Teología Espiritual XLI (1997)

UNA TEOLOGIA EN FUNCIÓN DE LOS «SIGNOS DE LOS TIEMPOS»

Reflexiones en torno a la metodología teológica de la «Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual» del Concilio Vaticano II

Vicente Botella Cubells, O.P.
Valencia.

0. INTRODUCCIÓN.

«Todo esto y cuanto podríamos aun decir sobre el valor humano del Concilio, ¿ha desviado acaso la mente de la Iglesia en Concilio hacia la dirección antropocéntrica de la cultura moderna? Desviado, no; vuelto sí. Pero quien observa este prevalente interés del Concilio por los valores humanos y temporales no puede negar que tal interés se debe al carácter pastoral que el Concilio ha escogido como programa, y deberá reconocer que ese mismo interés no está jamás separado del interés religioso mas auténtico... La religión católica y la vida humana reafirman así su alianza, su convergencia en una sola humana realidad: la religión católica es para la humanidad; en cierto sentido, ella es la vida de la humanidad. Es la vida, por la interpretación... que nuestra religión da del hombre, y la da precisamente en virtud de su ciencia de Dios: para conocer al hombre, al hombre verdadero, al hombre integral, es necesario conocer a Dios... Y si recordamos... cómo en el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lagrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo (Mt.25,40), el Hijo del Hombre, y si en el rostro de Cristo podemos y debemos, además, reconocer el rostro del Padre celestial: "Quien me ve a mí ve también al Padre Un. 1 4,9), nuestro humanismo se hace cristianismo, nuestro cristianismo se hace teocéntri­co, tanto que podemos afirmar también: para conocer a Dios es necesario conocer al hombre».

Estas palabras de Pablo VI al término de la sesión pública que clausu­raba el Concilio Vaticano II (7‑12‑65) sintetizan, con sencillez y claridad, el sentido de la obra conciliar, subrayando, al mismo tiempo, ciertas cla­ves para entenderla.

Expresiones como «vuelta a la orientación antropocéntrica de la cul­tura contemporánea»; el establecimiento de una correlación tan pondera­da en el interior del cristianismo entre el humanismo y el teocentrismo y la indicación expresa de una convergencia en la realidad humana entre la fe católica y la propia vida humana; o las afirmaciones en torno al carác­ter pastoral del programa del Concilio ofrecen algunos de los elementos más originales en orden a la interpretación del Vaticano II. Elementos que, de un modo paradigmático, hallamos en la «Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual» (Gaudium et Spes). No hay que olvi­dar que estas palabras del Papa Montini fueron pronunciadas el mismo día de la aprobación de dicha Constitución y, en ellas, como es lógico, se deja entrever la justificación de algunas de sus pretensiones más relevan­tes y polémicas.

Esta primera aportación, en el interior del ciclo de Conferencias sobre la Gaudium et Spes a los 30 años de su promulgación organizado por la Facultad de Teología de Valencia, pretende destacar la originalidad meto­dológica de la reflexión conciliar mediante la presentación concreta de la formalidad sobre la que se asienta la «Constitución pastoral sobre la Igle­sia en el mundo actual». Dicha aportación parte del convencimiento siguiente: no hay ningún otro texto del Vaticano II que nos conduzca tan directamente al corazón del último Sínodo Ecuménico como la GS. La singularidad del Vaticano II la hallamos, eso creemos, en la singularidad de la Gaudium et Spes. Y esta singularidad, entre otras cosas, es de orden metodológico. En este punto, pues, se va a centrar nuestra atención.

En el título de la Conferencia se explicita la novedad del método conciliar desarrollado por la GS: la teología de los «signos de los tiempos». Este método, obviamente, conlleva una comprensión determinada de la fe cristiana. Las claves de la formalidad propuesta por el Vaticano II, sobretodo en la GS, son las que permiten entender algunas de las cuestiones propuestas por el Conci­lio para renovar la vida de la catolicidad de finales del siglo XX. De ahí el interés que el tema metodológico posee. Si se capta la estructura formal sobre la que se levanta la GS se está en una envidiable situación no sólo para entender sus contenidos concretos sino también el significado de todo el edificio conci­liar. En un edificio hay que entrar por la puerta de acceso y provistos de la llave correspondiente. La llave que facilita la entrada en el mundo de la refle­xión teológica es el método. En el caso que nos ocupa la llave que hay que manejar para penetrar en los secretos del Vaticano II es la de los «signos de los tiempos». El lugar adonde hay que acudir para encontrarla es la GS.

El recorrido que realizaremos para familiarizarnos con el método de los «signos de los tiempos» y, de este modo, entresacar la teología elabo­rada a partir de él por la GS es el siguiente:

1° Mostrar el esbozo programático del método de los «signos de los tiem­pos» en la alocución inaugural de Concilio Vaticano II de Juan XXIII.

2° Explicar el funcionamiento y la aplicación del método de los «sig­nos de los tiempos» en la Constitución Pastoral GS.

3° Indicar, sobre la base ofrecida de la GS, los rasgos señeros de una teología construida en función de los «signos de los tiempos».

4° Por último, a modo conclusivo, plantear algunas reflexiones sobre la actualidad del método.

Procedamos, pues, de acuerdo a este itinerario.

1. LA GAUDET MATER ECCLESIA (GME): ESBOZO PROGRAMÁTICO DEL MÉTODO DE LOS «SIGNOS DE LOS TIEMPOS».

Todos los estudiosos están de acuerdo en señalar la singularidad sor­prendente del Concilio Vaticano II con respecto a la tradición conciliar en la que se inscribe.

Ningún otro Concilio en la historia ha tenido las peculiaridades que adornan al Vaticano II (21° en la lista de Concilios ecuménicos). Estas peculiaridades se refieren al número de Padres y de participantes,[1] al volumen de sus Actas[2] a la variedad de géneros literarios de sus textos[3] y su compleja redacción y, cómo no, a la preocupación pastoral de su con­vocatoria y de sus enseñanzas. Todo ello hace del Vaticano II un concilio diferente. Y esta diferencia se torna en dificultad a la hora de la interpre­tación. En la tradición conciliar anterior la contraposición autorizada de la Iglesia frente a determinadas posiciones heréticas facilitaba la lectura de los documentos conciliares. La ausencia de un "oponente" concreto frente al que definirse y definir obliga a la hermenéutica a tentar nuevos caminos para inteligir el sentido del Vaticano II[4] Quizá por ello, y como se señala, la auténtica interpretación‑recepción del Vaticano II todavía no está concluida.[5]

Ante esta situación nada tiene de extraño que los expertos e incluso el mismo Sínodo Extraordinario de los Obispos del 85, celebrado a los 20 años de la clausura del Vaticano II, sigan proponiendo claves hermenéu­ticas destinadas a la captación del espíritu y la letra del Concilio.[6] Tal labor es fundamental para no desvirtuar el perfil de la tradición viva de la Iglesia Católica en nuestros días.

A nuestro entender, de entre el abanico de claves de lectura ofrecidas por los expertos, merece una particular atención aquélla que orienta hacia el Discurso inaugural del Concilio: la alocución Gaudet Mater Ecclesia. En ella, creemos, hallamos condensada la mentalidad que el Concilio del siglo XX debía hacer suya según la visión de Juan XXIII. Esta mentalidad, esta forma de pensamiento, de la Gaudet Mater Ecclesia entregaba a los Padres conciliares un esbozo metodológico con el que trabajar. No cabe duda de que el Concilio hizo un buen uso de él. La mejor plasmación de ese esbozo la hallamos en la Gaudium et Spes. Si esto es así, hay que establecer y destacar, al hablar de la originalidad metodológica del Concilio, una correlación estrecha entre la Gaudet Mater Ecclessia y la GS. Si como afirmamos antes la singularidad del Vati­cano II es la singularidad de la GS, habrá que matizar ahora que la sin­gularidad del Vaticano II es la singularidad de la Gaudet Mater Ecclesia desarrollada, como en ningún otro documento conciliar, por la GS. Con­secuentemente, si esa originalidad‑singularidad metodológica se llama en la GS «el método de los signos de los tiempos»» en el discurso inaugural del Papa Roncalli encontraremos ya su apunte. Justamente es lo que queremos mostrar en este primer apartado de la charla.

En verdad, la alocución Gaudet Mater Ecclesia fue decisiva para la suer­te del Vaticano II. En ella Juan XXIII expresó, con fuerte convicción, el porqué del Concilio, su tarea principal, su alcance y el método que debía utilizar. La rotundidad de sus afirmaciones en aquella solemne ocasión, respaldada, además, por actuaciones decisivas durante la primera Sesión conciliar (incluso dejando de lado el reglamento conciliar vigente),[7] son una prueba inequívoca de la clarividencia del Papa Roncalli en lo referente a la idea del Vaticano II por la que apostaba. El, que confió a la curia pon­tificia la preparación conciliar, pudo observar cómo el tipo de Concilio que se estaba gestando, y que culminó en los esquemas que se entregaron a los Padres para los debates iniciales, no era exactamente el mismo que él tenía en la mente y el corazón.[8] De ahí la trascendencia de las palabras de Juan XXIII en la alocución inaugural del Vaticano II. Por las repercusiones que iba a provocar de cara a la suerte final del Concilio y por el significado de éste en la evolución eclesial posterior, hay autores que no dudan en ver en la Gaudet Mater Ecclesia uno de los textos más señalados para comprender el destino contemporáneo de la Iglesia Católica y de su reflexión teológica.[9]

Pero no nos desviemos demasiado de la cuestión que nos ocupa. ¿Qué aporta la GME de cara a la comprensión del método de los «signos de los tiempos» que, posteriormente, desarrollará la GS?

Hay que precisar, antes que nada, que la expresión «signos de los tiempos», presente en otros textos del Papa Roncalli (constitución Humanae Salutis, encíclica Pacem in tenis) no aparece en ningún momento en la GME. Siendo esto así, sin embargo, no puede negarse una presencia implícita de la temática en el discurso inaugural del Vaticano II. ¿Qué datos ava­lan esta presencia implícita de la cuestión de los «signos de los tiempos»?

a. El dato primero y fontal (pues de él brotan los otros) que avala el reflejo real del tema de los «signos de los tiempos» en la GME[10] es el reconocimiento del carácter histórico de la fe cristiana y, como consecuencia, la historicidad de la Iglesia y de su misión. Juan XXIII, desde las primeras fra­ses de su discurso, nos sitúa en el ámbito de la historia y, en ningún momento, aleja su reflexión de él: primero alude a la tradición histórica de los concilios anteriores con la que el Vaticano II quiere estar en continui­dad, luego hace una lectura del significado de esa tradición a la luz del sen­tido último de todo el dinamismo histórico (Cristo), finalmente, justifica la necesidad de la convocatoria de un nuevo concilio en el contexto histórico presente. Sólo desde estas bases históricas subrayadas por el Papa Roncalli puede entenderse la fe cristiana y el sentido del Concilio del siglo XX.

Hay que reconocer que esta posición, en sí misma, tiene poco de ori­ginal, sin embargo, a decir verdad, durante bastante tiempo fue olvidada por el magisterio oficial y la teología. Trágicamente, la marginación de lo histórico en la Iglesia Católica se volvió contra ella misma puesto que quedó visiblemente rezagada en el interior de la evolución de la historia contemporánea.[11] El Papa Juan parecía decidido a hacer cambiar esta situación. El instrumento escogido para lograrlo es el Vaticano II. Por ello, en la GME, recuerda a la Iglesia en Concilio el carácter encarnado de la economía de la salvación, señalando, igualmente, algunas de las consecuencias derivadas de este hecho. En su revelación histórica, Dios se ha ido adaptando a los hombres para que su mensaje fuese más diáfa­namente escuchado. Jesucristo constituye la prueba evidente de este proceder divino que, en cada época, se ha introducido en el horizonte histórico en el que las personas humanas se hallaban. Si esto es así, y no cabe la menor duda, la fe cristiana ha de vivirse, de pensarse y de trans­mitirse en los contextos históricos cambiantes (¡dónde si no!). Teniendo en cuenta estos principios, Juan XXIII asevera con fuerza en su alocu­ción inaugural que la «historia es maestra de la vida» y que todos (espe­cialmente los nombrados como "profetas de calamidades") «pueden aprender muchas cosas de ella». Justamente, en la mente del Papa, el Vaticano II es el fruto de esa pedagogía histórica a través de la cual Dios ha hablado y continúa haciéndolo. De ahí que Juan XXIII crea percibir en la situación histórica presente una oportunidad inestimable para un nuevo acercamiento o encarnación del mensaje evangélico de acuerdo con las posibilidades ofrecidas por el mundo de finales del siglo XX. Esa oportunidad es el Vaticano II.

b. El segundo dato a considerar de cara a la verificación de la presen­cia implícita de la cuestión de los «signos de los tiempos» en la GME se refiere a sus claves metodológicas. De acuerdo a la condición histórica de la fe subrayada por Juan XXIII, la vivencia cristiana está llamada, ineludiblemente, a pasar por la historia. La Iglesia, como es evidente, no cumplirá su misión sin abrirse a esa historia, con sus luces y sus som­bras. El Papa se muestra en este punto categórico. Y es que, no lo olvide­mos, era sabedor de que muchos de los que en el aula conciliar se encontraban no comulgaban con sus planteamientos. A ellos les dedica el calificativo de «profetas de calamidades» y, ante ellos y el Concilio en pleno, intenta explicar la lógica de su posición y los criterios formales que la articulan. La coherencia de su argumentación es incontestable: si Dios se hace historia en Cristo, la historia humana es el lugar donde acontece el encuentro de Dios con los hombres. Por consiguiente, esa historia tiene siempre una lectura de fe, una lectura teológica. En pala­bras del Papa Juan: «nos parece necesario decir que disentimos de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos suce­sos como si fuese inminente el fin de los tiempos. En el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un nuevo orden de relaciones humanas, es preciso re‑conocer los arcanos designios de la Providencia divina que, a través de los acontecimientos y de las mismas obras de los hombres, muchas veces sin que ellos lo esperen, se llevan a término, haciendo que todo, incluso las adversidades humanas, redunden en bien para la Iglesia» (n° 10).

El razonamiento no se detiene aquí. Sigue progresando. Si es necesa­rio pasar por la historia y hacer de ella una lectura teológica, este paso ‑puntualiza Juan XXIII‑ ha de ser integral y completo. Todo lo humano, todo lo histórico interesa al mensaje cristiano y a la Iglesia. No existen, por tanto, zonas o dominios de la realidad histórica y humana excluidos de la relación con Dios. Tampoco hay ámbitos separados entre lo espiri­tual y lo mundano sino una clara correspondencia e implicación mutua. El Papa subraya esta idea al afirmar en la GME que la totalidad de la doctrina que custodia la Iglesia interesa a la realidad íntegra de lo huma­no («tal doctrina ‑el sagrado depósito cristiano, afirma Juan XXIII‑ com­prende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo...». Y en el mismo párrafo un poco después continúa: «A fin de que esta doctrina alcance los múltiples campos de la actividad humana referentes al individuo, a la familia, a la sociedad..», n° 13).

Sin duda, con esta integridad en el paso por la historia real está tam­bién relacionada la envergadura del proyecto de Juan XXIII. El Vaticano II, de acuerdo a sus palabras en la GME, se pretende un medio que facilite la construcción de una familia humana universal que, abarcando y recon­ciliando a todos los hombres sin excepción, haga efectivo el deseo de "uni­dad en la verdad" expresado por Jesucristo poco antes de su Pascua.

Como es lógico, el Papa Juan era consciente de que este paso íntegro por la historia, necesario para la vivencia de la fe y el ejercicio de la misión eclesial, implicaba movimiento. Pasar por la historia, significa acercarse al mundo, recorrerlo, conocerlo. ¿Cómo leer teológicamente el dinamismo histórico sin estar en contacto con él? En coherencia con esta movilidad, Juan XXIII asigna al Concilio, en la GME, una tarea principal: superar el estancamiento teológico‑pastoral (no quedarse en la historia pasada para seguir repitiendo las antiguas formulaciones doctrinales) y «dar un paso hacia adelante (un salto decía su texto manuscrito en italiano)»[12] hacia el mundo y sus avatares, hacia la reali­dad del presente, hacia la historia para tratar de expresar en el interior de sus nuevas posibilidades la riqueza del patrimonio de la fe recibido y custodiado por la Iglesia. Un paso hacia la historia presente (y no olvide­mos que la Iglesia había quedado descolgada de esa historia) orientado por un principio erigido sobre una doble fidelidad: la fidelidad a la ver­dad evangélica y la fidelidad a la historia humana contemporánea en la que esa verdad debía encarnarse. En palabras exactas del Papa Roncalli: «Si la tarea principal del Concilio fuera discutir uno u otro articulo de la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo con mayor difusión la enseñanza de los padres y teólogos antiguos y modernos..., para esto no era necesario un Concilio. Sin embargo, de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia..., el espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que se de un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que está en correspondencia mas perfecta con la fidelidad a la autentica doctri­na, estudiando ésta y poniéndola en conformidad con los métodos de la investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actua­les» (n° 14).

En este avance decidido de la Iglesia hacia el contexto contemporáneo y en la lectura teológica de este ultimo encontramos las claves mas rele­vantes aportadas al Concilio por la GME a propósito del método de los «signos de los tiempos».

Precisamente estas claves, que como veremos sostienen la aplicabili­dad del método de los «signos de los tiempos» en la GS, son las propias, en palabras del Papa Juan en el discurso inaugural, de un ejercicio del magisterio eclesial de tipo pastoral.[13] De acuerdo a esta indicación, por pastoralidad magisterial hay que entender la realización de la tarea asig­nada por el Papa al Vaticano II. Tarea unida, como estamos repitiendo, al hecho de la inscripción histórica de la verdad custodiada por la Iglesia y, por tanto, al empleo de un método de reflexión y de evangelización deter­minado: los «signos de los tiempos». Por aquí se vislumbra la inequívoca conexión entre la GME y la Ramada «Constitución pastoral de la Iglesia en el mundo actual‑ (GS).

c. Finalmente, destaca un tercer dato en orden a la detección del tema de los «signos de los tiempos» en la alocución inaugural: el modo eclesial de acercarse a la historia humana en el momento presente. Nos referi­mos, mas en concreto, a la manera de corregir los errores según el Papa Juan. Enseña la GME: «en nuestro tiempo la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia mas que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de la doc­trina mas que condenándolos» (n° 15). La misericordia frente a los erro­res y la exposición clara de la doctrina, dejan la puerta abierta al tema del dialogo, tan sabiamente explotado después por la GS. Pero, además ‑y siempre según la GME‑, parece haber otra circunstancia que aconseja viva­mente a la Iglesia el recurso a la misericordia en el ejercicio de su ministe­rio pastoral. Tal circunstancia no es otra, explica el Papa Juan, que la pro­pia evolución de los acontecimientos mundiales, donde se dan no pocos indicios esperanzadores. La experiencia, comenta el Papa, esta convencien­do a los hombres de la falsedad de muchas de las soluciones que no cuen­tan para nada con la fe. Y, como consecuencia, esta favoreciendo una espe­cie de encuentro humano espontáneo en torno a temas como «el valor máximo de la dignidad de las personas». Por aquí, despunta de nuevo toda la fuerza de la expresión papal «la historia es maestra de la Vida».

Pues bien, estas pistas lanzadas por la GME sobre el modo de corregir las desviaciones del tiempo presente encajan perfectamente con los datos anteriores. Por una parte, corroboran el reconocimiento de la historia como el lugar propio de la fe y de la evangelización. Por otra, vuelven a sugerir un paso riguroso por ella. Finalmente, perfilan el estilo de este proceso: la misericordia, la comprensión, el dialogo sincero...

Todo esto conforma el suelo vital del método de los «signos de los tiempos» desarrollado singularmente por la GS. Vamos a verlo.

2. EL METODO DE LOS «SIGNOS DE LOS TIEMPOS» UTILIZADO EN LA GS

La GS es el documento del Vaticano II que de un modo mas directo conecta con las ideas esbozadas en la GME. Las bases sobre las que se levantó el Concilio son las que puso el discurso inaugural de Juan XXIII. Como venimos comentando, entre ellas se hallaba, implícito, el método de los «signos de los tiempos», o si se prefiere ‑ pues en ultimo termino es lo mismo en la mente de Juan XXIII‑ la puesta en marcha de un ejercicio pastoral de la función magisterial de la Iglesia. La «Constitución pas­toral sobre la misión de la Iglesia en el mundo actual‑ aplica explícita­mente y con rigor el proyecto pastoral de Juan XXIII y, por ello, desarro­lla la metodología de los «signos de los tiempos». Esto es, precisamente, lo que queremos mostrar en este segundo punto de la charla. En el nos ajustaremos al siguiente itinerario: 1‑ Datos clave de la metodología de los «signos de los tiempos» recibidos de la GME. 2‑ Significado exacto del método en la GS y su aplicación. 3‑ El presupuesto teológico del método.

2.1. DATOS CLAVE DE LA METODOLOGÍA RECIBIDOS DE LA GME.

Venimos reiterando la continuidad metodológica entre la GME y la GS. Señalados los datos y las claves de ese método en el discurso inaugu­ral del Concilio debemos mostrar ahora su utilización por parte de la GS.

• Ante todo, por ser el dato capital, el reconocimiento de la historici­dad del cristianismo, de la Iglesia y de su misión. Apenas iniciada la Constitución, en el primer numero del «Proemio», encontramos ya la presencia de este dato que, ciertamente, delimita el marco en el que se va a mover todo el documento. Un marco humano a histórico: «Los Gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana esta integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y ha recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia». De este modo, la mundanidad en la que se desarrolla la historia humana se revela, en la GS, como el lugar del encuentro de Dios con los hombres y, por tanto, como el lugar de la reali­zación de la misión de la Iglesia.

• En segundo termino, también hallamos presente, desde las pri­meras afirmaciones de la GS, el dato del necesario paso por la histo­ria que sugiriese Juan XXIII en la GME. La Iglesia en su función evangelizadora ha de acercarse a la realidad concreta del mundo humano: «para cumplir esta misión... es necesario ‑explica la GS-­ conocer y comprender el mundo en que vivimos» (n° 4). Y, tal y como indicara el Papa Juan en la alocución inaugural, este imprescindible paso por la realidad histórica ha de ser íntegro. Por eso, programáti­camente anuncia la Constitución pastoral en su numero tercero: «es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre, pero el hom­bre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien será el objeto central de las explicaciones que van a seguir». Y, ciertamente, el transito de nuestro documento por la reali­dad histórica de su tiempo es exhaustivo. Un simple vistazo al esque­ma que lo articula lo confirma.

• Igualmente, como subrayara el Papa Juan en la GME, el alcance y la envergadura a los que se ajusta la GS es universal. Nadie, por lo tanto, queda excluido del anuncio o de la propuesta conciliar, como enfatiza el numero 2 de la Constitución: «el Vaticano II, tras haber profundizado en el misterio de la Iglesia, se dirige ahora no sólo a los hijos de la Iglesia Católica y a cuantos invocan a Cristo, sino a todos los hombres, con el deseo de anunciar a todos cómo entiende la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual».

• Por ultimo, la presencia del dato referente a la manera de acercar­se al mundo o a la historia de los hombres por parte de la Iglesia, que propusiera la GME, también se hace notar en la GS transformándose en una cuestión central. Si Juan XXIII recomendaba a la Iglesia conci­liar, en su acción ministerial, el use de la misericordia y de la exposi­ción clara de la doctrina frente a las desviaciones del mundo moderno, la GS repite sin cesar, en clara continuidad, la pedagogía del "dialogo". Así, por ejemplo: «el Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor hacia toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder Salva­dor que la Iglesia... ha recibido de su Fundador» (n.°3, cf. 40, 43 y 92). Este dialogo defendido por la GS, como estrategia evangelizadora en su paso por la realidad histórica, es prueba del deseo sincero de la Iglesia en Concilio de ponerse a la altura de sus interlocutores, de adaptarse a las condiciones del momento («la adaptación de la predi­cación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización», recuerda el n°. 44) para que, de este modo y como quería el Papa Roncalli, el encuentro de Cristo con los hombres de hoy fuera mas acertadamente propiciado. Pero no todo queda en esto. Esta clave tiene mayor relevancia de la que parece para el funcionamiento del método de los «signos de los tiempos»

Indicamos ya que, en las ideas de la GME, era detectable otra razón de conveniencia a la hora del empleo de la medicina de la misericordia por parte de la Iglesia: lo que la experiencia (o la historia) estaba enseñando a los hombres. Esta enseñanza estaba provocando una especie de con­senso espontáneo sobre temas principales. Un consenso humano anterior, incluso, a la evangelización pero, y es lo importante, en consonancia con la verdad revelada. Este hecho, insinuado por el Papa Juan, juega un papel trascendente en la GS. Baste aquí su mención. Llegado el momento, cuando hablemos del presupuesto teológico del método, tendremos oca­sión de volver sobre este punto y de comentarlo con mayor amplitud.

2.2. SENTIDO DEL METODO Y SU APLICACIÓN EN LA GS

Comprobada la influencia de la GME en el GS en lo tocante a los datos que consideramos «clave» en la cuestión de los «signos de los tiem­pos», hora es de pasar a la explicación del sentido exacto de esta metodología y a la verificación de su funcionamiento en el documento conciliar.

Partamos de una aproximación general de la significación del método que pueda ser comentada y ampliada después. Cuando la GS relaciona la labor de la Iglesia en el mundo actual con el tema de los «signos de los tiempos» esta expresando una opción a la hora de acometer dicha labor. Esta opción es metodológica. El método o procedimiento escogido, con­siste en una lectura de la realidad y del dinamismo histórico de la época. Pero, claro, se trata de una lectura especial. No es una lectura neutra o aséptica. Muy al contrario, posee un constitutivo interés teológico que define su especificidad. Por ello, la lectura de la realidad del método de los «signos de los tiempos» supone un encuentro critico entre esa reali­dad y el evangelio. Y todo esto, no lo olvidemos, en orden a que el mensa­je eclesial pueda llegar a la situación de los hombres en unas condiciones que favorezcan su comprensión y su acogida. Este sentido primero y genérico del método es el que se desprende de los textos de la GS:

«para cumplir esta misión, es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época a interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia res­ponder a los perennes interrogantes de la humanidad» (n° 4);

«el Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, pro­cura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos ver­daderos de la presencia o de los planes de Dios»(n°.11);

«es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad reve­lada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada» (n°.44).

Vayamos ahora más despacio profundizando en algunos de los ele­mentos apuntados en esta primera aproximación.

Si nos fijamos bien, el método de los «signos de los tiempos» se desa­rrolla en el interior de una misma dinámica compuesta por tres momen­tos distintos. El primero de estos momentos es el del paso por la realidad y el de su conocimiento riguroso. Podríamos decir que se trata del estadio inductivo[14] del método. A continuación, el resultado del primer momento se ha de confrontar con el Evangelio o con Cristo. Supone, pues, una ins­tancia crítica que se hace operativa a modo de juicio. Un juicio realizado por parte del sujeto evangelizador (en este clase la Iglesia en Concilio) y destinado a discernirlo verdadero y lo falso de la realidad histórica a par­tir de ese dato previo e ineludible para la fe que es Cristo o el Evangelio. Es el momento interpretativo o hermenéutico. Finalmente, en un tercer instante, el método se torna práctico puesto que se ve abocado a entregar el producto resultante de la interpretación realizada bien en forma de res­puesta a problemas concretos planteados por la realidad bien a modo de estrategias de actuación evangelizadora. Consideradas así las cosas, apa­rece muy clara la relación, como alguien ha hecho notar, de los «signos de los tiempos» con el clásico método de la JOC (ver, juzgar y actuar), opera­tivo en el interior de la Iglesia bastantes años antes del Vaticano II.[15]

Asentado el sentido primero y la estructura articuladora del método de los «signos de los tiempos» en la GS es necesario seguir profundizan­do para evitar cualquier desvirtuación de su significado estricto. En esta línea de reflexión, cuestión prioritaria es la de saber cómo se ha de enten­der correctamente la presencia y la actuación de Dios en la historia que supone el método.

Ciertas expresiones de la GS nos ayudarán a centrarnos. Por ejemplo, en el n° 11 se dice: «el Pueblo de Dios... procura discernir en los aconteci­mientos... los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios». Inmediatamente, surge el interrogante: ¿ello significa que escrutando la realidad a la luz del Evangelio se ha de percibir en unos determinados eventos, frente a otros, una especial actuación de Dios? Otro caso, cuan­do la Constitución Pastoral afirma que «entre los principales aspectos del mundo actual hay que señalarla multiplicación de las relaciones mutuas entre los hombres» (n°. 23), ¿hay que entender que en la relevancia sociohistórica de ese fenómeno contemporáneo está Dios más presente que en cualquier otro? Responder de forma satisfactoria a estas pregun­tas es muy importante para no hacer caer a Dios en la mezquindad y para no manipular la trascendencia del método de los «signos de los tiempos». La propia GS nos ofrece las pistas para contestar.

El mundo y la historia humana es el lugar del encuentro entre Dios y el hombre. Dios, por tanto, actúa allí y el hombre percibe allí su actua­ción. Pero no basta con hacer esta afirmación. Hay que matizar para no confundirse. Dios actúa en la historia y en la vida de los hombres pero no lo hace concurriendo con las causas mundanas y humanas que él mismo ha creado y a las que, además, sostiene en la existencia.[16] Dios, por tanto, no queda atrapado ni compite con su obra. El, en todo caso, es el origen y el sentido de todo ese dinamismo en el que las cosas son lo que son y el hombre es lo que es. En el caso de la libertad humana hay un ofrecimien­to primero auspiciador de una respuesta coherente. Dios, por tanto, actúa dejando actuar. Lógicamente, esta disposición del proceder divino se hace perceptible, sobre todo, cuando la actuación favorecida está en consonancia con el sentido último que la ha hecho posible (Dios). En la historia de las relaciones salvíficas entre Dios y los hombres la huella, el trazo más claro de esta actuación divina a través de la actuación humana lo hallamos en Jesucristo. El es quien verdaderamente ajusta su libertad a la libertad divina y, de este modo, revela, como nadie a Dios y su pro­yecto. De alguna manera, en Cristo, por esa plena correspondencia entre Dios y la criatura se desvela el conjunto del significado de la historia. Por eso, decimos que Dios se ha comprometido como en ningún otro caso en la actuación de su propio Hijo encarnado y que Este lo recapitula todo. Desde esta perspectiva, el único y el gran signo de la historia y de la pre­sencia de Dios es Jesús, el Cristo. Los otros signos de esa presencia son dependientes de él. Son signos de segundo orden. Este es, precisamente, el elemento clave para inteligir correctamente el significado del método de los «signos de los tiempos»."[17]

«Signos de los tiempos», pues, no son signos de Dios en la historia en el sentido de instantes privilegiados de su presencia. Tampoco son meros eventos de un interés nacido en una época o fruto de un consenso social reconocido."[18] Los «signos de los tiempos» nacen exclusivamente de la confrontación del dinamismo histórico con el gran signo (Cristo), (recor­demos la fase interpretativa o hermenéutica del método). Y son signos de Dios en la medida en que, leída la realidad desde la luz de Cristo, se vis­lumbra en ella una solicitación divina dirigida a la libertad humana para actuar en esa realidad conforme a la actuación de su Hijo. Es decir, una respuesta filial libre. Sin esa respuesta libre y coherente, como la de Cris­to, no sería posible una encarnación de su mensaje. Sin esa respuesta la misión eclesial está condenada al fracaso.

La GS nos ofrece estas precisiones sobre todo en dos de sus números (10 y 22). Números de una gran importancia para la metodología de los «signos de los tiempos»:

«Cree la Iglesia que Cristo... da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima voca­ción, y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de la toda la historia humanase halla en su Señor y Maestro. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo... Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invi­sible... el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respon­dan a los principales problemas de nuestra época» (10);

«En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona... Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evange­lio nos envuelve en absoluta oscuridad» (22).

Resumiendo, ajustada a estas coordenadas presenta la GS la natura­leza del método de los «signos de los tiempos». A partir de este marco se despliega y se aplica en la Constitución pastoral. Después de todo lo que hemos comentado bastarán unas pequeñas indicaciones al respecto.

Al comienzo de la GS nos encontramos con «La Exposición prelimi­nar: Situación del hombre en el mundo de hoy». Viene a ser el primer momento de la reflexión conciliar de acuerdo a las exigencias del método de los «signos de los tiempos». La Iglesia en Concilio, de cara al cumpli­miento de su misión evangelizadora, se abre a los hombres de hoy. Pasa por su historia. Quiere conocer sus problemas. De este modo, esta exposi­ción casi se convierte en un sucinto análisis sociológico, psicológico y feno­menológico del mundo humano. A su término, la GS pone de relieve las cuestiones fundamentales que el hombre, en la actual situación, tiene plan­teadas (n°. 10). A continuación, y dadas estas cuestiones del hombre de hoy, la Constitución pastoral, ya en su primera parte («la Iglesia y la voca­ción del hombre»), las confronta con su clave de lectura de la realidad: Cristo y el evangelio. Estamos, pues, en el segundo instante del método. Recordemos que la aplicación de esta clave de lectura a la realidad concre­ta es la que eleva los acontecimientos y problemas humanos a la categoría de signos. En esta primera parte hay cuatro capítulos: los tres primeros analizan la «dignidad de la persona humana», la «comunidad humana» y la «actividad humana»; el cuarto, llamado «la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo», constituye un intento de ofrecimiento de la misión y del mensaje de la Iglesia a la realidad humana de hoy en referen­cia a los temas implicados en los tres capítulos anteriores. La estrategia pastoral que halla el Concilio para desempeñar su misión en el mundo de hoy (y nos hallamos en el estadio final del método) es el diálogo.[19] La segunda parte de la GS vuelve a aplicar el mismo método a lo que se deno­minan «algunos problemas más urgentes»: el matrimonio y la familia, la cultura, la vida económica y social, la vida política, la paz y la solidaridad internacional entre los pueblos. Cada uno de estos problemas ocupan los cinco capítulos de que consta. En la conclusión, la GS reitera la importan­cia del diálogo a todos los niveles, confiesa que algunas de las exposiciones ofrecidas son muy generales dado el carácter evolutivo de algunas de las cuestiones abordadas y recuerda que los cristianos han deservir con celo a los hombres de hoy.

Como se aprecia en esta rápida presentación de su esquema, el método de los «signos de los tiempos» es el que orienta y articula la reflexión de la GS.

2.3.EL PRESUPUESTO TEOLÓGICO DEL MÉTODO: LA ANTROPOLOGÍA REVELADA.

Cuanto hemos comentado en relación a los «signos de los tiempos» y su aplicación en la GS no quedaría completo sin considerar un presu­puesto teológico que subyace en toda la metodología y que destaca, sobre todo, en el estadio resolutivo de la misma. Ya apuntamos algo sobre este particular anteriormente, prometiendo su abordaje específico al llegar a esta altura de la reflexión.

Nos referimos al tema del consenso social creciente, en el interior del dinamismo histórico actual, sobre algunas cuestiones humanas de trascendencia. Consenso social, y esto es lo interesante, que acerca la expe­riencia y el pensamiento de gran cantidad de hombres y mujeres de hoy, aún antes de la acción evangelizadora, a las posiciones eclesiales. Como dijimos, esta situación, entre otras, llevó al Papa Juan, en la GME, a pro­poner al Concilio el empleo de la medicina de la misericordia. Propuesta que, en la GS, se transformó en la pedagogía del diálogo dentro del méto­do de los «signos de los tiempos». Esta visión convergente de espíritus subrayada por el Vaticano II conviene pensarla. Ante todo, porque, en la reflexión conciliar, no se trata de un asunto coyuntural y de índole socio­lógica. Este encuentro entre la experiencia humana y la propuesta evan­gelizadora no es fruto de la casualidad o de la moda al uso. Tiene unas raíces teológicas que la GS explicita y que sostienen su estrategia pasto­ral dialógica. Raíces teológicas, por ende, que recorren las entrañas del método de los «signos de los tiempos».

En efecto, la GS parte de una antropología ajustada a los dictados de la Escritura. Según ésta, el hombre ha sido creado a imagen de Dios. Además, en nombre de su Creador ha recibido el encargo de gobernar la tierra (n°.12). Conforme a ello, la criatura humana participa de la vida divina y de su misión. Dios es la verdad del hombre. Así pues, lo verdadera­mente humano, de acuerdo a la revelación bíblica, siempre será manifesta­ción de lo divino y, por eso, la presencia de Dios en las criaturas es plena­mente humanizadora. Son muchas las consecuencias que se desprenden de estos principios. La Constitución pastoral del Vaticano II las tiene bien pre­sentes para justificar la validez de su método evangelizador. Veámoslo.

Sabemos que en el funcionamiento de la metodología de los «signos de los tiempos» hay un momento de juicio evangélico sobre la realidad histórica. Y el Concilio, además, presenta como significativo para los hombres de hoy el resultado de dicho juicio. Si ahora le preguntásemos al Vaticano II el porqué último de esta confianza en la pertinencia del resultado de su discernimiento crítico nos respondería, en la GS, citán­donos los presupuestos de la antropología bíblica más arriba evocados. Es decir, recordando la conexión íntima entre la oferta del mensaje eclesial y la situación en la que se encuentra el hombre: siendo Dios el Hacedor del hombre nadie, como El, puede hacer que el hombre sea lo que en verdad es; nadie, como El, colma sus aspiraciones. Dichas las cosas de otra manera, debajo de la estructura del método de los «signos de los tiempos» late la convicción de que la búsqueda sincera del hom­bre es siempre un búsqueda implícita de Dios. Y ello, a pesar, incluso, de la realidad del pecado. El número 11 de la GS expresa estas ideas del siguiente modo: «el Concilio se propone, ante todo, juzgar esta luz los valores que hoy disfrutan de máxima consideración y enlazarlos de nuevo con su fuente divina. Estos valores, por proceder de la inteligen­cia que Dios ha dado al hombre poseen una bondad extraordinaria; pero, a causa de la corrupción del corazón humano, sufren con fre­cuencia desviaciones contrarias a su debida ordenación. Por ello nece­sitan purificación».

Todo esto explica la razón por la que la GS aparece repleta de asevera­ciones que no sólo ponen de manifiesto las coincidencias entre el dato evangélico y lo mejor de la experiencia humana, sino que, igualmente, proclaman que la Iglesia en su labor misionera ayuda a encontrar y ofre­ce soluciones verdaderamente humanas:

«Lo que la revelación divina nos dice coincide con la experiencia» (n°.13);

«La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se opone en modo alguno a la dignidad humana... sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del cora­zón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre» (n°.21);

«La Iglesia... desea unir la luz de la Revelación al saber humano para iluminar el camino recientemente emprendido por la humani­dad» (n°.33);

«La Sagrada escritura con la que está de acuerdo la experiencia de los siglos» (n°. 37);

«Bien sabe la Iglesia que sólo Dios... responde a las aspiracio­nes más profundas del corazón humano» (n°.41);

«La fe, todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divi­no sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas» (n°. 10).

«El Pueblo de Dios y la humanidad... se prestan mutuo servicio. Lo cual demuestra que la misión de la Iglesia es religiosa, y por lo mismo, plenamente humana» (n°.11).

Desde este presupuesto teológico, que indica las buenas relaciones entre el cristianismo y el humanismo (y que el mismo Pablo VI evocaba en las palabras que citamos al iniciar esta charla), se entenderá mejor la exigencia del diálogo lanzada poda GS. El Concilio quiere poner de manifiesto la existencia de unas preocupaciones y de un lenguaje comu­nes, en la Iglesia y en los hombres de la contemporaneidad, en orden a estimular su coloquio. Juan Pablo II, en su «Discurso a los teólogos espa­ñoles» en Salamanca en 1982, destacó la importancia de esta forma de proceder en teología:

«Si la teología ha necesitado siempre del auxilio de la filoso­fía, hoy día esta filosofía tendrá que ser antropológica, es decir, deberá buscar en las estructuras esenciales de la existencia humana las dimensiones transcendentes que constituyen la capacidad radical del hombre de ser interpelado por el mensaje cristiano para comprenderlo como salvífico; es decir, como res­puesta de plenitud gratuita a las cuestiones fundamentales de la vida humana. Este fue el proceso de reflexión teológica seguido por el Vaticano II en la constitución Gaudium et spes: la correlación entre los problemas hondos y decisivos del hom­bre y la luz nueva que irradia sobre ellos la persona y el mensa­je de Jesucristo».[20]

Aclarada esta cuestión intentemos esbozar las líneas‑fuerza de una teología consecuente con el método de los «signos de los tiempos». Una teología que, de forma embrionaria, nos ofrece la GS.

3. RASGOS SEÑEROS DE UNA TEOLOGÍA EN FUNCIÓN DE LOS «SIGNOS DE LOS TIEMPOS».

El método de los «signos de los tiempos» empleado en la GS supone una teología determinada. Una teología que seria, de acuerdo a todo lo que hemos visto, la más genuina del Vaticano II. No vamos a entrar ahora en la compleja discusión en torno a la posibilidad de definir con exactitud la identidad de esa teología.'[21] De un modo mucho más sencillo y directo nos contentaremos con presentar sintéticamente los rasgos más notables de una teología elaborada desde la formalidad de los «signos de los tiempos». Rasgos que, con mayor o menor extensión, podemos hallar en la GS.

a. Una teología «concreta e histórica».[22] La historicidad de la fe cristia­na es el presupuesto fundamental del método de los «signos de los tiem­pos». El paso por la realidad concreta es condición imprescindible para que el resto de los momentos de nuestra formalidad entren en acción y resulten operativos (GS. 4). Si la historia concreta, pues, es lugar desde el que hay que teologar nada tiene de extraño que la teología construida a partir de estas exigencias sea, igualmente, histórica y concreta. La teología histórica y concreta presentada por la GS era una teología de nuevos perfiles, sobre todo, comparada con los modelos dominantes en la teología católica de la época.[23] El realismo histórico y concreto con el que la GS encara su reflexión es prueba palmaria de su ofrecimiento a la teología de finales del siglo XX. La apertura a la historia humana y a sus problemas por parte del Concilio supone todo un estilo teológico. Este deja espacio, como comentamos en el apartado 2.2., a la inducción.

b. Una teología dialógica. Del realismo histórico de la teología intuida por la GS se deriva otro rasgo: su talante dialogal. La teología ha de hacerse teniendo en cuenta a todos sus hipotéticos receptores. Recepto­res afectados ‑al igual que los emisores‑ por las situaciones históricas concretas (GS 4). Desde éstas hay que evangelizar y teologar. Y ello supo­ne siempre la senda del diálogo tal como subraya desde el comienzo la GS (n° 3). Diálogo con todos (cultural, ecuménico, interreligioso) y diálo­go sobre todo (GS 92). Diálogo para el que hay que capacitarse (también los obispos, GS.43) y, por tanto, estar capacitado. Diálogo, eso sí, que no supone la renuncia de las convicciones más hondas, ni el abandono de la denuncia profética. A este propósito recordemos que el método de los «signos de los tiempos» tiene un momento de discernimiento de la reali­dad a partir de la luz evangélica. El evangelio es el que, en última instan­cia, juzga la pertinencia o no del dinamismo histórico, permitiendo el alumbramiento de estrategias pastorales de actuación.

c. Una teología interdisciplinar. El realismo de la teología y su índole dialógica ensanchan sus horizontes de reflexión. El contacto con los diversos contextos humanos y el diálogo con las diferentes ciencias recla­man de la teología una apertura a la interdisciplinariedad. Apertura a la interdisciplinariedad que, en el contexto contemporáneo, se ha hecho real, sobre todo, en el progresivo desarrollo de la teología fundamental."[24]

d. Una teología humilde. Finalmente del rico aporte del método de los «signos de los tiempos» se desprende otra característica para la teología: la humildad.[25] Una teología histórica y realista, dialógica e interdisciplinar es también una teología humilde. Humilde porque se hace desde el servicio al hombre, porque es capaz de reconocer que no tiene respuestas para todo[26] y porque es sabedora de que algunas de sus reflexiones tienen un carácter provisional.[27]

4. A MODO DE CONCLUSIÓN: ACTUALIDAD DEL MÉTODO DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS.

Se ha dicho y se ha escrito mucho sobre el valor del método conciliar de los «signos de los tiempos». Muchos autores explican que, en el post­concilio, a un primer momento de euforia le ha sucedido otro de decep­ción.[28] En este intervalo de tiempo, y aunque todos nos reconocemos con­ciliares, el juicio sobre el significado exacto del Vaticano II ha sufrido oscilaciones: para unos ha ido muy lejos, para otros se ha quedado corto. En este contexto, ¿qué decir sobre la legitimidad de una teología y de una pastoral construida en función de los «signos de los tiempos»?

Aquellos que han sido más críticos con el Concilio han puesto de relieve el optimismo del Papa Juan y del« GS. Optimismo, además que, para ellos, respondía a un momento histórico favorable (la era Kennedy). Pasada tal coyuntura la realidad se habría impuesto por sí sola mostran­do la ingenuidad de tal postura. No falta parte de razón «los que hacen tales consideraciones. Nadie es ajeno al mundo, ni al contexto en el que vive. Todos estamos situados. Además, intención del concilio fue acercar­se con otro talante al mundo contemporáneo del que la Iglesia se había alejado. Su actitud, pues, fue deliberadamente positiva y reconciliadora. Así lo reconocía el propio Pablo VI en su discurso al término de la última sesión pública:

«(La Iglesia) ha considerado, una vez más... la miseria y la grandeza del hombre, su mal profundo, innegable e incurable por sí mismo, y su bien, que sobrevive, siempre marcado de arcana belleza y de invicta soberanía. Pero hace falta recono­cer que este Concilio se ha detenido más en el aspecto dichoso del hombre que en el desdichado. Su postura ha sido muy a conciencia optimista. Una corriente de afecto y de admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno».

Pero, aceptado lo que de razonable manifiesta esta postura crítica, es preciso mirarlas cosas con mayor profundidad.

Habrá que ser lúcidos y decir que si hubo una coyuntura de esperanza allá al comienzo de los años 60, ahora, en los 90 somos partícipes de otra de signo contrario. Y también afecta y también marca las reflexiones y actuaciones eclesiales. De modo que, por esta vía de discusión mera­mente histórica, no se llega muy lejos. El análisis decisivo tiene que ser teológico. El Vaticano II en la GS opta por una forma de hacer teología y misionar. Y esa opción, que oficialmente propone, se basa en datos de fe. El método de los «signos de los tiempos», como hemos querido indi­car, se apoya en unas claves constantes que brotan de las condiciones de posibilidad de la misma fe revelada. La fe y el cristianismo son siem­pre históricos. La evangelización, por tanto, pasa por la historia concre­ta y por los rostros concretos de las gentes. Sea cual sea la historia y sean cuales sean esos rostros. Y esa historia con sus hombres ha de ser escuchada, conocida y finalmente, escrutada a la luz de Jesucristo y de su evangelio. Ese discernimiento es irrenunciable si se quiere introdu­cirla buena noticia en los cambiantes contextos de la historia. Y discer­nir significa descubrir aquello que aleja a los hombres del proyecto de Dios pero también reconocer la presencia de las propias huellas de Dios en esas vidas humanas. Justamente por ello, el método de los «signos de los tiempos» se resuelve en una dinámica pastoral que tiene en cuen­ta al que va a ser evangelizado y que destaca los puntos comunes que permiten un diálogo. Y en todo diálogo hay algo que iluminar, que corregir pero también hay algo que recibir y aprender. Recibir y apren­der, en último término, de Dios mismo que, en su Espíritu, anima a todas sus criaturas.

Por tanto, a nuestro juicio, el optimismo del Concilio no sólo es fruto de una época, también es, y prioritariamente, teológico. Optimismo que hunde sus raíces en lo que podríamos denominar el «optimismo divino», manifestado en la creación y en la encarnación. Optimismo que no significa ceguera, ni irresponsabilidad. Optimismo, en definitiva, que se hace siempre necesario a la hora de abordar cualquier proceso misionero e inculturizador.

Después de lo dicho, queda patente nuestra confianza en el valor actual del método de los «signos de los tiempos» que el Vaticano II lanzó a la Catolicidad de finales del siglo XX. Evocarlo, 30 años des­pués, y cuando se acerca el comienzo de un nuevo milenio, no es en modo alguno superfluo. Es saludable y hasta conveniente.[29] Se dice que la plena recepción de las enseñanzas del último Concilio no ha concluido aún. ¡Ojalá que estas conferencias en torno a la GS organi­zadas por la Facultad de Teología de Valencia lograran aportar su gra­nito de arena en ese proceso!

[1] El número calculado, en la sesión inaugural (contando Padres, peritos e invita­dos), ronda los 3.000. En lo que se refiere a los obispos participantes: los europeos eran 1041, los americanos 956, los africanos 379 y los asiáticos más de 300.

[2] Los 57 volúmenes de Actas del Vaticano II se reparten del siguiente modo: Acta et Documenta Concilio Ecuménico Vaticano II apparando (23) ( Serie Antepraeparato­ria 16 + Serie Praeparatoria, 7), Schemata Constitutionum et Decretorum (4), Consti­tutiones. Decreta. Declarationes (2), Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani Secundi (25, distribuidos a lo largo de los cuatro periodos del Concilio), Índices (1), Appendix (1), Appendix altera (1). Cf. LVAN LAARHOVEN, «Los concilios ecu­ménicos a examen. Síntesis cuantitativa», en Concilium 187 (1983),pp.75‑92

[3] ' La variedad de géneros y textos es notoria: 4 Constituciones, 9 Decretos y 3 Decla­raciones. El género Constitución Pastoral es absolutamente novedoso (cf. M.D. CHENU, «Orthodoxie‑Orthopraxie», en Le service théologique dans IEglise. Mélanges offerts au Pére Yves Congar, Paris,1974, pp.53 ss).

[4] «La hermenéutica dogmática suele interpretar las declaraciones de un concilio desde una exacta contraposición a los errores que en él se quiere condenar. Este princi­pio no puede aplicarse al Vaticano II, puesto que no quiso condenar errores» (H.J. POTTMEYER, «Hacia una nueva fase de recepción del Vaticano II. Veinte años de hermenéutica del Concilio», en G. ALBERIGO, J.P JOSSUA, eds., La recepción del Vati­cano 11, Madrid, 1987,p.60).

[5] Ver el artículo citado de H.J. POTTMEYER, p.59.

[6] H.J. POTTMEYER reclama una hermenéutica conciliar fiel a la intención de la convocatoria conciliar, a su método, a su carácter de transición y que se refiera funda­mentalmente a los textos. Por ello, señala la necesidad de un análisis minucioso de los documentos conciliares de acuerdo a su prehistoria, su historia conciliar, su historia postconciliar y su influjo: «una hermenéutica equitativa exige que se interpreten los textos en función de la evolución y en función de su orientación» (op. cit., p.61‑63). El Sínodo'85, por su parte, subrayaba, a la hora de la interpretación, la comprensión unitaria de la obra del Concilio y la continuidad del Vaticano II con la gran tradición ecle­sial anterior. Junto a ello aportaba alguna clave para la lectura teológica de sus textos: «la interpretación teológica de la doctrina del Concilio tiene que tener en cuenta todos los documentos en sí mismos y en su conexión entre sí, para que de este modo sea posible exponer cuidadosamente el sentido íntegro de todas las afirmaciones del Conci­lio, las cuales frecuentemente están muy implicadas entre sí. Atribúyase especial aten­ción a las cuatro constituciones mayores del Concilio, que son la clave de interpreta­ción de los otros decretos y declaraciones. No se puede separarla índole pastoral de la fuerza doctrinal de los documentos, como tampoco es legítimo separar el espíritu y la letra del Concilio. Ulteriormente hay que entender el Concilio en continuidad con la gran tradición de la Iglesia; a la vez debemos recibir del mismo Concilio luz para la Iglesia actual y para los hombres de nuestro tiempo» (en Ecclesia XLV (1985), p.1556). G. ALBERIGO, uno de los mejores historiadores del Vaticano II, sostiene: «il appara1t donc nécessaire d'élaborer un éventail de critéres herméneutiques complémentaires, plutót qu'un critére unique, afin d'éviter une réduction implicite et unidimensionnelle du dynamisme polymorphe qui a caractérisé Vatican II. Ces critéres ne peuvent étre formulés que comme des hypothéses et des pistes de recherche, Os devront étre sans cesse vérifiés, et,le cas échéant, rectifiés ou modifiés, á la lumiére des résultats de 1'a­nalyse des sources...». Los criterios que propone nuestro autor son: «l.le concile‑évé­nement comme canon herméneutique; 2.1'intention de Jean XXIII; 3. la nature pasto­rale du concile; 4. 1'aggiornamento comme but de Vatican II; 4. la pratique du compromis et de la recherche de l'unaniniité» (en «Critéres herméneutiques pour une histoire de Vatican II», en Interpréter. Hommage amical á Claude Geffré, Paris, 1 992, pp.263‑265).

[7] Algunas de estas actuaciones fueron: 1) aprobación de la elección (20‑10‑62) de los 16 primeros elegidos de cada comisión conciliar, sin que hubieran alcanzado, inclu­so, el «quorum» previsto por el reglamento; 2) asimilación del «Secretariado para la Unidad» a una Comisión conciliar (22‑10‑62), contra lo estipulado en el artículo 7 del reglamento. De este modo, la cuestión ecuménica se colocaba al mismo nivel de impor­tancia de los otros temas conciliares; 3) retiro del esquema De fontibus Revelationis enviándolo a la Comisión para su reelaboración (21‑11‑62). Cf. A. ZAMBARBIERI, Los Concilios del Vaticano, Madrid, 1996, pp.223 ss.

[8] Sobre este particular se puede leer con interés la interpretación de G. ALBERIGO «Formatione, contenuto e fortuna dell'allocuzione», en G.ALBERIGO‑A.MELLONI, eds., Fede Tradizione Profezia. Studi su Giovanni e sul Vaticano II, Brescia, 1984, pp.188‑189.

[9] «L’allocuzione inaugurale del concilio Vaticano II costituisce un atto di rilevante significato storico, certamente il piú importante del pontificato di Gióvanni XXIII, pro­babilmente uno dei piú impegnativi della chiesa cattolica nell'etá contemporanea» (G. ALBERIGO,op.cit.,p.187).

[10] Vamos a citar los textos y las divisiones internas de la GME y de la GS de acuer­do con la edición de la BAC, Madrid, 1975, titulada Concilio Vaticano 11. Constitucio­nes. Decretos. aclaraciones. Legislación posconciliar.

[11] Un vistazo al célebre Syllabus confirma este juicio. El siguiente texto de J.M. ROVIRA BELLOSO describe las causas de esa situación "rezagada" de la Iglesia Católica en el mundo contemporáneo: «la Iglesia católica arrastraba desde hacía años una serie de problemas derivados de sus conflictivas relaciones con la llamada moder­nidad. La cuestión es obvia: al haber brotado un nuevo modo de ser de las sociedades civiles y de los Estados que las configuran, la Iglesia es lógico que acusara recibo de estos fenómenos nuevos y tomara la debida relación respecto de ellos. De ahí que la Iglesia católica se haya enfrentado, desde 1870 hasta 1962, con.. problemas... que deri­van de la necesidad de aceptar o no aceptarlo nuevo que el individuo, la sociedad y el estado aportaban como un profundo cambio social fraguado a partir de la Revolución francesa» («Significación histórica del Vaticano II», en C. FLORISTAN, J.J. TAMAYO, eds., El Vaticano II, veinte años después, Madrid, 1985, p.20).

[12] Cf. A.MELLONI, «Sinossi critica dell'allocuzione di apertura del Concilio Vaticano II Gaudet Mater Ecclesia di Giovanni XXIII», en Fede Tradizione Profezia, Brescia, 1984, p.268.

[13] Es conocida la tesis que trata de desvalorizar el significado de la reflexión del Vaticano II pretextando su índole pastoral. Esta visión de las cosas opone lo doctrinal a lo pastoral y olvida las reflexiones evangélicas en torno al Buen Pastor («.. y las ovejas le siguen porque conocen su voz», Jn.10, 1‑4; cf. H.U. VON BALTHASAR, Verite et Vie», en Concilium 21 (1967), pp.77‑83). GAUGGIERI hace notar que la acción pasto­ral que reclamaba Juan XXIII para el Vaticano II significaba «capacidad de unir la ver­dad evangélica a las exigencias de la historia» (“Fe e Historia”, en La recepción del Vati­cano II, p.131).

[14] Cf. GRUGGIERI, op. cit.,p. 130

[15] «On a dit de divers cótés que, sans la JOC et faction catholique spécialisée dans laquelle se sont propagées ses méthodes,le concile Vatican II n'aurait pas eu lieu. Ce qú on peut affirmer avec certitude, c'est que, sans la JOC,il n'aurait pas été ce qu'il a été et que, sansla JOC, ne se serait pas développée,comme elle fa bit la réflexion sur les signes des temps, quis'est généralisée aprésle Concile» (R.GUELLUY, «Les exigences méthodologiques d'une théologie des signes des temps», en Revue théologique de Louvain 12 (1981), p.415).

 

[16] Cf. P.VALADIER, «Signes des temps, signes de Dieu?», en Etudes 335 (1971), p.270.

[17] Cf. P. VALADIER, op. cit.,pp.273 ss.

[18] Existe una tendencia espontánea a identificarlos signos de los tiempos con los acontecimientos señeros de un momento histórico. Es, por tanto, una concepción sociológica de nuestro tema. Se olvida que los hechos en sí no son signos. Únicamente adquieren tal calificación al ser contrastados con los principios evangélicos. Al recibir la luz del único gran signo (Jesucristo) y por tanto, al ser interpretados.

[19] Sobre el tema del diálogo se puede leer con provecho la encíclica Ecclesiam Suam de Pablo VI. El contacto entre esta encíclica y la GS en lo referente al diálogo es más que evidente.

 

[20] JUAN PABLO II, «Discurso a los teólogos españoles en el Aula Magna de la Universidad Pontificia de Salamanca (1 de Noviembre de 1982)», en Juan Pablo 11 en España. Texto íntegro de los discursos del Papa, Conferencia Episcopal Española, Madrid, 1983, p.49.

[21] La teología propia del Vaticano II tiene que ser aquella que respete las exigencias

de la formalidad que ofrenda (el método de los signos de los tiempos). En este sentido

hablamos nosotros de "teología genuina del Vaticano II" (cf. V .BOTELLA, Hacia una

teología tensional, Valencia, 1994, pp.219‑224)

[22] Tomamos esta expresión de H.M.FERET, «La théologie concréte et historique et son importance pastorale présente» en el volumen colectivo Le service théologique dans IEglise, pp.193‑247. Según cuenta este autor una teología «concreta e histórica» fue reclamada para el Vaticano II por el grupo de Observadores cristianos no‑católicos asistentes al mismo durante una audiencia con el Papa Pablo VI (17 de octubre de 1963). Parece ser que el Papa acogía la sugerencia de modo muy favorable (cf. AAS 55 (1963),p.194).

 

[23] Durante muchos años la teología católica estuvo dominada por una «forma de hacer» que acabó identificándose con la forma teológica «oficial». Según RMINLING esta teología tenía como características las siguientes: el aislamiento de la reflexión con respecto a la vida de fe y sobre todo, con respecto a la experiencia histórica; la concepción intelectualista de la fe, la admisión del principio de que ciertas formulacio­nes son definitivas e inmutables, la utilización de la Escritura como punto de partida de construcciones racionales y como repertorio de citas destinadas a apoyarlas tesis obtenidas por deducción; el privilegiar la teología escolástica y el pensamiento de santo Tomás, las más de las veces interpretado por algún comentador» (La théologie contemporaine (1945‑1980),Paris,1983,pp.64‑65).

 

[24] Sobre este particular se pueden leer con provecho las reflexiones, en algún momento irónicas, de R. LATOURELLE, «Nouvelle image de la fondamentale», en Problémes et perspectives de Théologie fondamentale, Tournai‑Montréa1,1982, p.91s.

[25] B.FORTE presentando las actitudes de la teología en los contextos actuales mar­cados por la postmodernidad y el reverso de la historia, habla de la actitud de la humil­dad en la teología: «A esta teología, para que sea significativa y liberadora, no se le pide que lo diga todo o que lo explique todo; si lo hiciera, sería un producto más de la ideología moderna. Tampoco se le pide que calle, cayendo así en la insignificancia más completa. Se le pide que recuerde el Origen, haciendo memoria de él según las narra­ciones sagradas de la fe; se le pide que señale la Patria, vislumbrada en la promesa, pero no poseída aún, se le pide que inquiete al presente, denunciando sus ídolos totalizantes, pero también las caídas en la negatividad sin esperanza. A esta teología se le pide que hable de Dios como humilde sierva y no como señora, que tienda hacia él como peregrina hacia la luz, guiada por la estrella de la redención que apareció en la noche de los tiempos, sin seducciones de cumplimiento o de posesión» (La teología como compañía, memoria y profecía, Salamanca, 1990, pp.29‑30).

[26] «La Iglesia, custodia del depósito del« palabra de Dios, del que manan los princi­pios en el orden religioso y moral, sin que siempre tenga a mano respuesta adecuada a cada cuestión, desea unir la luz de la Revelación al saber humano para iluminar el camino recientemente emprendido por la humanidad» (GS.33).

[27] Dice la GS en su conclusión (n° 91):«Esta exposición, en la mayoría de sus par­tes, presenta deliberadamente una forma genérica; más aún, aunque reitera la doctrina recibida en la iglesia, como más de una vez trata de materias sometidas a incesante evolución, deberá ser continuada y ampliada en el futuro».

[28] Cf. H. LPOTTMEYER, op. cit.,pp.56‑57.

[29] De hecho Juan Pablo II en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente invita a preparar adecuadamente el vencimiento bimilenario renovando el compromiso de aplicación fiel de las enseñanzas del Concilio y examinando su recepción (ver los números 20 y 36).