LA TRANSMISIÓN DE LA FE EN LA FAMILIA.

“Lo que oímos y aprendimos

y nos contaron nuestros padres, no lo encubriremos a sus hijos, lo contaremos a la siguiente generación: las glorias del Señor y su poder,

y las maravillas que realizó. Pues él hizo un pacto con Jacob y dio una instrucción a Israel, Él mandó a nuestros padres

que lo hicieran saber a sus hijos, de modo que lo conociera

la generación siguiente,

los hijos que habrían de nacer, que ellos sucedieran

y se lo contaran a sus híjos,

para que pusieran en Dios su esperanza

y no olvidaran las hazañas de Dios...” (Sal. 78, 3-6)

1. Introducción

Los que hemos sido educados en el seno de una familia creyente, tenemos conciencia de haber recibido un legado que no es sólo para nosotros, y a menudo nos sentimos desbordados por la responsabilidad que eso supone. El testimonio de la fe en la familia, y en todos los demás ámbitos de nuestra vida, nos mueve a plantearnos, en primer lugar: ¿qué hemos de transmitir? ¿Cuál es el contenido esencial que debe pasar a la siguiente generación, y qué contenidos son accesorios, inherentes a la adaptación de la fe a cada situación histórica?. Por otra parte, ante los cambios que estamos viviendo en las relaciones familiares y sociales de nuestra sociedad (en especial los relacionados con el pluralismo y la multiculturalidad, incluso dentro de la propia familia), ¿por qué se insiste tanto en la importancia de transmitir la fe en la familia?. Y suponiendo que podamos responder a las anteriores preguntas, ¿cómo transmitir ese legado que hemos recibido, en medio de las dificultades derivadas de tantas influencias externas que hacen a menudo a los padres sentirse desbordados en su tarea de educar?

Al brindarme -demasiado alegremente- a preparar esta sesión, no me movió la intención de dar respuestas, sino la de compartir preguntas y vivencias, y reflexionar en voz alta con ayuda de otros que decidieron pensar y escribir sobre este tema.

2.- La experiencia

Quiero dar testimonio de que he encontrado en mi camino muchos padres sinceramente preocupados por este problema, y que el hecho de compartir con ellos preocupaciones y a veces angustias, ha sido para mí una gran fuente de esperanza, y el nacimiento de una amistad que crece cada día.

También he de decir que sé de familias en las que, pese a las transiciones y dificultades, parece que se mantiene viva la llama de la fe sin excesiva ruptura entre padres e hijos en este tema, y que por ello despiertan en mí una "sana envidia", además de una gran esperanza. Pero lo más frecuente es encontrar padres sinceramente creyentes, preocupados por el alejamiento progresivo o repentino de sus hijos de todo aquello que tiene que ver con lo religioso.

Cuando hemos intentado revisar nuestras actitudes como testigos de la fe en nuestra familia, nos encontramos en primer lugar que siempre hemos entendido el hecho de transmitir la fe en vertical, es decir: como la entrega de lo que se tiene a alguien que recibe, o no, aquello que se le ofrece, sin que ello suponga cambio alguno en el legado que se entrega, ni en quien lo ofrece. ¿Es para mí la transmisión de la fe algo inerte, conceptual, un bloque de doctrina, o tiene una carga vital que me implica e interpela provocando en mí una actitud de apertura, por la que, transmitiéndola, aprendo, y soy también adoctrinado por el otro?

A menudo, el barómetro que utilizamos para "valorar resultados" es la práctica de los sacramentos: la señal de alarma del distanciamiento de los hijos respecto a la fe es su abandono de la práctica sacramental. Esto produce en nosotros un desasosiego y un sentimiento de fracaso, que nos hace cuestionarnos todo nuestro esfuerzo por mantener en nuestra familia la necesidad de actualizar en la vida cotidiana, la gracia de Dios a través de su presencia en el Espíritu en esos signos visibles que son los sacramentos.

También es cierto que al estar tan pendientes de las prácticas religiosas de nuestros hijos, pasamos quizás por alto determinados indicios que nos harían ver la acción del Espíritu en ellos: mientras nos lamentamos, olvidamos resaltar actitudes y comportamientos que indican que de algún modo la semilla va germinando; y al no hacerlo, perdemos una magnífica ocasión de reforzar esas actitudes, y, sobre todo de dar gracias a Dios por ellas. ¿Estamos con frecuencia lamentando la adversidad de ser padres o profesores en estos tiempos modernos o post-modernos? ¿Sabemos ver aquellos indicios que reflejan la presencia del Espíritu en los niños y jóvenes de hoy?

Ahí están los valores evangélicos: el mensaje de las bienaventuranzas. ¿Estamos transmitiendo la primacía de la debilidad, de la bondad, del desprendimiento, la generosidad, la honestidad...? Es más difcil explicitar estos valores a nivel teórico, y sobre todo, transmitirlos con coherencia a través de nuestra propia vida. Y también es dificil ver si van calando en los hijos, puesto que vivir el Evangelio con coherencia es un proceso ascendente, pero expuesto a parones y retrocesos frutos de nuestra propia debilidad. Si en nosotros, que hemos tenido la gracia de haber recibido la predicación de la Palabra de forma auténtica y cercana, es tan dificil, ¿cómo no va a serlo en ellos que viven en este mundo donde se diluye mucho más lo esencial de esa Buena Noticia?

Y el puente que une la vivencia del mensaje de Jesús con la pertenencia a una comunidad, la Iglesia, es la necesidad de orar con otros, revisar con otros, crecer con otros y celebrar con otros. Otro don que nosotros hemos recibido: tenemos la experiencia vital de la plenitud que supone esa pertenencia, y el sentirnos asistidos y acompañados por un ministro de la Iglesia que nos ha regalado tiempo, compañía, paciencia, formación... Y sin embargo nos sentimos incapaces de contagiarles el entusiasmo por encontrar el lugar y la gente para vivir esa experiencia de fe, y de crearlo si no existe. ¿O será una vana nostalgia del pasado imposible de recrear en estos tiempos nuevos?

Parece que el precio que estamos pagando por nuestra apertura al mundo, vivida desde el mensaje del Vaticano II es precisamente esa especie de impotencia para proclamar y transmitir el Evangelio como a nosotros nos han enseñado. Y parece también que el modo más eficaz que encuentran muchos grupos eclesiales es el repliegue hacia dentro, que preserva a los jóvenes de las posibles influencias externas, sacrificando esta vez la fuerza del testimonio en medio del mundo.

"A Dios se le encuentra y vive en el tiempo en la profanidad del mundo. La situación socio-cultural actual y el clima religioso eclesial no parecen augurar un buen momento para un estilo de cristianismo que supo hacerse eco de la nueva relación que el Concilio establecía con el mundo y reimplantar un estilo de fe encarnada característica de los seguidores de Jesucristo... los nuevos movimientos eclesiales no parece que respondan a los desafíos que la llamada modernidad plantea al cristianismo"

3. La realidad

Quizá damos por sentado que conocemos la realidad en que nos movemos, y necesitamos, para reflexionar sobre el tema que nos ocupa, acercarnos mejor al mundo en el que crecen nuestros hijos fuera de los muros de nuestros hogares.

El Informe sobre Jóvenes españoles 99, realizado por la Fundación Santa María, recoge de manera objetiva todos los datos relacionados con las actitudes y valores que los jóvenes de hoy manifiestan, dedicando uno de sus apartados la familia en la socialización de los jóvenes y otro, a los jóvenes y la religión.

A) El capítulo dedicado a la familia, confirma la persistencia para los jóvenes del valor de la convivencia familiar, puesto que el 90% de ellos vive con su familia, y considera su convivencia como armónica. Esto no sólo se puede atribuir a que se retrasa la edad de la emancipación por motivos económicos laborales, o al relativo bienestar material del joven en su familia. "Los jóvenes señalan a la familia como el espacio privilegiado en el que se encuentran las cosas más importantes para orientarse en la vida"

Existen tres modelos básicos de familia en lo que se refiere a la convivencia:

- el autoritario, hoy el menos frecuente: "si de algo pecan los padres de hoy es de ser impotentes y no de ser prepotentes. Impotencia que se manifiesta cuando en el hogar familiar domina la anomía; entendiendo por tal la dificultad de proporcionar a los hijos criterios normativos seguros y estables. Es decir, unos valores sociales que al tiempo sean abiertos y eficaces, para desenvolverse en las condiciones reales de existencia";

- el democrático o de apoyo (que coincide con aquellas familias que más cultivan los valores religiosos): "Los adolescentes que perciben a sus padres preocupados por sus hijos y dispuestos a ayudarles suelen presentar niveles más altos de religiosidad y participación religiosa. La clave está en que este tipo de padres transmiten su propia religiosidad con mayor eficacia a sus hijos"

- el permisivo, que representa a aquellos padres que se manifiestan indiferentes al comportamiento de sus hijos, coincidiendo con los que presentan niveles más bajos de religiosidad: " La debilidad de la socialización religiosa va unida a la influencia, o mejor, no influencia, de la primera generación de padres secularizados, que ya no trasmiten ideas ni actitudes religiosas a sus hijos. No les enseñan a rezar, no se preocupan por su educación cristiana... La conciencia creyente del "linaje" constitutiva del grupo religioso y el capital de memoria están fallando y dejando de ser tradición viva, surgiendo así la posibilidad de una religión postradicional en la que las obligaciones del individuo no proceden tanto de su nacimiento e inserción en una tradición viva sino de un compromiso voluntario y personal y de la verdad subjetiva de su propia trayectoria personal"

Cuando se analizan los motivos más frecuentes de discusión familiar, llama la atención que éstos giran en torno de temas de convivencia cotidiana: tareas del hogar, horarios, cuestión escolar, dinero, comportamientos "privados" (alcohol, drogas, sexo..); sin embargo existe menos distancia ideológica y política entre padres-hijos, y gran irrelevancia de los temas religiosos, que no crean especial conflicto a nivel familiar.

Se constata que la familia sigue siendo un elemento socializador importante, seguida por la influencia de los amigos y los medios de comunicación. Esto también es cierto en lo que se refiere a la religión. "La capacidad socializadora de la familia depende fundamentalmente de la estructura interna de la propia familia. Allí donde haya una familia con una consistencia ideológica y emocional sólida, no hay instancia sociológica que sea más potente a la hora de conformar hábitos, estructuras de pensamiento, valores, actitudes etc. Esto pasa por factores diversos, como armonía en los padres, tiempo dedicado a los hijos, estilos de vida, ausencia o presencia de un proyecto de vida familiar". No obstante, "habrá que hablar de construcción de lo religioso en más de un joven que, muy probablemente nunca ha sido socializado religiosamente, o al menos no ha heredado nada con cierta solidez, vivida experiencialmente, lo que significa que en el ámbito de lo sentido como importante en sus vidas, la dimensión religiosa no existe. En muchos jóvenes de padres formalmente católicos"

B) El capítulo referente a los jóvenes y la religión, analiza:

a) Las modalidades de práctica religiosa: distingue en ellas la práctica dominical, que se constata en franco descenso, (residual), las prácticas religiosas más distanciadas (Navidad, fiestas... ) se mantienen con dificultad , y hay mayor asiduidad religiosa en razón de circunstancias personales:" me vale lo religioso en tanto me vale a mí, para una circunstancia concreta".

La práctica religiosa está más presente entre las chicas (aunque tiende a igualarse) y entre los que tienen menor formación.

Hay más jóvenes de derechas entre las misas litúrgicamente establecidas, pero en las misas no obligadas, la caracterización de derechas e izquierdas desaparece.

b) Las creencias religiosas: Hay un significativo descenso en el porcentaje de jóvenes que dicen creer en Dios (65% entre 18 y 25 años), y se mantiene la cifra de jóvenes que creen en una vida después de la muerte. Las chicas creen más que los chicos.

"La socialización religiosa llega fundamentalmente a los jóvenes practicantes y de derechas, pero no es lo suficientemente sólida como para permitirles discernir y contrarrestar la socialización que reciben de otros órganos de socialización, haciendo a la postre a muchos de estos jóvenes más crédulos que creyentes. Por el contrario, la socialización católica no llega prácticamente a los jóvenes de izquierdas, y mucho menos a los agnósticos, indiferentes y ateos, de tal modo que estos últimos son, no solamente menos creyentes sino también menos crédulos"

La aceptación formal del Dios de los cristianos se da en el 60% de los jóvenes; la duda de la existencia de Dios en 1 de cada 3; el desinterés por el tema Dios se da en 1 de cada 4, y la rotunda negación de su existencia en 1 de cada 5.

c) Los requisitos para decir que alguien es una persona religiosa, según los jóvenes, son: creer en Dios, ser una persona honrada; rezar y tener alguna práctica religiosa; mantener alguna ligazón con su Iglesia y por último preguntarse por el sentido de la vida.

El seguimiento de la Iglesia y sus normas es percibido en mayor grado, como factor identificador de la condición religiosa por los ateos que por los propios católicos practicantes. "La coherencia del pensamiento juvenil está en la aceptación genérica de la identificación del individuo con las reglas del grupo al que dice pertenecer, pero con la explícita salvedad de que si tal norma no la consideran plausible, se la saltan sin la más mínima conciencia de incoherencia"

"Autoidentificarse hoy como católico practicante, significa algo más que la asistencia a misa los domingos. Los jóvenes que así se identifican: presentan alto índice de asociacionismo (religioso, benéfico, voluntariado), prefieren cierta intervención del Estado en la actividad económica, se manifiestan contentos con la vida que llevan... son socialmente deseables"

d) Actitudes ante la iglesia: No llega al 3% el porcentaje de jóvenes que señala a la Iglesia como uno de los espacios donde se dicen cosas importantes para orientarse en la vida. Solamente el 10% de los que se consideran católicos practicantes encuentran en la Iglesia espacio donde orientarse. "La gran masa de jóvenes españoles mantiene con la Iglesia una situación de divorcio asimétrico y distante. Frente al manifiesto interés de la Iglesia en establecer nuevos puentes con la juventud, los jóvenes, o bien rechazan a la Iglesia, o manifiestan una displicente ignorancia de su existencia, o bien la aceptan más como espacio acogedor y cálido que como instancia dadora de sentido y manifestación visible de la transcendencia"

e) Actitudes ante prácticas esotéricas y sectas: existe una relativa aceptación de la astrología y un aumento de credulidad en las paraciencias, pero no parece que estas pseudocreencias estén sustituyendo a las creencias religiosas tradicionales. Ante las sectas y nuevos movimientos religiosos, su actitud es de desconocimiento y desconfianza: en ellas se refleja un déficit religioso que desplaza lo sagrado desde un Dios personal a un Dios sin rostro, un déficit cultural y un déficit social y comunitario, alivio de ansiedades, válvula de escape de tensiones... etc.

fl La socialización religiosa: Se encuentra en plena crisis al fallar la transmisión familiar de creencias y valores religiosos y el prestigio y la importancia de la religión en una sociedad secularizada . Los jóvenes que se dicen católicos se manifiestan autónomos: aceptan algunas creencias básicas de la Iglesia, no dudan en proyectarse como católicos en el futuro, pero "pasan" de la Iglesia católica y de sus normas"

Según la interpretación de todos estos datos que realiza José M. Mardones, nos encontramos con:

- Una mayoría de ciudadanos que se adhieren a los rituales sociales religiosos que señalan los grandes hitos de la vida.

- Un incipiente pluralismo religioso en el que van entrando también formas menos organizadas de creencias como la new age, los practicantes de ritos esotéricos... etc.

- Una des-tradicionalización del catolicismo español, que implica una interpretación más libre de los dogmas.

- Un catolicismo que tiene que convivir con el indiferentismo, en el que se incluyen los no practicantes, agnósticos y ateos (perfil de joven, varón entre 18 y 35 años, de formación universitaria).

- Un catolicismo privatizado, con escasa incidencia pública

- Un catolicismo en trance de descapitalización, en el que el clero y los religiosos y religiosas no son relevados por generaciones más jóvenes, lo cual está afectando a la educación religiosa en los colegios de la Iglesia, iniciativas de pastoral con jóvenes, formación y estímulo al voluntariado, asitencialismo... etc.

- Un catolicismo sin monopolio religioso: se observa un pluralismo de creencias, tanto a nivel institucionalizado como una cierta espiritualidad difusa. En lo referente a los creyentes se da una subjetivización de la creencia, en la que el centro de gravedad de lo religioso descansa más en el individuo y su talante que sobre la objetividad institucional.

- Un catolicismo en trance de envejecimiento: sólo un 3% de los jóvenes (el 10% de los practicantes) señala a la Iglesia como ámbito donde encontrar orientación para la vida. El 28% dice estar de acuerdo con las directrices de la jerarquía; el 51% afirma que seguirá siendo católico, y el 31% señala que su experiencia en parroquias, colegios etc. les fue indiferente. Es decir que "existe un 70% de jóvenes no receptivos a la dimensión religiosa, que buscan en la iglesia un espacio acogedor, mientras que la iglesia, a la hora de sus contactos con los jóvenes, pone el acento en los aspectos más formales en detrimento de los aspectos más de fondo." "La iglesia busca a los jóvenes, mientras que estos se separan de la iglesia": muchos de ellos viven fuera de las parroquias especialmente los fines de semana, el profesor de religión no es valorado por ellos, y, además, la "cultura de la indiferencia" hace presa precisamente en los jóvenes entre 18 y 29 años y en los adultos entre 30-40 años.

Pero si intentamos ver más allá de los datos sociológicos, nos es difícil comprender cuáles son las causas de sus dificultades para encontrarse con ellos mismos y con Dios: aún no tenemos suficiente perspectiva histórica.

"Si nosotros estamos llenos de conceptos, ellos lo están de imágenes, sonidos, ritmos... nuestra articulación de la realidad es más racional, más conceptual. La suya más llena de sensaciones. .. Entre ellos y nosotros se ha dado una revolución del lenguaje y por lo tanto, del soporte del razonamiento... Su mundo está poblado de imágenes que pueden estar vacías de contenido, o pueden expresar una inmensidad de sentimientos o vivencias, llenas de coherencia, con una sensibilidad que muchos de nosotros no pudimos no siquiera llegara intuir. "

"Por ello es necesario recorrer con ellos el arduo camino que va de lo superficial - la sensación- a lo profundo - la individuación-, la toma de conciencia, el logro de identidad y sentido .... Les hemos superprotegido pero raramente les hemos abierto a la capacidad de emocionarse, de abrirse a lo estético y a lo ético, de descubrir las huellas del Misterio en su vida y su entorno, de amar la realidad, al otro... por ello los más lúcidos se sienten entretenidos, divertidos, pero vacíos, sin motivación o sin fuerzas para alcanzar la meta soñada. En definitiva, nuestros jóvenes están culturalmente más capacitados que nosotros de comprender el lenguaje de los símbolos, pero, a la vez, tienen más dificultades de llenar de contenido simbólico las sensaciones y las imágenes de las que la sociedad las ha ido atiborrando, porque las hemos vaciado de significación.

4.- Las mujeres y la transmisión de la fe

Resulta llamativo que cuando se constata la pérdida de la transmisión religiosa entre generaciones, se apunta como tema decisivo la pérdida de la madre como educadora o socializadora religiosa.: "La naturalidad con que crecimos entre señales y palabras que han poblado nuestro mundo religioso ha dejado paso a un silencio que se extiende y en el que crecen otras generaciones de niños. Se puede detectar un desconocimiento de figuras y temas bíblico-cristianos, una falta de referencias, un vacío de memoria, y una carencia de vivencia religiosa." En muchos casos la noticia de Dios les llega a los niños a través de los abuelos, y "el Dios de los abuelos es percibido con distancia cuando el lenguaje y la comprensión misma de la fe se alejan demasiado del universo y del lenguaje de los niños"

Las madres de niños y adolescentes, manifiestan una inseguridad personal respecto a lo religioso que las hace sentirse incapaces de abordar la "conversación" de la fe, y delegar a menudo en instituciones la iniciación religiosa. Otras veces se da en ellas una actitud crítica y desengañada, que deja pasar las ocasiones para la confidencia. También existen ejemplos de una sobrecarga de ocupación que no deja el tiempo a que la confidencia asome. En otras ocasiones, se da el temor a encontrarse sin recursos ante las preguntas de los niños; o el personal abandono de la práctica religiosa.

Falta pues establecer con rigor la correspondencia entre el grado de intensidad de la fe vivida y la preocupación por transmitir esa fe. "La relación mujer-religiosidad no puede considerarse hoy pacíficamente establecida" Hoy siguen siendo tiempos de intemperie: ha sido cuestionado en profundidad un estilo de religiosidad anacrónico que a las mujeres adultas actuales nos resulta más lejano que los mismos años en que la vimos vivir a nuestras madres y abuelas. Haciendo nuestras las palabras de J.P. Jossua: "creo que en la actualidad soy una creyente sensiblemente distinta a como me enseñaron a ser y de como aún siguen siendo numerosos católicos, aun cuando yo pertenezco a la misma Iglesia y me encuentre a gusto con ella."

"Provocado, deseado o padecido, este acelerón experimentado por la forma de vivir la fe, ha incidido más hondamente en las mujeres puesto que han visto cómo quedaban atrás roles a los que las tenía habituadas una sociedad que secularmente había variado poco sus expectativas sobre ellas... Así se dio en ellas una crisis en la estima de la religión, percibida como irrelevante o como factor retardador de la conquista de la libertad, en todo caso sin estimular el aprendizaje vital que las mujeres han tenido que hacer en los últimos decenios."

A esto hay que añadir el esfuerzo suplementario que la mujer tiene que hacer para armonizar la doble exigencia de su rol familiar y laboral o social, en el que logra alcanzar un equilibrio precario. Se puede hablar pues de "una carga mayor de problematicidad en las mujeres a quienes el cambio ha obligado y sigue urgiendo a una adaptación acelerada, con el consiguiente esfuerzo y tensión... Este modo de ser que las mujeres están ensayando entraña también otra manera de creer".

"Parece necesario abordar la situación de las mujeres sobre las que parece haberse acumulado una sobrecarga de exigencias y sobre las que recae una disparidad de reclamos: atender su esfuerzo y sostener sus búsquedas... tendrían que encontrar en la Iglesia una ayuda fraterna que facilitase esa dificil tarea de conciliar su fidelidad de creyentes con las exigencias y las aspiraciones a las que no pueden cerrarse sin sentirse mutiladas en su ser. Ayudar también a que vivan actualizadamente su fe, con la libertad y responsabilidad que consideran conquistas definitivas, hacer más para que participen con el protagonismo y la responsabilidad que consideran ya irreversibles... Sólo con una ayuda así podrán reconocer, no sólo que no hay contradicción entre el evangelio de Jesús y sus aspiraciones genuinas, sino que la fe en Dios sostiene su esfuerzo por realizar ellas mismas una humanidad más cumplida. Si encuentran esa ayuda y descubren esa posibilidad, no retendrán el secreto, sino que lo transmitirán con la naturalidad de quien comunica lo mejor de su intimidad, como quien desea que rebrote en otros la planta que ha visto fructificar y sombrear en la propia vida ... Es posible que algunas de las perplejidades que las mujeres experimentan en su fe y su relación con la Iglesia puedan encontrar un inesperado alivio en el momento en que con sinceridad humilde y con palabras improvisadas, intenten decir a sus hijos cómo ellas creen"

5.- El lenguaje y el método

Ante la realidad que vivimos, podríamos pensar que la alternativa es encontrar el método adaptado a las actuales circunstancias, utilizando los medios más avanzados, o las técnicas pedagógicas adecuadas. Pero, antes que todo eso, hemos de pensar que se trata de un problema de lenguaje. Si entre las generaciones más jóvenes y los adultos, se ha dado una revolución de lenguaje, " tendremos nosotros que retomar desde en fondo de nosotros mismos, muchos elementos simbólico-expresivos que hemos dejado perder para poder comprender gran parte del mundo que nos rodea. Pero también tendremos que saber transmitir que el tiempo del concepto y de la palabra no ha terminado", y conseguir que nuestros jóvenes sean, "no sólo capaces de abrirse y gozar con las sensaciones, sino tomar una cierta distancia que les permita descubrir la significación última de esas sensaciones, comprenderlas como un todo personal y articulado, y expresarlas simbólicamente .... porque todo lenguaje permite reconocer y transformar la realidad, o evadirse de ella, y configura la propia personalidad, haciendo crecer o alienando al sujeto".

Pero al mismo tiempo, hay que recordar que todo lenguaje permite comprender a Dios y al mismo tiempo lo oculta, puesto que no existe un único lenguaje que agote la manifestación de Dios, sino que todos se complementan permitiéndonos intuir el misterio.

Por eso nuestro lenguaje excesivamente intelectualizado, no es suficiente para expresar nuestras vivencias, para dialogar con el mundo, ni para transmitir la fe a otras generaciones... necesitamos:

*    un cristianismo más gozoso y menos voluntarista

*    encontrar en el servicio a los otros la experiencia gozosa del encuentro con los demás y con el sentido de la historia

*    hacer más creativa y espontánea nuestra liturgia y oración -

*    tomar conciencia de que "la Verdad no se posee, ni siquiera intelectualmente, sino que se busca y se expresa de formas plurales e insuficientes, pero entre esas formas una privilegiada es el lenguaje de los signos".

La iniciación cristiana es un proceso educativo que consiste en constatar que "la historia de la salvación se realiza en la propia historia personal". Es todo un aprendizaje que implica:

*    conocer a fondo los mitos y tradiciones - asumir la experiencia de los mayores

*    rememorar ritos y gestos

*    adquirir la identidad propia.

Por tanto, no es una simple "ceremonia ornamental, sino un hecho creador de la comunidad misma."

Si la catequesis busca hacer cristianos, esto sólo será posible mediante un tiempo prolongado y en un clima comunitario.

Para captar la Palabra revelada, necesitamos recurrir a lenguajes que posibiliten su comprensión:

a) Lenguaje de la experiencia: educar en la fe es transmitir experiencias de vida:

*    tomando conciencia de la vida y el entorno

*    acercando la fe a la vida

*    leyendo la vida y la historia en sintonía con la experiencia vital de Jesús y la Iglesia.

b) Lenguaje narrativo: utilizando los grandes relatos de personajes con sus sentimientos, dificultades, propiciando la confianza en uno mismo, en los demás, en Dios.

c) Lenguaje bíblico, escogiendo algunos personajes bíblicos, para relacionarlos con la propia trayectoria personal de relación con Dios.

d) Lenguaje simbólico celebrativo: que nos permite entrever un mundo interior, haciendo revivir acontecimientos y presencias y comunicando la Palabra.

Hoy es una evidencia constatada a nivel de parroquias, colegios confesionales y comunidades, que no vale delegar en las instituciones el crecimiento en la fe de los hijos. Pero también es una constatación de la experiencia que la familia en nuestra sociedad no puede por sí sola lograr una progresión en la fe de Jesús sin la ayuda de la Iglesia a través de sus mediaciones.

En el caso de parejas con una trayectoria de fe similar, y con vinculación a comunidades cristianas de apoyo, algunas experiencias aconsejan simultanear:

*    Oración y celebración en la familia con gestos simbólicos.

*    Catequesis familiar con la Biblia como soporte: incluso las historias que no son verdad nos dicen en verdad cosas decisivas para nosotros.

*    Conexión entre experiencia de fe y actitudes de compromiso con la justicia y la paz.

*    Cultivo de actitudes de desapego, desprendimiento y serenidad interior, como condición de construcción de sí mismo y apertura a los demás y a Dios. - Experiencia creyente en comunidad de Iglesia.

Existen también otras propuestas derivadas de percibir la necesidad de formación teológica o metodológica por parte de las familias, que preocupadas por la educación en la fe de sus hijos y sin vinculación a parroquias o comunidades cristianas, se unen y elaboran juntas un proyecto que deriva en un movimiento de grupos de catequesis familiar. En ellos, comparten sesiones de formación para padres, convivencias compartidas por toda la familia, con un sentido celebrativo, elaboración de material para poder trabajar en la familia... con ello intentan madurar todos juntos en la fe, de modo que "la Religión, más que una asignatura, sea una manera de vivir, manifestar, transmitir y celebrar la vida desde la adhesión a Jesús de Nazaret."

Por otra parte, las parroquias que reciben la demanda de los padres para realizar la catequesis sacramental, han emprendido iniciativas que pasan por implicar a éstos en el proceso, asumiendo la contradicción entre la demanda de los padres y la oferta de fe que la parroquia propone:

*    oferta de maduración en la fe, frente a la demanda puntual de instrucción.

*    intento de formar comunidad, frente al simple rito sacramental de un día.

*    catequesis para adultos frente a catequesis sólo para niños.

Todo esto supone un reto para la parroquia, porque exige profundizar en los valores de la religiosidad popular y, revalorizar el rito en su dimensión comunitaria para facilitar la identificación religiosa. Para ello se trabaja con los catequistas, para que sepan iniciar para el silencio y la escucha, educar los sentidos, aceptar la sorpresa y saber celebrar lo que se vive.

6.- Otras reflexiones

La transmisión de la fe es ofrecer desde el amor y la libertad lo mejor de lo que somos, vivimos y anhelamos. Ciertamente la experiencia de la paternidad y maternidad, y también de la vida de pareja, es un lugar privilegiado en que podemos vivir radicalmente los valores más genuinamente cristianos del amor sin límites, el perdón incondicional, la presencia fiel y constante, el agradecimiento pleno... son experiencias vitales que todos experimentamos a veces con sorpresa, conociendo nuestras limitaciones.

No deberíamos caer en el error de entrar en la vía de la culpabilización y del deber, sino en la de la apertura de sentido en un clima de confianza y de amor resaltando las dimensiones liberadoras y plenificantes de la fe ¿Tendremos que aprender a invertir el proceso que nos sirvió a nosotros, por el que primero teníamos que cumplir determinados preceptos y después, ir entendiéndolos, amándolos e incorporándolos a nuestro ser más íntimo? ¿Sigue valiendo el método de aprovechar la credulidad infantil para ofrecer expresiones de una fe pre-crítica? "En nuestra cultura secular, sólo una fe personalizada hecha experiencia puede tener sentido: se requiere una gran capacidad de dar razón de ella."

"Los hijos son una llamada a que los padres vivamos la fe en pareja, acogiendo todas las diversidades en su concreción".  ¿Y cuando esas diversidades afectan a hechos que implican la práctica de la oración en común, o de la lectura de textos bíblicos en comunidad, o de participación sacramental, o de modo de vivir y entender los acontecimientos cotidianos? El mantener la convivencia, el amor y el respeto admirado de la evolución del otro es también un testimonio de vivencia radical de la experiencia de fe, una forma de transmitir el misterio de libertad que la llamada de Dios supone para cada ser humano. Dar razón de esta experiencia es también una manera de transmitir esa fe recibida y esa Gracia de Dios que nos ayuda a seguir caminando juntos. "¿No será la simple credibilidad personal portadora de las esencias de Dios? ¿No radicará en la autenticidad del hombre y la mujer como pareja, y su éxito en el devenir histórico, una parte de la transferencia de Dios?. Hay que seguir trabajando en el proyecto: concluir el hacerse personas, resolver dilemas y compromisos, y explicitarlo en la familia. "Hemos de transmitir a nuestros hijos que, decidan lo que decidan, serán hijos de Dios, de ese Dios sencillo y próximo, metidos en su plan salvador". Por eso les llevamos al bautismo, y por eso quisimos cultivar su permanencia en la fe.

7.- Conclusión

"Aún en tiempos de penumbras y de tanteos, se puede enseñar a decir Dios"; guiar hacia los bordes del Misterio, hablar de una Presencia bienhechora; decir de Alguien en quien confiar y en quien buscar perdón incondicionalmente. Es posible enseñar a descifrar signos, que es como aprender a excavar por debajo de la superficie de la realidad; es posible enseñar a valorar actitudes que es como ayudar a descubrir otra belleza, enseñar a oír el silencio que tiene su propia voz que suene desde dentro; ayudar a imaginar el rostro de Jesús a partir de su modo de mirar, de hablar, de compadecer y anunciar una alegría distinta. ...Existen momentos de comunicación en los que, si prima la voluntad de atestiguar lo que creemos ante aquellos a los que amamos, habrá prevalecido la oferta sobre el adoctrinamiento...

La relación que necesita la fe para ser adecuadamente comunicable es una de las de mayor calidad humana. El mismo ambiente de la verdad limpia, de la entrega y la confianza sin fondo que el niño tiene que hallar para crecer, es el lugar donde el "yo creo" de los padres puede provocar su creer.

En esa conversación permanente de los afectos y de las informaciones primeras, la palabra antigua y actual de la fe, resulta no sólo fácilmente audible, sino cargada de significación. Y es que al fin, transmitir la fe no es sino una manera de avivarla. "

Ante todas estas vacilaciones, no podemos perder de vista que en definitiva aquello que queremos transmitir no es nuestro: no se trata de proyectarnos a nosotros mismos en nuestros hijos, sino de ser vehículo para hacerles llegar el amor de Dios. "Sé que no es mi obra la que hago, sino la tuya. Eres Tú quien me envía a realizarla, y saberlo me libera de la ansiedad de querer medir los resultados y de la impaciencia para acelerar su proceso. Me has entregado el Reino como una semilla, y yo duermo tranquilo mientras crece por su propio impulso; la veo ya granando mezclada con brotes de cizaña, y sé que hay que dejarlas crecer juntas hasta la siega. Me he puesto en tus manos como el puñadito de levadura que mi madre mezclaba con la harina, y confío en la fuerza secreta de fermentación que has escondido en mi vida."

Por eso nuestra oración ha de estar llena de esperanza, sabiendo que el mensaje de Jesús es por encima de todo llamada a la alegría. "Querría pedirte hoy, Padre, que me enseñes a hablarles de Ti como de alguien que lo que quiere es aligerar sus cargas y enderezar sus espaldas dobladas, y a decirles que Jesús está en medio de ellos para consolarles y animarles, para llevar junto a cada uno el yugo que lleva sobre sus hombros."

Bibliografía

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