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Teología Espiritual XLI (1997) UNA
TEOLOGIA EN FUNCIÓN DE LOS «SIGNOS DE LOS TIEMPOS» Reflexiones en torno a la metodología teológica de la «Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual» del Concilio Vaticano II
Vicente
Botella Cubells, O.P. 0. INTRODUCCIÓN. «Todo esto y cuanto podríamos aun decir sobre el valor humano del Concilio, ¿ha desviado acaso la mente de la Iglesia en Concilio hacia la dirección antropocéntrica de la cultura moderna? Desviado, no; vuelto sí. Pero quien observa este prevalente interés del Concilio por los valores humanos y temporales no puede negar que tal interés se debe al carácter pastoral que el Concilio ha escogido como programa, y deberá reconocer que ese mismo interés no está jamás separado del interés religioso mas auténtico... La religión católica y la vida humana reafirman así su alianza, su convergencia en una sola humana realidad: la religión católica es para la humanidad; en cierto sentido, ella es la vida de la humanidad. Es la vida, por la interpretación... que nuestra religión da del hombre, y la da precisamente en virtud de su ciencia de Dios: para conocer al hombre, al hombre verdadero, al hombre integral, es necesario conocer a Dios... Y si recordamos... cómo en el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lagrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo (Mt.25,40), el Hijo del Hombre, y si en el rostro de Cristo podemos y debemos, además, reconocer el rostro del Padre celestial: "Quien me ve a mí ve también al Padre Un. 1 4,9), nuestro humanismo se hace cristianismo, nuestro cristianismo se hace teocéntrico, tanto que podemos afirmar también: para conocer a Dios es necesario conocer al hombre». Estas palabras de Pablo VI al término de la sesión pública que clausuraba el Concilio Vaticano II (7‑12‑65) sintetizan, con sencillez y claridad, el sentido de la obra conciliar, subrayando, al mismo tiempo, ciertas claves para entenderla. Expresiones como «vuelta a la orientación antropocéntrica de la cultura contemporánea»; el establecimiento de una correlación tan ponderada en el interior del cristianismo entre el humanismo y el teocentrismo y la indicación expresa de una convergencia en la realidad humana entre la fe católica y la propia vida humana; o las afirmaciones en torno al carácter pastoral del programa del Concilio ofrecen algunos de los elementos más originales en orden a la interpretación del Vaticano II. Elementos que, de un modo paradigmático, hallamos en la «Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual» (Gaudium et Spes). No hay que olvidar que estas palabras del Papa Montini fueron pronunciadas el mismo día de la aprobación de dicha Constitución y, en ellas, como es lógico, se deja entrever la justificación de algunas de sus pretensiones más relevantes y polémicas. Esta primera aportación, en el interior del ciclo de Conferencias sobre la Gaudium et Spes a los 30 años de su promulgación organizado por la Facultad de Teología de Valencia, pretende destacar la originalidad metodológica de la reflexión conciliar mediante la presentación concreta de la formalidad sobre la que se asienta la «Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual». Dicha aportación parte del convencimiento siguiente: no hay ningún otro texto del Vaticano II que nos conduzca tan directamente al corazón del último Sínodo Ecuménico como la GS. La singularidad del Vaticano II la hallamos, eso creemos, en la singularidad de la Gaudium et Spes. Y esta singularidad, entre otras cosas, es de orden metodológico. En este punto, pues, se va a centrar nuestra atención. En el título de la Conferencia se explicita la novedad del método conciliar desarrollado por la GS: la teología de los «signos de los tiempos». Este método, obviamente, conlleva una comprensión determinada de la fe cristiana. Las claves de la formalidad propuesta por el Vaticano II, sobretodo en la GS, son las que permiten entender algunas de las cuestiones propuestas por el Concilio para renovar la vida de la catolicidad de finales del siglo XX. De ahí el interés que el tema metodológico posee. Si se capta la estructura formal sobre la que se levanta la GS se está en una envidiable situación no sólo para entender sus contenidos concretos sino también el significado de todo el edificio conciliar. En un edificio hay que entrar por la puerta de acceso y provistos de la llave correspondiente. La llave que facilita la entrada en el mundo de la reflexión teológica es el método. En el caso que nos ocupa la llave que hay que manejar para penetrar en los secretos del Vaticano II es la de los «signos de los tiempos». El lugar adonde hay que acudir para encontrarla es la GS. El recorrido que realizaremos para familiarizarnos con el método de los «signos de los tiempos» y, de este modo, entresacar la teología elaborada a partir de él por la GS es el siguiente: 1° Mostrar el esbozo programático del método de los «signos de los tiempos» en la alocución inaugural de Concilio Vaticano II de Juan XXIII. 2° Explicar el funcionamiento y la aplicación del método de los «signos de los tiempos» en la Constitución Pastoral GS. 3° Indicar, sobre la base ofrecida de la GS, los rasgos señeros de una teología construida en función de los «signos de los tiempos». 4° Por último, a modo conclusivo, plantear algunas reflexiones sobre la actualidad del método. Procedamos, pues, de acuerdo a este itinerario. 1. LA GAUDET MATER ECCLESIA (GME): ESBOZO PROGRAMÁTICO DEL MÉTODO DE LOS «SIGNOS DE LOS TIEMPOS». Todos los estudiosos están de acuerdo en señalar la singularidad sorprendente del Concilio Vaticano II con respecto a la tradición conciliar en la que se inscribe. Ningún otro Concilio en la historia ha tenido las peculiaridades que adornan al Vaticano II (21° en la lista de Concilios ecuménicos). Estas peculiaridades se refieren al número de Padres y de participantes,[1] al volumen de sus Actas[2] a la variedad de géneros literarios de sus textos[3] y su compleja redacción y, cómo no, a la preocupación pastoral de su convocatoria y de sus enseñanzas. Todo ello hace del Vaticano II un concilio diferente. Y esta diferencia se torna en dificultad a la hora de la interpretación. En la tradición conciliar anterior la contraposición autorizada de la Iglesia frente a determinadas posiciones heréticas facilitaba la lectura de los documentos conciliares. La ausencia de un "oponente" concreto frente al que definirse y definir obliga a la hermenéutica a tentar nuevos caminos para inteligir el sentido del Vaticano II[4] Quizá por ello, y como se señala, la auténtica interpretación‑recepción del Vaticano II todavía no está concluida.[5] Ante esta situación nada tiene de extraño que los expertos e incluso el mismo Sínodo Extraordinario de los Obispos del 85, celebrado a los 20 años de la clausura del Vaticano II, sigan proponiendo claves hermenéuticas destinadas a la captación del espíritu y la letra del Concilio.[6] Tal labor es fundamental para no desvirtuar el perfil de la tradición viva de la Iglesia Católica en nuestros días. A nuestro entender, de entre el abanico de claves de lectura ofrecidas por los expertos, merece una particular atención aquélla que orienta hacia el Discurso inaugural del Concilio: la alocución Gaudet Mater Ecclesia. En ella, creemos, hallamos condensada la mentalidad que el Concilio del siglo XX debía hacer suya según la visión de Juan XXIII. Esta mentalidad, esta forma de pensamiento, de la Gaudet Mater Ecclesia entregaba a los Padres conciliares un esbozo metodológico con el que trabajar. No cabe duda de que el Concilio hizo un buen uso de él. La mejor plasmación de ese esbozo la hallamos en la Gaudium et Spes. Si esto es así, hay que establecer y destacar, al hablar de la originalidad metodológica del Concilio, una correlación estrecha entre la Gaudet Mater Ecclessia y la GS. Si como afirmamos antes la singularidad del Vaticano II es la singularidad de la GS, habrá que matizar ahora que la singularidad del Vaticano II es la singularidad de la Gaudet Mater Ecclesia desarrollada, como en ningún otro documento conciliar, por la GS. Consecuentemente, si esa originalidad‑singularidad metodológica se llama en la GS «el método de los signos de los tiempos»» en el discurso inaugural del Papa Roncalli encontraremos ya su apunte. Justamente es lo que queremos mostrar en este primer apartado de la charla. En verdad, la alocución Gaudet Mater Ecclesia fue decisiva para la suerte del Vaticano II. En ella Juan XXIII expresó, con fuerte convicción, el porqué del Concilio, su tarea principal, su alcance y el método que debía utilizar. La rotundidad de sus afirmaciones en aquella solemne ocasión, respaldada, además, por actuaciones decisivas durante la primera Sesión conciliar (incluso dejando de lado el reglamento conciliar vigente),[7] son una prueba inequívoca de la clarividencia del Papa Roncalli en lo referente a la idea del Vaticano II por la que apostaba. El, que confió a la curia pontificia la preparación conciliar, pudo observar cómo el tipo de Concilio que se estaba gestando, y que culminó en los esquemas que se entregaron a los Padres para los debates iniciales, no era exactamente el mismo que él tenía en la mente y el corazón.[8] De ahí la trascendencia de las palabras de Juan XXIII en la alocución inaugural del Vaticano II. Por las repercusiones que iba a provocar de cara a la suerte final del Concilio y por el significado de éste en la evolución eclesial posterior, hay autores que no dudan en ver en la Gaudet Mater Ecclesia uno de los textos más señalados para comprender el destino contemporáneo de la Iglesia Católica y de su reflexión teológica.[9] Pero no nos desviemos demasiado de la cuestión que nos ocupa. ¿Qué aporta la GME de cara a la comprensión del método de los «signos de los tiempos» que, posteriormente, desarrollará la GS? Hay que precisar, antes que nada, que la expresión «signos de los tiempos», presente en otros textos del Papa Roncalli (constitución Humanae Salutis, encíclica Pacem in tenis) no aparece en ningún momento en la GME. Siendo esto así, sin embargo, no puede negarse una presencia implícita de la temática en el discurso inaugural del Vaticano II. ¿Qué datos avalan esta presencia implícita de la cuestión de los «signos de los tiempos»? a. El dato primero y fontal (pues de él brotan los otros) que avala el reflejo real del tema de los «signos de los tiempos» en la GME[10] es el reconocimiento del carácter histórico de la fe cristiana y, como consecuencia, la historicidad de la Iglesia y de su misión. Juan XXIII, desde las primeras frases de su discurso, nos sitúa en el ámbito de la historia y, en ningún momento, aleja su reflexión de él: primero alude a la tradición histórica de los concilios anteriores con la que el Vaticano II quiere estar en continuidad, luego hace una lectura del significado de esa tradición a la luz del sentido último de todo el dinamismo histórico (Cristo), finalmente, justifica la necesidad de la convocatoria de un nuevo concilio en el contexto histórico presente. Sólo desde estas bases históricas subrayadas por el Papa Roncalli puede entenderse la fe cristiana y el sentido del Concilio del siglo XX. Hay que reconocer que esta posición, en sí misma, tiene poco de original, sin embargo, a decir verdad, durante bastante tiempo fue olvidada por el magisterio oficial y la teología. Trágicamente, la marginación de lo histórico en la Iglesia Católica se volvió contra ella misma puesto que quedó visiblemente rezagada en el interior de la evolución de la historia contemporánea.[11] El Papa Juan parecía decidido a hacer cambiar esta situación. El instrumento escogido para lograrlo es el Vaticano II. Por ello, en la GME, recuerda a la Iglesia en Concilio el carácter encarnado de la economía de la salvación, señalando, igualmente, algunas de las consecuencias derivadas de este hecho. En su revelación histórica, Dios se ha ido adaptando a los hombres para que su mensaje fuese más diáfanamente escuchado. Jesucristo constituye la prueba evidente de este proceder divino que, en cada época, se ha introducido en el horizonte histórico en el que las personas humanas se hallaban. Si esto es así, y no cabe la menor duda, la fe cristiana ha de vivirse, de pensarse y de transmitirse en los contextos históricos cambiantes (¡dónde si no!). Teniendo en cuenta estos principios, Juan XXIII asevera con fuerza en su alocución inaugural que la «historia es maestra de la vida» y que todos (especialmente los nombrados como "profetas de calamidades") «pueden aprender muchas cosas de ella». Justamente, en la mente del Papa, el Vaticano II es el fruto de esa pedagogía histórica a través de la cual Dios ha hablado y continúa haciéndolo. De ahí que Juan XXIII crea percibir en la situación histórica presente una oportunidad inestimable para un nuevo acercamiento o encarnación del mensaje evangélico de acuerdo con las posibilidades ofrecidas por el mundo de finales del siglo XX. Esa oportunidad es el Vaticano II. b. El segundo dato a considerar de cara a la verificación de la presencia implícita de la cuestión de los «signos de los tiempos» en la GME se refiere a sus claves metodológicas. De acuerdo a la condición histórica de la fe subrayada por Juan XXIII, la vivencia cristiana está llamada, ineludiblemente, a pasar por la historia. La Iglesia, como es evidente, no cumplirá su misión sin abrirse a esa historia, con sus luces y sus sombras. El Papa se muestra en este punto categórico. Y es que, no lo olvidemos, era sabedor de que muchos de los que en el aula conciliar se encontraban no comulgaban con sus planteamientos. A ellos les dedica el calificativo de «profetas de calamidades» y, ante ellos y el Concilio en pleno, intenta explicar la lógica de su posición y los criterios formales que la articulan. La coherencia de su argumentación es incontestable: si Dios se hace historia en Cristo, la historia humana es el lugar donde acontece el encuentro de Dios con los hombres. Por consiguiente, esa historia tiene siempre una lectura de fe, una lectura teológica. En palabras del Papa Juan: «nos parece necesario decir que disentimos de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos como si fuese inminente el fin de los tiempos. En el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un nuevo orden de relaciones humanas, es preciso re‑conocer los arcanos designios de la Providencia divina que, a través de los acontecimientos y de las mismas obras de los hombres, muchas veces sin que ellos lo esperen, se llevan a término, haciendo que todo, incluso las adversidades humanas, redunden en bien para la Iglesia» (n° 10). El razonamiento no se detiene aquí. Sigue progresando. Si es necesario pasar por la historia y hacer de ella una lectura teológica, este paso ‑puntualiza Juan XXIII‑ ha de ser integral y completo. Todo lo humano, todo lo histórico interesa al mensaje cristiano y a la Iglesia. No existen, por tanto, zonas o dominios de la realidad histórica y humana excluidos de la relación con Dios. Tampoco hay ámbitos separados entre lo espiritual y lo mundano sino una clara correspondencia e implicación mutua. El Papa subraya esta idea al afirmar en la GME que la totalidad de la doctrina que custodia la Iglesia interesa a la realidad íntegra de lo humano («tal doctrina ‑el sagrado depósito cristiano, afirma Juan XXIII‑ comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo...». Y en el mismo párrafo un poco después continúa: «A fin de que esta doctrina alcance los múltiples campos de la actividad humana referentes al individuo, a la familia, a la sociedad..», n° 13). Sin duda, con esta integridad en el paso por la historia real está también relacionada la envergadura del proyecto de Juan XXIII. El Vaticano II, de acuerdo a sus palabras en la GME, se pretende un medio que facilite la construcción de una familia humana universal que, abarcando y reconciliando a todos los hombres sin excepción, haga efectivo el deseo de "unidad en la verdad" expresado por Jesucristo poco antes de su Pascua. Como es lógico, el Papa Juan era consciente de que este paso íntegro por la historia, necesario para la vivencia de la fe y el ejercicio de la misión eclesial, implicaba movimiento. Pasar por la historia, significa acercarse al mundo, recorrerlo, conocerlo. ¿Cómo leer teológicamente el dinamismo histórico sin estar en contacto con él? En coherencia con esta movilidad, Juan XXIII asigna al Concilio, en la GME, una tarea principal: superar el estancamiento teológico‑pastoral (no quedarse en la historia pasada para seguir repitiendo las antiguas formulaciones doctrinales) y «dar un paso hacia adelante (un salto decía su texto manuscrito en italiano)»[12] hacia el mundo y sus avatares, hacia la realidad del presente, hacia la historia para tratar de expresar en el interior de sus nuevas posibilidades la riqueza del patrimonio de la fe recibido y custodiado por la Iglesia. Un paso hacia la historia presente (y no olvidemos que la Iglesia había quedado descolgada de esa historia) orientado por un principio erigido sobre una doble fidelidad: la fidelidad a la verdad evangélica y la fidelidad a la historia humana contemporánea en la que esa verdad debía encarnarse. En palabras exactas del Papa Roncalli: «Si la tarea principal del Concilio fuera discutir uno u otro articulo de la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo con mayor difusión la enseñanza de los padres y teólogos antiguos y modernos..., para esto no era necesario un Concilio. Sin embargo, de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia..., el espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que se de un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que está en correspondencia mas perfecta con la fidelidad a la autentica doctrina, estudiando ésta y poniéndola en conformidad con los métodos de la investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales» (n° 14). En este avance decidido de la Iglesia hacia el contexto contemporáneo y en la lectura teológica de este ultimo encontramos las claves mas relevantes aportadas al Concilio por la GME a propósito del método de los «signos de los tiempos». Precisamente estas claves, que como veremos sostienen la aplicabilidad del método de los «signos de los tiempos» en la GS, son las propias, en palabras del Papa Juan en el discurso inaugural, de un ejercicio del magisterio eclesial de tipo pastoral.[13] De acuerdo a esta indicación, por pastoralidad magisterial hay que entender la realización de la tarea asignada por el Papa al Vaticano II. Tarea unida, como estamos repitiendo, al hecho de la inscripción histórica de la verdad custodiada por la Iglesia y, por tanto, al empleo de un método de reflexión y de evangelización determinado: los «signos de los tiempos». Por aquí se vislumbra la inequívoca conexión entre la GME y la Ramada «Constitución pastoral de la Iglesia en el mundo actual‑ (GS). c. Finalmente, destaca un tercer dato en orden a la detección del tema de los «signos de los tiempos» en la alocución inaugural: el modo eclesial de acercarse a la historia humana en el momento presente. Nos referimos, mas en concreto, a la manera de corregir los errores según el Papa Juan. Enseña la GME: «en nuestro tiempo la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia mas que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de la doctrina mas que condenándolos» (n° 15). La misericordia frente a los errores y la exposición clara de la doctrina, dejan la puerta abierta al tema del dialogo, tan sabiamente explotado después por la GS. Pero, además ‑y siempre según la GME‑, parece haber otra circunstancia que aconseja vivamente a la Iglesia el recurso a la misericordia en el ejercicio de su ministerio pastoral. Tal circunstancia no es otra, explica el Papa Juan, que la propia evolución de los acontecimientos mundiales, donde se dan no pocos indicios esperanzadores. La experiencia, comenta el Papa, esta convenciendo a los hombres de la falsedad de muchas de las soluciones que no cuentan para nada con la fe. Y, como consecuencia, esta favoreciendo una especie de encuentro humano espontáneo en torno a temas como «el valor máximo de la dignidad de las personas». Por aquí, despunta de nuevo toda la fuerza de la expresión papal «la historia es maestra de la Vida». Pues bien, estas pistas lanzadas por la GME sobre el modo de corregir las desviaciones del tiempo presente encajan perfectamente con los datos anteriores. Por una parte, corroboran el reconocimiento de la historia como el lugar propio de la fe y de la evangelización. Por otra, vuelven a sugerir un paso riguroso por ella. Finalmente, perfilan el estilo de este proceso: la misericordia, la comprensión, el dialogo sincero... Todo esto conforma el suelo vital del método de los «signos de los tiempos» desarrollado singularmente por la GS. Vamos a verlo. 2. EL METODO DE LOS «SIGNOS DE LOS TIEMPOS» UTILIZADO EN LA GS La GS es el documento del Vaticano II que de un modo mas directo conecta con las ideas esbozadas en la GME. Las bases sobre las que se levantó el Concilio son las que puso el discurso inaugural de Juan XXIII. Como venimos comentando, entre ellas se hallaba, implícito, el método de los «signos de los tiempos», o si se prefiere ‑ pues en ultimo termino es lo mismo en la mente de Juan XXIII‑ la puesta en marcha de un ejercicio pastoral de la función magisterial de la Iglesia. La «Constitución pastoral sobre la misión de la Iglesia en el mundo actual‑ aplica explícitamente y con rigor el proyecto pastoral de Juan XXIII y, por ello, desarrolla la metodología de los «signos de los tiempos». Esto es, precisamente, lo que queremos mostrar en este segundo punto de la charla. En el nos ajustaremos al siguiente itinerario: 1‑ Datos clave de la metodología de los «signos de los tiempos» recibidos de la GME. 2‑ Significado exacto del método en la GS y su aplicación. 3‑ El presupuesto teológico del método. 2.1. DATOS CLAVE DE LA METODOLOGÍA RECIBIDOS DE LA GME. Venimos reiterando la continuidad metodológica entre la GME y la GS. Señalados los datos y las claves de ese método en el discurso inaugural del Concilio debemos mostrar ahora su utilización por parte de la GS. • Ante todo, por ser el dato capital, el reconocimiento de la historicidad del cristianismo, de la Iglesia y de su misión. Apenas iniciada la Constitución, en el primer numero del «Proemio», encontramos ya la presencia de este dato que, ciertamente, delimita el marco en el que se va a mover todo el documento. Un marco humano a histórico: «Los Gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana esta integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y ha recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia». De este modo, la mundanidad en la que se desarrolla la historia humana se revela, en la GS, como el lugar del encuentro de Dios con los hombres y, por tanto, como el lugar de la realización de la misión de la Iglesia. • En segundo termino, también hallamos presente, desde las primeras afirmaciones de la GS, el dato del necesario paso por la historia que sugiriese Juan XXIII en la GME. La Iglesia en su función evangelizadora ha de acercarse a la realidad concreta del mundo humano: «para cumplir esta misión... es necesario ‑explica la GS- conocer y comprender el mundo en que vivimos» (n° 4). Y, tal y como indicara el Papa Juan en la alocución inaugural, este imprescindible paso por la realidad histórica ha de ser íntegro. Por eso, programáticamente anuncia la Constitución pastoral en su numero tercero: «es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre, pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien será el objeto central de las explicaciones que van a seguir». Y, ciertamente, el transito de nuestro documento por la realidad histórica de su tiempo es exhaustivo. Un simple vistazo al esquema que lo articula lo confirma. • Igualmente, como subrayara el Papa Juan en la GME, el alcance y la envergadura a los que se ajusta la GS es universal. Nadie, por lo tanto, queda excluido del anuncio o de la propuesta conciliar, como enfatiza el numero 2 de la Constitución: «el Vaticano II, tras haber profundizado en el misterio de la Iglesia, se dirige ahora no sólo a los hijos de la Iglesia Católica y a cuantos invocan a Cristo, sino a todos los hombres, con el deseo de anunciar a todos cómo entiende la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual». • Por ultimo, la presencia del dato referente a la manera de acercarse al mundo o a la historia de los hombres por parte de la Iglesia, que propusiera la GME, también se hace notar en la GS transformándose en una cuestión central. Si Juan XXIII recomendaba a la Iglesia conciliar, en su acción ministerial, el use de la misericordia y de la exposición clara de la doctrina frente a las desviaciones del mundo moderno, la GS repite sin cesar, en clara continuidad, la pedagogía del "dialogo". Así, por ejemplo: «el Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor hacia toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder Salvador que la Iglesia... ha recibido de su Fundador» (n.°3, cf. 40, 43 y 92). Este dialogo defendido por la GS, como estrategia evangelizadora en su paso por la realidad histórica, es prueba del deseo sincero de la Iglesia en Concilio de ponerse a la altura de sus interlocutores, de adaptarse a las condiciones del momento («la adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización», recuerda el n°. 44) para que, de este modo y como quería el Papa Roncalli, el encuentro de Cristo con los hombres de hoy fuera mas acertadamente propiciado. Pero no todo queda en esto. Esta clave tiene mayor relevancia de la que parece para el funcionamiento del método de los «signos de los tiempos» Indicamos ya que, en las ideas de la GME, era detectable otra razón de conveniencia a la hora del empleo de la medicina de la misericordia por parte de la Iglesia: lo que la experiencia (o la historia) estaba enseñando a los hombres. Esta enseñanza estaba provocando una especie de consenso espontáneo sobre temas principales. Un consenso humano anterior, incluso, a la evangelización pero, y es lo importante, en consonancia con la verdad revelada. Este hecho, insinuado por el Papa Juan, juega un papel trascendente en la GS. Baste aquí su mención. Llegado el momento, cuando hablemos del presupuesto teológico del método, tendremos ocasión de volver sobre este punto y de comentarlo con mayor amplitud. 2.2. SENTIDO DEL METODO Y SU APLICACIÓN EN LA GS Comprobada la influencia de la GME en el GS en lo tocante a los datos que consideramos «clave» en la cuestión de los «signos de los tiempos», hora es de pasar a la explicación del sentido exacto de esta metodología y a la verificación de su funcionamiento en el documento conciliar. Partamos de una aproximación general de la significación del método que pueda ser comentada y ampliada después. Cuando la GS relaciona la labor de la Iglesia en el mundo actual con el tema de los «signos de los tiempos» esta expresando una opción a la hora de acometer dicha labor. Esta opción es metodológica. El método o procedimiento escogido, consiste en una lectura de la realidad y del dinamismo histórico de la época. Pero, claro, se trata de una lectura especial. No es una lectura neutra o aséptica. Muy al contrario, posee un constitutivo interés teológico que define su especificidad. Por ello, la lectura de la realidad del método de los «signos de los tiempos» supone un encuentro critico entre esa realidad y el evangelio. Y todo esto, no lo olvidemos, en orden a que el mensaje eclesial pueda llegar a la situación de los hombres en unas condiciones que favorezcan su comprensión y su acogida. Este sentido primero y genérico del método es el que se desprende de los textos de la GS: «para cumplir esta misión, es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época a interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad» (n° 4); «el Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios»(n°.11); «es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada» (n°.44). Vayamos ahora más despacio profundizando en algunos de los elementos apuntados en esta primera aproximación. Si nos fijamos bien, el método de los «signos de los tiempos» se desarrolla en el interior de una misma dinámica compuesta por tres momentos distintos. El primero de estos momentos es el del paso por la realidad y el de su conocimiento riguroso. Podríamos decir que se trata del estadio inductivo[14] del método. A continuación, el resultado del primer momento se ha de confrontar con el Evangelio o con Cristo. Supone, pues, una instancia crítica que se hace operativa a modo de juicio. Un juicio realizado por parte del sujeto evangelizador (en este clase la Iglesia en Concilio) y destinado a discernirlo verdadero y lo falso de la realidad histórica a partir de ese dato previo e ineludible para la fe que es Cristo o el Evangelio. Es el momento interpretativo o hermenéutico. Finalmente, en un tercer instante, el método se torna práctico puesto que se ve abocado a entregar el producto resultante de la interpretación realizada bien en forma de respuesta a problemas concretos planteados por la realidad bien a modo de estrategias de actuación evangelizadora. Consideradas así las cosas, aparece muy clara la relación, como alguien ha hecho notar, de los «signos de los tiempos» con el clásico método de la JOC (ver, juzgar y actuar), operativo en el interior de la Iglesia bastantes años antes del Vaticano II.[15] Asentado el sentido primero y la estructura articuladora del método de los «signos de los tiempos» en la GS es necesario seguir profundizando para evitar cualquier desvirtuación de su significado estricto. En esta línea de reflexión, cuestión prioritaria es la de saber cómo se ha de entender correctamente la presencia y la actuación de Dios en la historia que supone el método. Ciertas expresiones de la GS nos ayudarán a centrarnos. Por ejemplo, en el n° 11 se dice: «el Pueblo de Dios... procura discernir en los acontecimientos... los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios». Inmediatamente, surge el interrogante: ¿ello significa que escrutando la realidad a la luz del Evangelio se ha de percibir en unos determinados eventos, frente a otros, una especial actuación de Dios? Otro caso, cuando la Constitución Pastoral afirma que «entre los principales aspectos del mundo actual hay que señalarla multiplicación de las relaciones mutuas entre los hombres» (n°. 23), ¿hay que entender que en la relevancia sociohistórica de ese fenómeno contemporáneo está Dios más presente que en cualquier otro? Responder de forma satisfactoria a estas preguntas es muy importante para no hacer caer a Dios en la mezquindad y para no manipular la trascendencia del método de los «signos de los tiempos». La propia GS nos ofrece las pistas para contestar. El mundo y la historia humana es el lugar del encuentro entre Dios y el hombre. Dios, por tanto, actúa allí y el hombre percibe allí su actuación. Pero no basta con hacer esta afirmación. Hay que matizar para no confundirse. Dios actúa en la historia y en la vida de los hombres pero no lo hace concurriendo con las causas mundanas y humanas que él mismo ha creado y a las que, además, sostiene en la existencia.[16] Dios, por tanto, no queda atrapado ni compite con su obra. El, en todo caso, es el origen y el sentido de todo ese dinamismo en el que las cosas son lo que son y el hombre es lo que es. En el caso de la libertad humana hay un ofrecimiento primero auspiciador de una respuesta coherente. Dios, por tanto, actúa dejando actuar. Lógicamente, esta disposición del proceder divino se hace perceptible, sobre todo, cuando la actuación favorecida está en consonancia con el sentido último que la ha hecho posible (Dios). En la historia de las relaciones salvíficas entre Dios y los hombres la huella, el trazo más claro de esta actuación divina a través de la actuación humana lo hallamos en Jesucristo. El es quien verdaderamente ajusta su libertad a la libertad divina y, de este modo, revela, como nadie a Dios y su proyecto. De alguna manera, en Cristo, por esa plena correspondencia entre Dios y la criatura se desvela el conjunto del significado de la historia. Por eso, decimos que Dios se ha comprometido como en ningún otro caso en la actuación de su propio Hijo encarnado y que Este lo recapitula todo. Desde esta perspectiva, el único y el gran signo de la historia y de la presencia de Dios es Jesús, el Cristo. Los otros signos de esa presencia son dependientes de él. Son signos de segundo orden. Este es, precisamente, el elemento clave para inteligir correctamente el significado del método de los «signos de los tiempos»."[17] «Signos de los tiempos», pues, no son signos de Dios en la historia en el sentido de instantes privilegiados de su presencia. Tampoco son meros eventos de un interés nacido en una época o fruto de un consenso social reconocido."[18] Los «signos de los tiempos» nacen exclusivamente de la confrontación del dinamismo histórico con el gran signo (Cristo), (recordemos la fase interpretativa o hermenéutica del método). Y son signos de Dios en la medida en que, leída la realidad desde la luz de Cristo, se vislumbra en ella una solicitación divina dirigida a la libertad humana para actuar en esa realidad conforme a la actuación de su Hijo. Es decir, una respuesta filial libre. Sin esa respuesta libre y coherente, como la de Cristo, no sería posible una encarnación de su mensaje. Sin esa respuesta la misión eclesial está condenada al fracaso. La GS nos ofrece estas precisiones sobre todo en dos de sus números (10 y 22). Números de una gran importancia para la metodología de los «signos de los tiempos»: «Cree la Iglesia que Cristo... da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación, y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de la toda la historia humanase halla en su Señor y Maestro. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo... Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible... el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época» (10); «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona... Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad» (22). Resumiendo, ajustada a estas coordenadas presenta la GS la naturaleza del método de los «signos de los tiempos». A partir de este marco se despliega y se aplica en la Constitución pastoral. Después de todo lo que hemos comentado bastarán unas pequeñas indicaciones al respecto. Al comienzo de la GS nos encontramos con «La Exposición preliminar: Situación del hombre en el mundo de hoy». Viene a ser el primer momento de la reflexión conciliar de acuerdo a las exigencias del método de los «signos de los tiempos». La Iglesia en Concilio, de cara al cumplimiento de su misión evangelizadora, se abre a los hombres de hoy. Pasa por su historia. Quiere conocer sus problemas. De este modo, esta exposición casi se convierte en un sucinto análisis sociológico, psicológico y fenomenológico del mundo humano. A su término, la GS pone de relieve las cuestiones fundamentales que el hombre, en la actual situación, tiene planteadas (n°. 10). A continuación, y dadas estas cuestiones del hombre de hoy, la Constitución pastoral, ya en su primera parte («la Iglesia y la vocación del hombre»), las confronta con su clave de lectura de la realidad: Cristo y el evangelio. Estamos, pues, en el segundo instante del método. Recordemos que la aplicación de esta clave de lectura a la realidad concreta es la que eleva los acontecimientos y problemas humanos a la categoría de signos. En esta primera parte hay cuatro capítulos: los tres primeros analizan la «dignidad de la persona humana», la «comunidad humana» y la «actividad humana»; el cuarto, llamado «la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo», constituye un intento de ofrecimiento de la misión y del mensaje de la Iglesia a la realidad humana de hoy en referencia a los temas implicados en los tres capítulos anteriores. La estrategia pastoral que halla el Concilio para desempeñar su misión en el mundo de hoy (y nos hallamos en el estadio final del método) es el diálogo.[19] La segunda parte de la GS vuelve a aplicar el mismo método a lo que se denominan «algunos problemas más urgentes»: el matrimonio y la familia, la cultura, la vida económica y social, la vida política, la paz y la solidaridad internacional entre los pueblos. Cada uno de estos problemas ocupan los cinco capítulos de que consta. En la conclusión, la GS reitera la importancia del diálogo a todos los niveles, confiesa que algunas de las exposiciones ofrecidas son muy generales dado el carácter evolutivo de algunas de las cuestiones abordadas y recuerda que los cristianos han deservir con celo a los hombres de hoy. Como se aprecia en esta rápida presentación de su esquema, el método de los «signos de los tiempos» es el que orienta y articula la reflexión de la GS. 2.3.EL PRESUPUESTO TEOLÓGICO DEL MÉTODO: LA ANTROPOLOGÍA REVELADA. Cuanto hemos comentado en relación a los «signos de los tiempos» y su aplicación en la GS no quedaría completo sin considerar un presupuesto teológico que subyace en toda la metodología y que destaca, sobre todo, en el estadio resolutivo de la misma. Ya apuntamos algo sobre este particular anteriormente, prometiendo su abordaje específico al llegar a esta altura de la reflexión. Nos referimos al tema del consenso social creciente, en el interior del dinamismo histórico actual, sobre algunas cuestiones humanas de trascendencia. Consenso social, y esto es lo interesante, que acerca la experiencia y el pensamiento de gran cantidad de hombres y mujeres de hoy, aún antes de la acción evangelizadora, a las posiciones eclesiales. Como dijimos, esta situación, entre otras, llevó al Papa Juan, en la GME, a proponer al Concilio el empleo de la medicina de la misericordia. Propuesta que, en la GS, se transformó en la pedagogía del diálogo dentro del método de los «signos de los tiempos». Esta visión convergente de espíritus subrayada por el Vaticano II conviene pensarla. Ante todo, porque, en la reflexión conciliar, no se trata de un asunto coyuntural y de índole sociológica. Este encuentro entre la experiencia humana y la propuesta evangelizadora no es fruto de la casualidad o de la moda al uso. Tiene unas raíces teológicas que la GS explicita y que sostienen su estrategia pastoral dialógica. Raíces teológicas, por ende, que recorren las entrañas del método de los «signos de los tiempos». En
efecto, la GS parte de una antropología ajustada a los dictados de la
Escritura. Según ésta, el hombre ha sido creado a imagen de Dios. Además, en
nombre de su Creador ha recibido el encargo de gobernar la tierra (n°.12).
Conforme a ello, la criatura humana participa de la vida divina y de su misión.
Dios es la verdad del hombre. Así pues, lo verdaderamente humano, de acuerdo a
la revelación bíblica, siempre será manifestación de lo divino y, por eso, la
presencia de Dios en las criaturas es plenamente humanizadora. Son muchas las
consecuencias que se desprenden de estos principios. La Constitución pastoral
del Vaticano II las tiene bien presentes para justificar la validez de su
método evangelizador. Veámoslo. Sabemos que en el funcionamiento de la metodología de los «signos de los tiempos» hay un momento de juicio evangélico sobre la realidad histórica. Y el Concilio, además, presenta como significativo para los hombres de hoy el resultado de dicho juicio. Si ahora le preguntásemos al Vaticano II el porqué último de esta confianza en la pertinencia del resultado de su discernimiento crítico nos respondería, en la GS, citándonos los presupuestos de la antropología bíblica más arriba evocados. Es decir, recordando la conexión íntima entre la oferta del mensaje eclesial y la situación en la que se encuentra el hombre: siendo Dios el Hacedor del hombre nadie, como El, puede hacer que el hombre sea lo que en verdad es; nadie, como El, colma sus aspiraciones. Dichas las cosas de otra manera, debajo de la estructura del método de los «signos de los tiempos» late la convicción de que la búsqueda sincera del hombre es siempre un búsqueda implícita de Dios. Y ello, a pesar, incluso, de la realidad del pecado. El número 11 de la GS expresa estas ideas del siguiente modo: «el Concilio se propone, ante todo, juzgar esta luz los valores que hoy disfrutan de máxima consideración y enlazarlos de nuevo con su fuente divina. Estos valores, por proceder de la inteligencia que Dios ha dado al hombre poseen una bondad extraordinaria; pero, a causa de la corrupción del corazón humano, sufren con frecuencia desviaciones contrarias a su debida ordenación. Por ello necesitan purificación». Todo esto explica la razón por la que la GS aparece repleta de aseveraciones que no sólo ponen de manifiesto las coincidencias entre el dato evangélico y lo mejor de la experiencia humana, sino que, igualmente, proclaman que la Iglesia en su labor misionera ayuda a encontrar y ofrece soluciones verdaderamente humanas: «Lo que la revelación divina nos dice coincide con la experiencia» (n°.13); «La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se opone en modo alguno a la dignidad humana... sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre» (n°.21); «La Iglesia... desea unir la luz de la Revelación al saber humano para iluminar el camino recientemente emprendido por la humanidad» (n°.33); «La Sagrada escritura con la que está de acuerdo la experiencia de los siglos» (n°. 37); «Bien sabe la Iglesia que sólo Dios... responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano» (n°.41); «La fe, todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas» (n°. 10). «El Pueblo de Dios y la humanidad... se prestan mutuo servicio. Lo cual demuestra que la misión de la Iglesia es religiosa, y por lo mismo, plenamente humana» (n°.11). Desde este presupuesto teológico, que indica las buenas relaciones entre el cristianismo y el humanismo (y que el mismo Pablo VI evocaba en las palabras que citamos al iniciar esta charla), se entenderá mejor la exigencia del diálogo lanzada poda GS. El Concilio quiere poner de manifiesto la existencia de unas preocupaciones y de un lenguaje comunes, en la Iglesia y en los hombres de la contemporaneidad, en orden a estimular su coloquio. Juan Pablo II, en su «Discurso a los teólogos españoles» en Salamanca en 1982, destacó la importancia de esta forma de proceder en teología: «Si la teología ha necesitado siempre del auxilio de la filosofía, hoy día esta filosofía tendrá que ser antropológica, es decir, deberá buscar en las estructuras esenciales de la existencia humana las dimensiones transcendentes que constituyen la capacidad radical del hombre de ser interpelado por el mensaje cristiano para comprenderlo como salvífico; es decir, como respuesta de plenitud gratuita a las cuestiones fundamentales de la vida humana. Este fue el proceso de reflexión teológica seguido por el Vaticano II en la constitución Gaudium et spes: la correlación entre los problemas hondos y decisivos del hombre y la luz nueva que irradia sobre ellos la persona y el mensaje de Jesucristo».[20] Aclarada esta cuestión intentemos esbozar las líneas‑fuerza de una teología consecuente con el método de los «signos de los tiempos». Una teología que, de forma embrionaria, nos ofrece la GS. 3. RASGOS SEÑEROS DE UNA TEOLOGÍA EN FUNCIÓN DE LOS «SIGNOS DE LOS TIEMPOS». El método de los «signos de los tiempos» empleado en la GS supone una teología determinada. Una teología que seria, de acuerdo a todo lo que hemos visto, la más genuina del Vaticano II. No vamos a entrar ahora en la compleja discusión en torno a la posibilidad de definir con exactitud la identidad de esa teología.'[21] De un modo mucho más sencillo y directo nos contentaremos con presentar sintéticamente los rasgos más notables de una teología elaborada desde la formalidad de los «signos de los tiempos». Rasgos que, con mayor o menor extensión, podemos hallar en la GS. a. Una teología «concreta e histórica».[22] La historicidad de la fe cristiana es el presupuesto fundamental del método de los «signos de los tiempos». El paso por la realidad concreta es condición imprescindible para que el resto de los momentos de nuestra formalidad entren en acción y resulten operativos (GS. 4). Si la historia concreta, pues, es lugar desde el que hay que teologar nada tiene de extraño que la teología construida a partir de estas exigencias sea, igualmente, histórica y concreta. La teología histórica y concreta presentada por la GS era una teología de nuevos perfiles, sobre todo, comparada con los modelos dominantes en la teología católica de la época.[23] El realismo histórico y concreto con el que la GS encara su reflexión es prueba palmaria de su ofrecimiento a la teología de finales del siglo XX. La apertura a la historia humana y a sus problemas por parte del Concilio supone todo un estilo teológico. Este deja espacio, como comentamos en el apartado 2.2., a la inducción. b. Una teología dialógica. Del realismo histórico de la teología intuida por la GS se deriva otro rasgo: su talante dialogal. La teología ha de hacerse teniendo en cuenta a todos sus hipotéticos receptores. Receptores afectados ‑al igual que los emisores‑ por las situaciones históricas concretas (GS 4). Desde éstas hay que evangelizar y teologar. Y ello supone siempre la senda del diálogo tal como subraya desde el comienzo la GS (n° 3). Diálogo con todos (cultural, ecuménico, interreligioso) y diálogo sobre todo (GS 92). Diálogo para el que hay que capacitarse (también los obispos, GS.43) y, por tanto, estar capacitado. Diálogo, eso sí, que no supone la renuncia de las convicciones más hondas, ni el abandono de la denuncia profética. A este propósito recordemos que el método de los «signos de los tiempos» tiene un momento de discernimiento de la realidad a partir de la luz evangélica. El evangelio es el que, en última instancia, juzga la pertinencia o no del dinamismo histórico, permitiendo el alumbramiento de estrategias pastorales de actuación. c. Una teología interdisciplinar. El realismo de la teología y su índole dialógica ensanchan sus horizontes de reflexión. El contacto con los diversos contextos humanos y el diálogo con las diferentes ciencias reclaman de la teología una apertura a la interdisciplinariedad. Apertura a la interdisciplinariedad que, en el contexto contemporáneo, se ha hecho real, sobre todo, en el progresivo desarrollo de la teología fundamental."[24] d. Una teología humilde. Finalmente del rico aporte del método de los «signos de los tiempos» se desprende otra característica para la teología: la humildad.[25] Una teología histórica y realista, dialógica e interdisciplinar es también una teología humilde. Humilde porque se hace desde el servicio al hombre, porque es capaz de reconocer que no tiene respuestas para todo[26] y porque es sabedora de que algunas de sus reflexiones tienen un carácter provisional.[27] 4. A MODO DE CONCLUSIÓN: ACTUALIDAD DEL MÉTODO DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS. Se ha dicho y se ha escrito mucho sobre el valor del método conciliar de los «signos de los tiempos». Muchos autores explican que, en el postconcilio, a un primer momento de euforia le ha sucedido otro de decepción.[28] En este intervalo de tiempo, y aunque todos nos reconocemos conciliares, el juicio sobre el significado exacto del Vaticano II ha sufrido oscilaciones: para unos ha ido muy lejos, para otros se ha quedado corto. En este contexto, ¿qué decir sobre la legitimidad de una teología y de una pastoral construida en función de los «signos de los tiempos»? Aquellos que han sido más críticos con el Concilio han puesto de relieve el optimismo del Papa Juan y del« GS. Optimismo, además que, para ellos, respondía a un momento histórico favorable (la era Kennedy). Pasada tal coyuntura la realidad se habría impuesto por sí sola mostrando la ingenuidad de tal postura. No falta parte de razón «los que hacen tales consideraciones. Nadie es ajeno al mundo, ni al contexto en el que vive. Todos estamos situados. Además, intención del concilio fue acercarse con otro talante al mundo contemporáneo del que la Iglesia se había alejado. Su actitud, pues, fue deliberadamente positiva y reconciliadora. Así lo reconocía el propio Pablo VI en su discurso al término de la última sesión pública: «(La Iglesia) ha considerado, una vez más... la miseria y la grandeza del hombre, su mal profundo, innegable e incurable por sí mismo, y su bien, que sobrevive, siempre marcado de arcana belleza y de invicta soberanía. Pero hace falta reconocer que este Concilio se ha detenido más en el aspecto dichoso del hombre que en el desdichado. Su postura ha sido muy a conciencia optimista. Una corriente de afecto y de admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno». Pero, aceptado lo que de razonable manifiesta esta postura crítica, es preciso mirarlas cosas con mayor profundidad. Habrá que ser lúcidos y decir que si hubo una coyuntura de esperanza allá al comienzo de los años 60, ahora, en los 90 somos partícipes de otra de signo contrario. Y también afecta y también marca las reflexiones y actuaciones eclesiales. De modo que, por esta vía de discusión meramente histórica, no se llega muy lejos. El análisis decisivo tiene que ser teológico. El Vaticano II en la GS opta por una forma de hacer teología y misionar. Y esa opción, que oficialmente propone, se basa en datos de fe. El método de los «signos de los tiempos», como hemos querido indicar, se apoya en unas claves constantes que brotan de las condiciones de posibilidad de la misma fe revelada. La fe y el cristianismo son siempre históricos. La evangelización, por tanto, pasa por la historia concreta y por los rostros concretos de las gentes. Sea cual sea la historia y sean cuales sean esos rostros. Y esa historia con sus hombres ha de ser escuchada, conocida y finalmente, escrutada a la luz de Jesucristo y de su evangelio. Ese discernimiento es irrenunciable si se quiere introducirla buena noticia en los cambiantes contextos de la historia. Y discernir significa descubrir aquello que aleja a los hombres del proyecto de Dios pero también reconocer la presencia de las propias huellas de Dios en esas vidas humanas. Justamente por ello, el método de los «signos de los tiempos» se resuelve en una dinámica pastoral que tiene en cuenta al que va a ser evangelizado y que destaca los puntos comunes que permiten un diálogo. Y en todo diálogo hay algo que iluminar, que corregir pero también hay algo que recibir y aprender. Recibir y aprender, en último término, de Dios mismo que, en su Espíritu, anima a todas sus criaturas. Por tanto, a nuestro juicio, el optimismo del Concilio no sólo es fruto de una época, también es, y prioritariamente, teológico. Optimismo que hunde sus raíces en lo que podríamos denominar el «optimismo divino», manifestado en la creación y en la encarnación. Optimismo que no significa ceguera, ni irresponsabilidad. Optimismo, en definitiva, que se hace siempre necesario a la hora de abordar cualquier proceso misionero e inculturizador. Después de lo dicho, queda patente nuestra confianza en el valor actual del método de los «signos de los tiempos» que el Vaticano II lanzó a la Catolicidad de finales del siglo XX. Evocarlo, 30 años después, y cuando se acerca el comienzo de un nuevo milenio, no es en modo alguno superfluo. Es saludable y hasta conveniente.[29] Se dice que la plena recepción de las enseñanzas del último Concilio no ha concluido aún. ¡Ojalá que estas conferencias en torno a la GS organizadas por la Facultad de Teología de Valencia lograran aportar su granito de arena en ese proceso!
[1] El número
calculado, en la sesión inaugural (contando Padres, peritos e invitados),
ronda los 3.000. En lo que se refiere a los obispos participantes: los europeos
eran 1041, los americanos 956, los africanos 379 y los asiáticos más de 300.
[2] Los 57
volúmenes de Actas del Vaticano II se reparten del siguiente modo: Acta et
Documenta Concilio Ecuménico Vaticano II apparando (23) ( Serie Antepraeparatoria
16 + Serie Praeparatoria, 7), Schemata Constitutionum et Decretorum (4), Constitutiones.
Decreta. Declarationes (2), Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici
Vaticani Secundi (25, distribuidos a lo largo de los cuatro periodos del
Concilio), Índices (1), Appendix (1), Appendix altera (1). Cf. LVAN LAARHOVEN,
«Los concilios ecuménicos a examen. Síntesis cuantitativa», en Concilium 187 (1983),pp.75‑92
[3] ' La variedad
de géneros y textos es notoria: 4 Constituciones, 9 Decretos y 3 Declaraciones.
El género Constitución Pastoral es absolutamente novedoso (cf. M.D. CHENU,
«Orthodoxie‑Orthopraxie», en Le
service théologique dans IEglise. Mélanges offerts au
Pére Yves Congar, Paris,1974, pp.53 ss).
[4] «La
hermenéutica dogmática suele interpretar las declaraciones de un concilio desde
una exacta contraposición a los errores que en él se quiere condenar. Este
principio no puede aplicarse al Vaticano II, puesto que no quiso condenar
errores» (H.J. POTTMEYER, «Hacia una nueva fase de recepción del Vaticano II.
Veinte años de hermenéutica del Concilio», en G. ALBERIGO, J.P JOSSUA, eds., La recepción del Vaticano 11, Madrid,
1987,p.60).
[5] Ver el
artículo citado de H.J. POTTMEYER, p.59.
[6] H.J. POTTMEYER
reclama una hermenéutica conciliar fiel a la intención de la convocatoria
conciliar, a su método, a su carácter de transición y que se refiera fundamentalmente
a los textos. Por ello, señala la necesidad de un análisis minucioso de los
documentos conciliares de acuerdo a su prehistoria, su historia conciliar, su
historia postconciliar y su influjo: «una hermenéutica equitativa exige que se
interpreten los textos en función de la evolución y en función de su
orientación» (op. cit., p.61‑63).
El Sínodo'85, por su parte, subrayaba, a la hora de la interpretación, la
comprensión unitaria de la obra del Concilio y la continuidad del Vaticano II
con la gran tradición eclesial anterior. Junto a ello aportaba alguna clave
para la lectura teológica de sus textos: «la interpretación teológica de la
doctrina del Concilio tiene que tener en cuenta todos los documentos en sí
mismos y en su conexión entre sí, para que de este modo sea posible exponer
cuidadosamente el sentido íntegro de todas las afirmaciones del Concilio, las
cuales frecuentemente están muy implicadas entre sí. Atribúyase especial atención
a las cuatro constituciones mayores del Concilio, que son la clave de
interpretación de los otros decretos y declaraciones. No se puede separarla
índole pastoral de la fuerza doctrinal de los documentos, como tampoco es
legítimo separar el espíritu y la letra del Concilio. Ulteriormente hay que
entender el Concilio en continuidad con la gran tradición de la Iglesia; a la
vez debemos recibir del mismo Concilio luz para la Iglesia actual y para los
hombres de nuestro tiempo» (en Ecclesia
XLV (1985), p.1556). G. ALBERIGO, uno de los mejores historiadores del
Vaticano II, sostiene: «il appara1t donc nécessaire d'élaborer un éventail de
critéres herméneutiques complémentaires, plutót qu'un critére unique, afin
d'éviter une réduction implicite et unidimensionnelle du dynamisme polymorphe
qui a caractérisé Vatican II. Ces critéres ne peuvent étre formulés que comme
des hypothéses et des pistes de recherche, Os devront étre sans cesse vérifiés,
et,le cas échéant, rectifiés ou modifiés, á la lumiére des résultats de 1'analyse
des sources...». Los criterios que propone nuestro autor son: «l.le concile‑événement
comme canon herméneutique; 2.1'intention de Jean XXIII; 3. la nature pastorale
du concile; 4. 1'aggiornamento comme
but de Vatican II; 4. la pratique du
compromis et de la recherche de l'unaniniité» (en «Critéres herméneutiques pour
une histoire de Vatican II», en Interpréter.
Hommage amical á Claude Geffré, Paris, 1 992, pp.263‑265).
[7] Algunas de
estas actuaciones fueron: 1) aprobación de la elección (20‑10‑62)
de los 16 primeros elegidos de cada comisión conciliar, sin que hubieran alcanzado,
incluso, el «quorum» previsto por el reglamento; 2) asimilación del
«Secretariado para la Unidad» a una Comisión conciliar (22‑10‑62),
contra lo estipulado en el artículo 7 del reglamento. De este modo, la cuestión
ecuménica se colocaba al mismo nivel de importancia de los otros temas
conciliares; 3) retiro del esquema De
fontibus Revelationis enviándolo a la Comisión para su reelaboración (21‑11‑62).
Cf. A. ZAMBARBIERI, Los Concilios del
Vaticano, Madrid, 1996, pp.223 ss.
[8] Sobre este
particular se puede leer con interés la interpretación de G. ALBERIGO
«Formatione, contenuto e fortuna dell'allocuzione», en G.ALBERIGO‑A.MELLONI,
eds., Fede Tradizione Profezia. Studi
su Giovanni e sul Vaticano II, Brescia, 1984, pp.188‑189.
[9] «L’allocuzione
inaugurale del concilio Vaticano II costituisce un atto di rilevante
significato storico, certamente il piú importante del pontificato di Gióvanni
XXIII, probabilmente uno dei piú impegnativi della chiesa cattolica nell'etá
contemporanea» (G. ALBERIGO,op.cit.,p.187).
[10] Vamos a citar
los textos y las divisiones internas de la GME y de la GS de acuerdo con la
edición de la BAC, Madrid, 1975, titulada Concilio Vaticano 11. Constituciones.
Decretos. aclaraciones. Legislación posconciliar.
[11] Un vistazo al
célebre Syllabus confirma este juicio. El siguiente texto de J.M. ROVIRA
BELLOSO describe las causas de esa situación "rezagada" de la Iglesia
Católica en el mundo contemporáneo: «la Iglesia católica arrastraba desde hacía
años una serie de problemas derivados de sus conflictivas relaciones con la
llamada modernidad. La cuestión es obvia: al haber brotado un nuevo modo de
ser de las sociedades civiles y de los Estados que las configuran, la Iglesia
es lógico que acusara recibo de estos fenómenos nuevos y tomara la debida
relación respecto de ellos. De ahí que la Iglesia católica se haya enfrentado,
desde 1870 hasta 1962, con.. problemas... que derivan de la necesidad de
aceptar o no aceptarlo nuevo que el individuo, la sociedad y el estado
aportaban como un profundo cambio social fraguado a partir de la Revolución
francesa» («Significación histórica del Vaticano II», en C. FLORISTAN, J.J.
TAMAYO, eds., El Vaticano II, veinte años después, Madrid, 1985, p.20).
[12] Cf. A.MELLONI,
«Sinossi critica dell'allocuzione di apertura del Concilio Vaticano II Gaudet Mater Ecclesia di Giovanni
XXIII», en Fede Tradizione Profezia, Brescia,
1984, p.268.
[13] Es conocida la
tesis que trata de desvalorizar el significado de la reflexión del Vaticano II
pretextando su índole pastoral. Esta visión de las cosas opone lo doctrinal a
lo pastoral y olvida las reflexiones evangélicas en torno al Buen Pastor («.. y
las ovejas le siguen porque conocen su voz», Jn.10, 1‑4; cf. H.U. VON
BALTHASAR, Verite et Vie», en Concilium 21 (1967), pp.77‑83).
GAUGGIERI hace notar que la acción pastoral que reclamaba Juan XXIII para el
Vaticano II significaba «capacidad de unir la verdad evangélica a las
exigencias de la historia» (“Fe e Historia”, en La recepción del Vaticano
II, p.131).
[14] Cf. GRUGGIERI,
op. cit.,p. 130
[15] «On a dit de
divers cótés que, sans la JOC et faction catholique spécialisée dans laquelle
se sont propagées ses méthodes,le concile Vatican II n'aurait pas eu lieu. Ce
qú on peut affirmer avec certitude, c'est que, sans la JOC,il n'aurait pas été
ce qu'il a été et que, sansla JOC, ne se serait pas développée,comme elle fa
bit la réflexion sur les signes des temps, quis'est généralisée aprésle
Concile» (R.GUELLUY, «Les exigences méthodologiques d'une théologie des signes
des temps», en Revue théologique de Louvain
12 (1981), p.415).
[16] Cf.
P.VALADIER, «Signes des temps, signes de Dieu?», en Etudes 335 (1971), p.270.
[17] Cf. P.
VALADIER, op. cit.,pp.273 ss.
[18] Existe una
tendencia espontánea a identificarlos signos de los tiempos con los
acontecimientos señeros de un momento histórico. Es, por tanto, una concepción
sociológica de nuestro tema. Se olvida que los hechos en sí no son signos.
Únicamente adquieren tal calificación al ser contrastados con los principios
evangélicos. Al recibir la luz del único gran signo (Jesucristo) y por tanto,
al ser interpretados.
[19] Sobre el tema
del diálogo se puede leer con provecho la encíclica Ecclesiam Suam de Pablo VI. El contacto entre esta encíclica y la
GS en lo referente al diálogo es más que evidente.
[20] JUAN PABLO II,
«Discurso a los teólogos españoles en el Aula Magna de la Universidad
Pontificia de Salamanca (1 de Noviembre de 1982)», en Juan Pablo 11 en España. Texto íntegro de los discursos del Papa,
Conferencia Episcopal Española, Madrid, 1983, p.49.
[21] La teología
propia del Vaticano II tiene que ser aquella que respete las exigencias
de la
formalidad que ofrenda (el método de los signos de los tiempos). En este
sentido
hablamos
nosotros de "teología genuina del Vaticano II" (cf. V .BOTELLA, Hacia
una
teología
tensional, Valencia, 1994, pp.219‑224)
[22] Tomamos esta
expresión de H.M.FERET, «La théologie concréte et historique et son importance
pastorale présente» en el volumen colectivo Le
service théologique dans IEglise, pp.193‑247. Según cuenta este autor
una teología «concreta e histórica» fue reclamada para el Vaticano II por el
grupo de Observadores cristianos no‑católicos asistentes al mismo durante
una audiencia con el Papa Pablo VI (17 de octubre de 1963). Parece ser que el
Papa acogía la sugerencia de modo muy favorable (cf. AAS 55 (1963),p.194).
[23] Durante muchos
años la teología católica estuvo dominada por una «forma de hacer» que acabó
identificándose con la forma teológica «oficial». Según RMINLING esta teología tenía
como características las siguientes: el aislamiento de la reflexión con
respecto a la vida de fe y sobre todo, con respecto a la experiencia histórica;
la concepción intelectualista de la fe, la admisión del principio de que
ciertas formulaciones son definitivas e inmutables, la utilización de la
Escritura como punto de partida de construcciones racionales y como repertorio
de citas destinadas a apoyarlas tesis obtenidas por deducción; el privilegiar
la teología escolástica y el pensamiento de santo Tomás, las más de las veces
interpretado por algún comentador» (La
théologie contemporaine (1945‑1980),Paris,1983,pp.64‑65).
[24] Sobre este
particular se pueden leer con provecho las reflexiones, en algún momento
irónicas, de R. LATOURELLE, «Nouvelle image de la fondamentale», en Problémes et perspectives de Théologie
fondamentale, Tournai‑Montréa1,1982, p.91s.
[25] B.FORTE
presentando las actitudes de la teología en los contextos actuales marcados
por la postmodernidad y el reverso de la historia, habla de la actitud de la
humildad en la teología: «A esta teología, para que sea significativa y
liberadora, no se le pide que lo diga todo o que lo explique todo; si lo
hiciera, sería un producto más de la ideología moderna. Tampoco se le pide que
calle, cayendo así en la insignificancia más completa. Se le pide que recuerde
el Origen, haciendo memoria de él según las narraciones sagradas de la fe; se
le pide que señale la Patria, vislumbrada en la promesa, pero no poseída aún,
se le pide que inquiete al presente, denunciando sus ídolos totalizantes, pero
también las caídas en la negatividad sin esperanza. A esta teología se le pide
que hable de Dios como humilde sierva y no como señora, que tienda hacia él
como peregrina hacia la luz, guiada por la estrella de la redención que
apareció en la noche de los tiempos, sin seducciones de cumplimiento o de
posesión» (La teología como compañía,
memoria y profecía, Salamanca, 1990, pp.29‑30).
[26] «La Iglesia,
custodia del depósito del« palabra de Dios, del que manan los principios en el
orden religioso y moral, sin que siempre
tenga a mano respuesta adecuada a cada cuestión, desea unir la luz de la
Revelación al saber humano para iluminar el camino recientemente emprendido por
la humanidad» (GS.33).
[27] Dice la GS en
su conclusión (n° 91):«Esta exposición, en la mayoría de sus partes, presenta
deliberadamente una forma genérica; más aún, aunque reitera la doctrina
recibida en la iglesia, como más de una vez trata de materias sometidas a
incesante evolución, deberá ser continuada y ampliada en el futuro».
[28] Cf. H. LPOTTMEYER, op. cit.,pp.56‑57.
[29] De hecho Juan
Pablo II en la Carta Apostólica Tertio
Millennio Adveniente invita a preparar adecuadamente el vencimiento
bimilenario renovando el compromiso de aplicación fiel de las enseñanzas del
Concilio y examinando su recepción (ver los números 20 y 36).
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