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TRIBUNA: MANUEL LLORIS

Matrimonio

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y
Letras.
EL PAÍS - C. Valenciana - 22-10-2004
La especie humana siempre ha necesitado creer en algo
que la trascienda, de ahí su adhesión a lo que ni toca ni ve, de ahí el
éxito de las grandes religiones y de una miriada de creencias
sobrenaturales. Me parece que no estoy descubriendo la pólvora. Pero a
medida que la vida humana se hace más segura, más cómoda y más larga, la
necesidad de otra vida después de ésta disminuye y la religión pierde
parroquianos. La gente sigue diciendo creer en Dios en todas las
encuestas, pero los hechos desmienten una afirmación emitida desde el
residuo del miedo al más allá.
La Iglesia sigue obstinándose en un error secular: la
presunta eternidad de algunas presuntas verdades. Como si la Creación
hubiera sido fija, un hecho en el que ya no comulgaba Aristóteles y
cuidado que faltaban siglos para que se pronunciara Darwin con pelos y
señales. No existe una naturaleza humana, sino que, a través de los
milenios, la especie ha experimentado un cambio espectacular, por dentro y
por fuera. Ni siquiera una condición humana, pues cambian variables
como la política, la cultura y el medio tecnológico; y las consecuencias
de esos cambios son imprevisibles.
Hoy todo anda patas arriba y apenas hay vínculo que no
se tambalee. Muchas cosas siguen siendo santas de nombre y "perversas" de
hecho, de donde se sigue que el cristianismo (sobre todo en su variante
más ortodoxa, el catolicismo) no tiene manos. Sobre todo, tal vez, porque
el conflicto surge en un propio patio. El escándalo del clero
estadounidense habría pasado desapercibido, o casi, si esos curas se
hubieran limitado a practicar el sexo -incluso homosexual- con adultos.
Allí el catolicismo, tal vez por la competencia entre credos, es más laxo,
más benévolo. Y la feligresía también, pues tiende a creerse que a Dios no
le ofende demasiado una transgresión moderada del sexto mandamiento. Lo
que hizo estallar la gran burbuja fue la pederastia. Con niños,
abstenerse. Con tanto jaleo de una u otra índole, es menos extraño que se
desaten los nervios y se digan cosas que nos recuerdan la "conspiración
judeomasónica". A nuestro clero los dedos se le antojan huéspedes y ve una
conspiración en cada esquina. Yo fui muy anticlerical bajo el franquismo.
Hoy la Iglesia española me contentaría de no ser porque, en su estado de
ánimo, pugna por conseguir mayor poder terrenal como solución a unos
cambios que para bien o para mal tienen menos remedio que mi muerte.
Encima, me seduce la liturgia católica y no digamos la gran música
religiosa.
Estamos oyendo cosas que nos dejan boquiabiertos. El
cardenal Antonio María Rouco afirma que las actuales críticas a la Iglesia
son comparables a "las páginas martiriales" del primer cristianismo. En
realidad, lejos de echar a los cristianos a los leones, la Iglesia goza de
prerrogativas tales como poner y deponer profesores de religión a su
antojo, mientras quien paga a ese colectivo somos los contribuyentes.
Cierto es que con el advenimiento de la democracia la Iglesia española ha
perdido presencia y no es maldad preguntarse si en las declaraciones de
monseñor no late una cierta nostalgia. A veces, quien conserva la mitad de
lo que ha tenido tiende a creer que lo ha perdido todo, cuando en realidad
es preferible tener menos pero con más legítimo fundamento. En cuanto a
las críticas ni son tan acerbas ni están generalizadas. Que se cometa
algún exceso, en uno u otro sentido, será deplorable, pero nada que rebase
lo previsible.
¿Es blasfemo, anticatólico o socialmente incorrecto que
uno muestre su disconformidad con algunas manifestaciones del obispo Reig?
En tiempos de la dictadura sí, y uno estaría ya en la cárcel. Pero veamos.
Dice el obispo de Segorbe-Castelló que en el caso del matrimonio
homosexual, el Gobierno cede a la presión de los lobbies. ¿De qué
lobbies? ¿Podemos objetar sin que nos incluyan entre los
conspiradores? Es verdad que no hay Gobierno sin lobbies y que los
tales, en países como Estados Unidos, son respetables. Pero un senador se
lo pensará dos veces antes de mangonear en favor de una causa minoritaria
e impopular. Eso se publica y se sabe. ¿El Gobierno español cedería ante
los lobbies pro matrimonio homosexual si no supiera que defienden
una causa mayoritariamente aceptada por la ciudadanía? Yo no sé siquiera
si existen tales grupos de presión adheridos a la causa del matrimonio
entre homosexuales, pero es que no hace falta saberlo. Tenemos sondeos,
encuestas (incluso del CIS) y múltiples testimonios públicos. Puede que el
apoyo popular a esta causa no sea entusiasta, eso es difícil de saber;
pero basta con que sea favorable. Y lo es, lo es; como es también cierto
que ningún Gobierno se suicidaría por ponerse en contra de la voluntad de
dos tercios de los ciudadanos. Como sería disparatada la pretensión de
meter de nuevo a la mujer en el hogar, según propugna un obispo de Galicia
cuyo nombre no me viene ahora a las mientes ni falta que me hace, pues tal
demanda es puro pintoresquismo a horas de hoy.
Matrimonios heterogéneos los ha habido y los hay en
todos tiempos y lugares. En el derecho romano (citado aprobadoramente por
monseñor Reig) la fórmula cum manu fue cediendo terreno ante la
sine manu. Los primeros Padres de la Iglesia sentían cierta aversión
hacia el matrimonio. ("Mejor casarse que quemarse", San Pablo). Pasaron
siglos antes de que el matrimonio adquiriera la dignidad de sacramento.
Los sistemas económicos crean costumbres y las costumbres acaban
convirtiéndose en ley. Así es como el binomio ciencia-técnica, el más
influyente y cambiante en la actualidad, está fomentando una diversidad de
uniones en gran parte adaptadas a las circunstancias del sujeto:
matrimonio sin hijos, uniones homosexuales, paternidad profesional,
comunas, poligamia, poliandria, child rearing, un padre rodeado de
niños concebidos con distintas mujeres sin que ninguna viva con él. Ni
defender ni atacar, aceptar lo irreversible; a la postre, no se vislumbra
que vaya a desaparecer la familia cristiana tradicional.
La ley natural es sumamente interpretable, como sabían
los griegos. Amparándose en ella, Aristóteles aceptaba la esclavitud. La
ley natural, generadora de derechos, deberes, libertad, siempre se ha
adaptado a los hechos de la vida humana, tan cambiante. No es, pues, un
absoluto. ¿Hemos de lamentarlo? |