La tensión entre el Gobierno y la Iglesia católica
TRIBUNA: NORBERTO ALCOVER

Católicos y socialdemócratas
Algunas decisiones del Gobierno de José Luis Rodríguez
Zapatero -como el anteproyecto de ley que permite el matrimonio entre
homosexuales, o las características que debe tener la enseñanza de la
religión en la escuela- han creado malestar en distintos sectores de la
Iglesia católica. Esta tensión ante medidas adoptadas por un Estado
aconfesional afecta especialmente a la jerarquía eclesiástica, pero tiene
otras modulaciones en sectores de la comunidad católica que han apoyado
con su voto la elección del Gobierno o que discrepan de la posición
adoptada por algunos obispos.
Norberto Alcover es
escritor y profesor universitario.

EL PAÍS - Opinión - 24-10-2004
Cuando uno contempla la realidad española del momento,
no puede evitar cierto malestar ante el clima de confrontación más anímica
que estrictamente política que se le ofrece inmediatamente. Desde nuestra
participación en la guerra de Irak, las consiguientes movilizaciones, los
dramáticos sucesos del 11-M y el consiguiente resultado electoral, España
ha dado un vuelco no solamente gubernamental, porque también lo
experimenta en los referentes cotidianos que determinan la vida de la
sociedad civil, epicentro de una auténtica democracia.
En este contexto, que produce el malestar comentado, la
socialdemocracia española, representada por el PSOE en el poder, adquiere
un protagonismo decisivo para todos los españoles, y muy especialmente
para quienes, siendo y sintiéndose plenamente católicos, apoyaron en las
urnas el proyecto socialdemócrata como el mejor para vehicular sus
preocupaciones de compromiso histórico precisamente en función de su
opción creyente. De estos hombres y mujeres queremos tratar en estas
líneas, conscientes de que se trata de un colectivo silencioso
tanto en la Iglesia como en el mismo PSOE. Sin que necesariamente
pertenezcan a grupos como Cristianos por el Socialismo o Cristianos en el
PSOE, porque es un colectivo más difuminado pero no menos determinante en
muchos instantes de la vida política.
Estos hombres y mujeres viven una permanente tensión
como miembros del cuerpo eclesial, que tiene sus reglas de juego, y en el
mismo momento, miembros del cuerpo socialdemócrata, también con sus
propias reglas. No optaron por el proyecto de José Luis Rodríguez Zapatero
en virtud de un apriorismo de partido, como tal vez pueda darse en un
militante típico, antes bien, y repetimos algo sustancial en este texto,
porque tuvieron la percepción, tras examinar el programa electoral del
PSOE, de que tal programa reflejaba mejor que los otros la transformación
de la sociedad española en una sociedad sobre todo más justa, por más
democrática, en la dimensión precisamente socio-económica. Les interesaba
y les interesa la democracia de la riqueza, que es consustancial a
cualquier proyecto socialdemócrata. Ésta es la última razón de su apoyo
electoral al partido liderado por el leonés de talante renovador. Al
respecto, no vale engañarse en estos momentos de llamativa exaltación
gremialista.
Pero lo que constatan en estos primeros meses de
Gobierno del PSOE es un paquete de medidas de naturaleza moral e
ideológica que, sin poder evitarlo, les llama poderosamente la atención,
golpea la cosmovisión de muchísimos españoles y, como resultado final,
produce enorme reacción eclesial. No es que estén confusos ante la nueva
situación, pero se preguntan, por lo menos, por la oportunidad de esta
avalancha moral / ideológica que, en definitiva, produce un modelo de
convivencia muy diferente en materias de alta sensibilidad. Puede ser que
compartan algunas de estas medidas, pero lo importante de verdad es que
experimentan dos reacciones complementarias si bien diferentes en sí
mismas: de una parte, se interrogan por el tiempo de debate civil dedicado
a tales modificaciones, y de otra, por la confrontación entre Iglesia
católica y socialdemocracia en un momento necesitado de diálogo
histórico entre ambos colectivos, superando distanciamientos antiguos que,
sin embargo, parecen recuperar actualidad para perjuicio de todos. Se lo
preguntan, les preocupa muy seriamente, y se ven abocados a una respuesta
convincente.
Porque en medio de esta marabunta de decisiones que
llegarán al Parlamento, perciben que aquella democracia económica, motivo
último de su opción socialdemócrata, se diluye por completo: ellos y ellas
esperaban que el PSOE en el poder intentara abordar cuanto antes todo lo
relacionado con la pobreza persistente de una sexta parte de la sociedad
española, con la remodelación de la fiscalidad en beneficio palpable de
las clases más desfavorecidas, con el apoyo eficaz a la ancianidad e
infancia, con la acogida humanitaria a la inmigración desesperada, con el
apoyo a valores intelectuales y mediáticos nunca de partido, antes bien
representativos del conjunto de la sociedad española, sin olvidar un
posicionamiento internacional menos nominalista y mucho más solidario con
las zonas objetivamente pobres del planeta. Y no ha sido así. Se ha
preferido lo fácil a lo difícil, lo más agradable a lo más desagradable
aunque, repetimos, pueda estarse de acuerdo con algunas de las medidas
tomadas, entre las que destacan muy positivamente todas las referidas al
maltrato femenino, auténtica lacra de nuestra sociedad. Pero el problema
de verdad no es el acuerdo o el desacuerdo. El problema de verdad es haber
dado prioridad a unas realidades en perjuicio de otras, y de esta manera,
haber producido mucho desencanto, mucha tensión y, en fin, altas dosis de
fractura social.
Y llegados aquí, alcanzamos el meollo de este texto.
Está claro cuanto se viene discutiendo sobre la conveniencia del Estado
laico y, por ello mismo, aconfesional, mientras no se extralimiten los
conceptos utilizados en un ejercicio censurable de manipulación
ideológica. Está no menos claro que los católicos deben plantearse cómo
sostener el ser y el quehacer de la Iglesia católica, sin que tal cosa
suponga olvido alguno de su inmensa aportación al bienestar ciudadano.
También aparece como evidente que tal Iglesia no debe entrometerse en
determinadas materias estrictamente temporales, mientras no se pretenda
reducir la experiencia cristiana al ámbito meramente privado. Todo esto
está claro y, para el colectivo al que vengo refiriéndome, no es materia
de discusión. Pero otra cosa completamente diferente es abrir una brecha
todavía mayor en las relaciones entre socialdemocracia española y el
cuerpo eclesial español, de tal manera que, de hecho, la Iglesia católica
se sienta golpeada en algunos de sus más preciados principios morales e
ideológicos, hasta provocarse una reacción previamente sospechable.
Ninguno de nosotros somos niños para escondernos que las cosas son como
son y no valen explicaciones coyunturales a la hora de enfrentar
cuestiones sustanciales de la vida social pero también política y, en
definitiva, económica: tan molestas son las demonizaciones de la
socialdemocracia desde ámbitos eclesiales, como esas otras demonizaciones
de la Iglesia desde ámbitos socialdemócratas.
Católicos por apropiación madura de su identidad
creyente y socialdemócratas por opción meditadísima, y nunca por ese
apriorismo de partido que les resulta ajeno, se encuentran, en este
preciso momento, en el filo de la navaja, donde puede que lleven
años instalados, recibiendo críticas de unos y de otros, dado que no se
han precipitado por el barranco de las obediencias ciegas, pues les
parecen superadas desde el Vaticano II y no menos desde la Constitución de
1978. Si son críticos con la Iglesia católica, de cuya corporalidad forman
parte misma, ¿cómo no van a serlo de un partido político, mucho más
aleatorio para ellos y ellas que ese Pueblo de Dios que les confiere
identidad última? Son críticos porque son evangélicos. Son críticos porque
son demócratas. Y seguramente lo seguirán siendo. Pero con una certeza
inamovible: llegada la ocasión (que probablemente nunca se dé) de elegir
entre Iglesia católica y partido socialdemócrata, no lo dudarían un
instante, por dolorosa que resultara la elección. De la misma forma que,
por lo que parece, otros y otras harían lo contrario.
El colectivo silencioso del que escribíamos al
comienzo se mueve en estas delicadísimas aguas, muy conscientes de que,
aceptado desde una y otra parte, pudiera facilitar un diálogo fecundo
porque asume ambos universos como una riqueza histórica, cuyas
consecuencias está decidido a soportar con grave serenidad. Así pues, este
colectivo silencioso, que hemos puesto sobre el papel público en un
gesto de clarificación necesaria, se siente responsablemente satisfecho de
su pertenencia a la Iglesia católica en toda su grandeza y en toda su
limitación, a la vez que defiende su opción socialdemócrata en la medida
que no le obligue a una pérdida sustancial de su identidad cristiana.
Mayor claridad es imposible, en beneficio de una
sociedad, la española, que a todos interroga sobre nuestras verdaderas
intenciones y concretos posicionamientos. Es decir, sobre nuestra entrega
al bien común o, por el contrario, a intereses grupales siempre recortados
y siempre un tanto espurios. España, en este momento, se merece unos
ciudadanos y ciudadanas capaces de trabajar, desde un diálogo sincero, en
beneficio de ese bien común, tanto desde el ámbito eclesial como desde el
ámbito socialdemócrata. No hay que desesperar en tal intento. |