a fondo los mitos y tradiciones - asumir
la experiencia de los mayores
rememorar ritos y gestos
adquirir la identidad propia.
Por tanto, no es una simple "ceremonia ornamental, sino un hecho
creador de la comunidad misma."
Si la catequesis busca hacer cristianos, esto sólo será posible mediante
un tiempo prolongado y en un clima comunitario.
Para captar la Palabra revelada, necesitamos recurrir a lenguajes que
posibiliten su comprensión:
a) Lenguaje de la experiencia: educar en la fe es transmitir experiencias
de vida:
tomando conciencia de la vida y el entorno
acercando la fe a la vida
leyendo la vida y la historia en sintonía con la
experiencia vital de Jesús y la Iglesia.
b) Lenguaje narrativo: utilizando los grandes relatos de personajes con
sus sentimientos, dificultades, propiciando la confianza en uno mismo, en los
demás, en Dios.
c) Lenguaje bíblico, escogiendo algunos personajes bíblicos, para relacionarlos
con la propia trayectoria personal de relación con Dios.
d) Lenguaje simbólico celebrativo: que nos permite entrever un mundo
interior, haciendo revivir acontecimientos y presencias y comunicando la
Palabra.
Hoy es una evidencia constatada a nivel de parroquias, colegios
confesionales y comunidades, que no vale delegar en las instituciones el
crecimiento en la fe de los hijos. Pero también es una constatación de la
experiencia que la familia en nuestra sociedad no puede por sí sola lograr
una progresión en la fe de Jesús sin la ayuda de la Iglesia a través de sus
mediaciones.
En el caso de parejas con una trayectoria de fe similar, y con
vinculación a comunidades cristianas de apoyo, algunas experiencias aconsejan
simultanear:
Oración y celebración en la familia con gestos
simbólicos.
Catequesis familiar con la Biblia como soporte:
incluso las historias que no son verdad nos dicen en verdad cosas decisivas
para nosotros.
Conexión entre experiencia de fe y actitudes de
compromiso con la justicia y la paz.
Cultivo de actitudes de desapego,
desprendimiento y serenidad interior, como condición de construcción de sí
mismo y apertura a los demás y a Dios. - Experiencia creyente en comunidad de
Iglesia.
Existen también otras propuestas derivadas de percibir la necesidad de
formación teológica o metodológica por parte de las familias, que preocupadas
por la educación en la fe de sus hijos y sin vinculación a parroquias o
comunidades cristianas, se unen y elaboran juntas un proyecto que deriva en
un movimiento de grupos de catequesis familiar. En ellos, comparten sesiones
de formación para padres, convivencias compartidas por toda la familia, con
un sentido celebrativo, elaboración de material para poder trabajar en la
familia... con ello intentan madurar todos juntos en la fe, de modo que
"la Religión, más que una asignatura, sea una manera de vivir,
manifestar, transmitir y celebrar la vida desde la adhesión a Jesús de
Nazaret."
Por otra parte, las parroquias que reciben la demanda de los padres para
realizar la catequesis sacramental, han emprendido iniciativas que pasan por
implicar a éstos en el proceso, asumiendo la contradicción entre la demanda
de los padres y la oferta de fe que la parroquia propone:
oferta de maduración en la fe, frente a la
demanda puntual de instrucción.
intento de formar comunidad, frente al simple
rito sacramental de un día.
catequesis para adultos frente a catequesis sólo
para niños.
Todo esto supone un reto para la parroquia, porque exige profundizar en
los valores de la religiosidad popular y, revalorizar el rito en su dimensión
comunitaria para facilitar la identificación religiosa. Para ello se trabaja
con los catequistas, para que sepan iniciar para el silencio y la escucha,
educar los sentidos, aceptar la sorpresa y saber celebrar lo que se vive.
6.- Otras reflexiones
La transmisión de la fe es ofrecer desde el amor y la libertad lo mejor
de lo que somos, vivimos y anhelamos. Ciertamente la experiencia de la
paternidad y maternidad, y también de la vida de pareja, es un lugar
privilegiado en que podemos vivir radicalmente los valores más genuinamente
cristianos del amor sin límites, el perdón incondicional, la presencia fiel y
constante, el agradecimiento pleno... son experiencias vitales que todos
experimentamos a veces con sorpresa, conociendo nuestras limitaciones.
No deberíamos caer en el error de entrar en la vía de la culpabilización
y del deber, sino en la de la apertura de sentido en un clima de confianza y
de amor resaltando las dimensiones liberadoras y plenificantes de la fe
¿Tendremos que aprender a invertir el proceso que nos sirvió a nosotros, por
el que primero teníamos que cumplir determinados preceptos y después, ir
entendiéndolos, amándolos e incorporándolos a nuestro ser más íntimo? ¿Sigue
valiendo el método de aprovechar la credulidad infantil para ofrecer
expresiones de una fe pre-crítica? "En nuestra cultura secular, sólo una
fe personalizada hecha experiencia puede tener sentido: se requiere una gran
capacidad de dar razón de ella."
"Los hijos son una llamada a que los padres vivamos la fe en pareja,
acogiendo todas las diversidades en su concreción". ¿Y cuando esas diversidades afectan a
hechos que implican la práctica de la oración en común, o de la lectura de
textos bíblicos en comunidad, o de participación sacramental, o de modo de
vivir y entender los acontecimientos cotidianos? El mantener la convivencia,
el amor y el respeto admirado de la evolución del otro es también un
testimonio de vivencia radical de la experiencia de fe, una forma de
transmitir el misterio de libertad que la llamada de Dios supone para cada
ser humano. Dar razón de esta experiencia es también una manera de transmitir
esa fe recibida y esa Gracia de Dios que nos ayuda a seguir caminando juntos.
"¿No será la simple credibilidad personal portadora de las esencias de
Dios? ¿No radicará en la autenticidad del hombre y la mujer como pareja, y su
éxito en el devenir histórico, una parte de la transferencia de Dios?. Hay
que seguir trabajando en el proyecto: concluir el hacerse personas, resolver
dilemas y compromisos, y explicitarlo en la familia. "Hemos de
transmitir a nuestros hijos que, decidan lo que decidan, serán hijos de Dios,
de ese Dios sencillo y próximo, metidos en su plan salvador". Por eso
les llevamos al bautismo, y por eso quisimos cultivar su permanencia en la
fe.
7.- Conclusión
"Aún en tiempos de penumbras y de tanteos, se puede enseñar a decir
Dios"; guiar hacia los bordes del Misterio, hablar de una Presencia
bienhechora; decir de Alguien en quien confiar y en quien buscar perdón
incondicionalmente. Es posible enseñar a descifrar signos, que es como
aprender a excavar por debajo de la superficie de la realidad; es posible
enseñar a valorar actitudes que es como ayudar a descubrir otra belleza,
enseñar a oír el silencio que tiene su propia voz que suene desde dentro;
ayudar a imaginar el rostro de Jesús a partir de su modo de mirar, de hablar,
de compadecer y anunciar una alegría distinta. ...Existen momentos de
comunicación en los que, si prima la voluntad de atestiguar lo que creemos
ante aquellos a los que amamos, habrá prevalecido la oferta sobre el
adoctrinamiento...
La relación que necesita la fe para ser adecuadamente comunicable es una
de las de mayor calidad humana. El mismo ambiente de la verdad limpia, de la
entrega y la confianza sin fondo que el niño tiene que hallar para crecer, es
el lugar donde el "yo creo" de los padres puede provocar su creer.
En esa conversación permanente de los afectos y de las informaciones
primeras, la palabra antigua y actual de la fe, resulta no sólo fácilmente
audible, sino cargada de significación. Y es que al fin, transmitir la fe no
es sino una manera de avivarla. "
Ante todas estas vacilaciones, no podemos perder de vista que en
definitiva aquello que queremos transmitir no es nuestro: no se trata de
proyectarnos a nosotros mismos en nuestros hijos, sino de ser vehículo para
hacerles llegar el amor de Dios. "Sé que no es mi obra la que hago, sino
la tuya. Eres Tú quien me envía a realizarla, y saberlo me libera de la
ansiedad de querer medir los resultados y de la impaciencia para acelerar su
proceso. Me has entregado el Reino como una semilla, y yo duermo tranquilo
mientras crece por su propio impulso; la veo ya granando mezclada con brotes
de cizaña, y sé que hay que dejarlas crecer juntas hasta la siega. Me he
puesto en tus manos como el puñadito de levadura que mi madre mezclaba con la
harina, y confío en la fuerza secreta de fermentación que has escondido en mi
vida."
Por eso nuestra oración ha de estar llena de esperanza, sabiendo que el
mensaje de Jesús es por encima de todo llamada a la alegría. "Querría
pedirte hoy, Padre, que me enseñes a hablarles de Ti como de alguien que lo
que quiere es aligerar sus cargas y enderezar sus espaldas dobladas, y a
decirles que Jesús está en medio de ellos para consolarles y animarles, para
llevar junto a cada uno el yugo que lleva sobre sus hombros."
Bibliografía
J. Elzo y otros, Jóvenes españoles 99. Fundación Santa María, 1999; J.M. Mardones, ¿Qué le pasa a la Iglesia?. El
cristianismo del futuro; Antonio Ávila y otros, "Transmisión de la
fe a los niños", Revista Pastoral Misionera. Edit.
Popular, Madrid, 1992; N. Adrien, "Iniciación a la fe en contextos de
increencia"; A. Senosiain "El origen de nuestras fes"; R.
Gallart, "Padres e hijos vamos configurando un grupo de Iglesia";
E. Perez Landáburu "La transmisión de la fe en la etapa de la
infancia"; A. Ávila, "La transmisión de la fe y los símbolos";
F. Elizondo, "Las mujeres y la transmisión de la fe"; Dolores Aleixandre: Dáme a conocer tu nombre. Sal Terrae, Santander 1999