JORNADAS DE
REFLEXIÓN.- CUARESMA 2005
Nos dirigió en las jornadas
nuestro amigo José Antonio. Los tres momentos de reflexión giraron en
torno a los textos que reproducimos a continuación.
Las
referencias del proceso de conversión
1. ¿Dónde estamos? ¿Quiénes somos?
(Bruno Forte, La esencia del
cristianismo, 15,16)
«Me has dado el día, porque no podías
darme otra cosa que lo que eres.
Madre, me has dado los días de mi muerte.
Desde entonces, vivo y muero en ti/ que
eres amor.
Desde entonces, renazco desde nuestra
muerte».
Estas palabras, tomadas de El libro de
las preguntas, de Edmond Jabés, manifiestan hasta qué punto es propio
de los seres humanos luchar sin descanso contra la muerte, y cómo, al
mismo tiempo, les es natural reconocerse acogidos en un misterioso regazo
materno, manantial siempre fecundo de vida. El arma de esta lucha es la
pregunta que nos lleva a superar el umbral, única fuerza capaz de hacernos
renacer de nuestra muerte, gracias al misterioso vínculo que ella mantiene
con el origen materno de cuanto existe. Por eso, la identidad más profunda
del ser humano, su «nombre» imborrable, es la pregunta: «Tengo por nombre
una pregunta y mi libertad consiste en mi propensión a preguntar».
Cuando la pregunta se ofrece con escucha
dócil e interés radical, allí se hace posible la revelación del corazón y
el encuentro que cambia la vida; allí se experimenta la nostalgia profunda
de un padre-madre en el amor, que todo lo acoge y lo custodia. Y, al
contrario, cuando el pensamiento quiere convertirse en señor exclusivo y
la pregunta es sólo expresión de dominio y ejercicio de violencia, allí se
produce el naufragio de una existencia desanclada, de un mundo sin origen
ni patria. En los escenarios del tiempo, como en los del corazón, la
figura del padre-madre de amor se convierte en una referencia decisiva, en
una piedra de toque que permite valorar el sentido, el éxito o el fracaso
de la aventura humana. (....) La referencia, por tanto, a esta figura en
(paterno-materna) en la interpretación de la modernidad y de la crisis que
ha sufrido es lo que ayudará a responder a la doble pregunta
decisiva:¿dónde estamos?,¿quiénes somos?
2. Testigos del sentido: las razones
de la esperanza
(Bruno Forte, La esencia del
cristianismo.,104,105)
El discípulo de Aquel que vivió el éxodo
de sí hasta la entrega en la cruz, ante la carencia de esperanza y de
ilusión por la verdad, propias del mundo postideológico y de la soledad
moderna, el cristiano, unido al éxodo de Jesús hacia el Padre, está
llamado a ser testigo del sentido de la vida y de la historia. A él
se le pide amar la patria abierta por la resurrección de Cristo y estar
dispuesto a pagar el precio de la fidelidad a ella en la daría ocupación
centrada en lo que es penúltimo; sólo así podrá ser testigo de esperanza
para los demás. Hace falta que los cristianos reencuentren plenamente la
ilusión por la verdad revelada en Cristo, en quien se funda del modo más
auténtico su testimonio de peregrinos hacia la patria. Amar la verdad
significa tener la mirada puesta en el cumplimiento de las promesas de
Dios que tuvo lugar en Aquel que murió y resucitó por nosotros y estar
dispuestos a pagar el precio requerido por esta verdad en su manera de
vivir. (...). La esperanza del cristiano no es la simple espera en la que
se proyectan los deseos del corazón; ella, dada desde lo alto, es más bien
anticipación del futuro que Dios obra ya en el corazón de la historia. Por
eso, la esperanza teologal no anula el aspecto humano de la esperanza;
pero las esperanzas humanas se cumplen a través de la resurrección del
Señor, el cual, por una parte, sostiene todo compromiso auténtico de
liberación y de promoción humana, y por otra parte se opone a toda
absolutización de metas terrenas.
En este sentido la esperanza de la
resurrección es resurrección de la esperanza; ella da vida a cuanto es
prisionero de la muerte y juzga inexorablemente a cuanto pretende hacerse
ídolo de los corazones.
 |