La profesora Pou analizó el nacional-laicismo en la Asamblea del Foro de Laicos

La profesora de periodismo Mª José Pou, como representante de la Asociación Católica de Propagandistas ofreció una interesante conferencia en la Asamblea del Foro de Laicos que reúne a cerca de un centenar de asociaciones cristianas en las que analizó la situación actual que viven los católicos en España, refiriéndose en varias ocasiones al término “nacional-laicismo”. Ofrecemos un resumen de esta interesante conferencia:

“La vocación de servicio a la Iglesia es la principal característica de los propagandistas y es desde esa vocación desde la que quiero hablarles hoy. También quiero hacerlo desde mi vocación universitaria y periodística, es decir, desde mi interés por interpretar y cambiar la realidad haciendo presente y vivo el anuncio del Evangelio en mi entorno más próximo y en los foros públicos de creación de pensamiento y de opinión como especificidad de mi vocación para la vida pública.
Por ello voy a tratar, en mi intervención, de hacer un pequeño diagnóstico de la nueva etapa a la que nos enfrentamos los católicos en España, ese "nacional-laicismo" del que habla nuestro Arzobispo Monseñor Agustín García-Gasco.
Me he detenido sobre todo en el ámbito de la comunicación social y en la proyección del católico en la vida pública.
Por tanto voy a tratar lo que se refiere a las claves que se han incorporado al discurso público actual en desprestigio de la Iglesia. He de recordar, que la batalla de los foros públicos, es responsabilidad fundamentalmente de los laicos que han de estar, como dice la Lumen Gentium (31) "donde ella no puede ser sal de la tierra sino por medio de ellos" (33).
No obstante, tengo la convicción de que la luz brillará desde la coherencia privada y la vida espiritual profunda que se proyecta necesariamente en el espacio público con la valentía y la firmeza que está demandando nuestro tiempo. Como he dicho encuentro incompleta una santidad vivida en lo privado tal y como señala la Christidifeles Laici cuando reclama a los laicos que estén "comprometidos a manifestar su santidad del ser en su santidad del obrar" (16) sea una actuación apostólica específica o sea la evangelización de la cotidianeidad.
Ahora bien la santidad en la vida cotidiana ilumina todo nuestro entorno, no puede quedar tras la puerta de casa. Vivir la santidad supone vivirla en el trabajo, en la actividad política o sindical y en el complejo entramado de las relaciones humanas. Es decir, en todo momento.
La santidad, la vida anclada en Cristo Jesús, evidentemente, es la única manera de lograr la eficacia en las tareas de apostolado, que no se logra solo con la mejor de las estrategias ni la más cuidada de las programaciones sino con la Fuerza del Espíritu y de la gracia porque, (como recuerda la Apostolicam Actuositatem,) "la fecundidad del apostolado seglar depende de su unión vital con Cristo". Una vida espiritual profunda de oración y de participación en los Sacramentos, en especial, la Eucaristía, como ha destacado recientemente el Papa Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia in Eucharistia.
El punto de inicio y de llegada de mi intervención es, por tanto, que la santidad hoy se proyecta en una decidida actividad apostólica que exige un moderno tipo de martirio quizás no físico pero sí social.
Hace apenas unos días nació un periódico, el semanario Alba, al que deseamos, como toda iniciativa de Iglesia, una larga y fructífera vida. Lo comento simplemente por el titular de portada con el que han querido presentarse: "A por los católicos".
Este titular refleja, de forma un tanto extrema pero muy gráficamente, la inquietud actual entre los católicos españoles: parece que las autoridades, los líderes sociales, los medios de comunicación van contra los católicos, quieren acabar con la Iglesia, con todo lo que suene a católico, con la fe, con la religión, etc… o como mínimo quieren encerrarlo todo en las sacristías. Lo resume muy certeramente nuestro Arzobispo de Valencia en su carta dominical de la semana pasada cuando afirma que " La intolerancia laicista deforma la realidad hasta amoldarla a sus propios dogmas y obsesiones. Se manipula la fe católica y se desea ofrecer una imagen de la Iglesia retorcida y esperpéntica".
Efectivamente parece que esa es la situación: hay una cierta estridencia en las voces que se alzan contra lo católico, hay acritud, hay cierta hostilidad y hay sospecha. El católico es un ser molesto, sospechoso, incómodo e impropio de la posición que España debe tener en la vanguardia social del mundo. Una posición nunca alcanzada por culpa de la derecha retrógrada hipotecada por los poderosos y, por tanto, arrodillada ante la Iglesia.
Este es, en resumen, el sustrato de muchas de las argumentaciones que se están dando para justificar las posturas de algunas personas y responsables públicos. Es una postura que nos parece falsa e injusta pero se presenta como la predominante en el discurso público actual y por eso conviene que analicemos por qué resulta falsa e injusta.

Hay tres elementos que conforman el problema:
En primer lugar, la actitud.
En segundo lugar, las maniobras de confusión en cuanto a la legitimación de esas posiciones, que vienen dadas por la mayoría, por los lobbies y, cuando interesa, por la Iglesia.
En tercer lugar, el uso fraudulento del lenguaje con términos mágicos y una presentación de la realidad de forma maniquea a partir de dicotomías simplificadoras.
Veamos cada uno de ellos:
1. La actitud.
Lo que más sorprende en determinadas intervenciones públicas es la rabia con la que se habla. La rabia es un comportamiento propio de quien se ha visto sometido durante años contra su voluntad y por fin se siente liberado para hablar y actuar. La acritud supone un punto de partida viciado de origen que, como ha señalado el arzobispo de Pamplona, D. Fernando Sebastián, en su carta "El laicismo que viene" (Publicada en Paraula 3-10-2004) , es opuesta al "consenso social (que se produjo con la Constitución) uno de cuyos elementos era el entendimiento entre creyentes y no creyentes, gracias al concepto de no confesionalidad aceptado por todos". La actitud tan airada es incompatible con el diálogo, con el consenso y con el entendimiento.
2. La segunda es una cuestión de fondo. Se trata de las maniobras de confusión que se crean en torno a la legitimidad de esas posiciones y, sobre todo, la legitimidad de imponerlas a toda la sociedad. Aquí voy a referirme a la legitimación que se busca en las urnas; en los grupos de presión y en la Iglesia cuando interesa.
La fuente de legitimidad política es lógicamente el peso de los votos. La confusión se crea cuando se confunde legitimidad política y legitimidad moral, es decir, de las urnas no se deriva necesariamente la capacidad para crear los valores morales de una sociedad aunque sí para representarlos.
Ese intento por crear los valores morales en nombre de la mayoría política no es nueva puesto que ya se produjo cuando el PSOE gobernó en su anterior etapa, por eso nuestros Obispos publicaron las valientes Instrucciones pastorales La verdad os hará libres y Moral y sociedad democrática cuya vigencia es especialmente notable en la actualidad.
Hemos dicho que las urnas no dan la capacidad para crear los valores morales pero quizá sí para imponerlos, circunstancia que se produce cuando solo se tiene en cuenta lo defendido por la mayoría apelando a la fuerza de los votos. Así, la mayoría no gobierna para todos sino que se impone a las minorías.El problema en este sentido es cómo se forman las mayorías, cuáles son los valores morales mayoritarios y cómo saberlo. Ahí entramos en un terreno complejo que es el de la construcción del discurso público.
En estos momentos se ha producido, en las llamadas democracias mediáticas, una transferencia en el modo y sobre todo en el lugar donde se elabora el discurso público. Ya no es el Parlamento, verdadera representación de todos los ciudadanos, sino el espacio mediático. En principio puede parecer mejor porque permite que todos los ciudadanos, estén o no vinculados a un partido político, puedan tener voz, a diferencia del Parlamento donde es más compleja la participación.
Pero eso es falaz. La transferencia del Parlamento a los medios no implica mayor acceso, libertad y amplitud de planteamientos; por el contrario, en ocasiones esa transferencia tiene efectos perversos sobre la libertad de opinión y de expresión.

Esos efectos son:
l no todos los ciudadanos tienen posibilidad de acceso y representación en los medios puesto que casi todos los medios son entidades privadas y por tanto no tienen la obligación de permitir la libre expresión de todas las opiniones en los foros que ellos gestionan y financian.
l La defensa de una opinión no es directa sino mediada por los profesionales y por el lenguaje propio de la comunicación social.
l Se ofrece como debate lo que en realidad es un enfrentamiento provocado, donde la argumentación es sustituida por el espectáculo. Así, el consenso social se confunde con la capacidad de arrancar el aplauso del público y todo el proceso se valida con los datos de audiencia que son las urnas de la democracia mediática.
l A eso se une un fenómeno muy estudiado entre los comunicólogos que es la llamada "espiral del silencio", un fenómeno que se produce en la comunicación social, en el que las personas tienden a afianzarse más en opiniones que son socialmente bien acogidas y evitan defender las opiniones contrarias a la mayoría. De esa forma quienes van contracorriente suelen autosilenciarse, disfrazar en público lo que piensan en privado porque, de no hacerlo, acaban siendo silenciados o marginados por sus ideas.
l Por último ese proceso enlaza con la defensa por parte de las autoridades de lo políticamente correcto, de aquellas opiniones que nadie puede negar en público so pena de ser tachado de retrógrado o fascista, es decir, so pena no de discrepar sino de ser humillado y vejado por sus ideas.
l Ésta es, desde mi punto de vista, la piedra de toque de la situación que vivimos y la que hace más compleja que en otros tiempos la actuación del católico. La baza que tienen en estos momentos las posturas contrarias a lo católico es la legitimación social y el arma, la defenestración pública del discrepante; la persecución actual de la que algunos hablan no es física pero sí moral.
l De ese modo solo hay una verdad que es ratificada por el "oráculo demoscópico", perteneciente al culto al sondeo de opinión, que nuevamente está condicionado por esa espiral de silencio y ese discurso políticamente correcto.
 

Conferencia Integra de la profesora Mª José Pou Amérigo

 

Permítanme que comience agradeciendo la invitación que me hizo D. Vicente Esteve para participar en esta Asamblea. Para mí es una gran alegría no ya por mi persona, que poco puede enseñarles, sino por la realidad desde la que hablo en este Foro, la Asociación Católica de Propagandistas, de la que soy Consejera Nacional.

La Asociación, además, tiene un especial afecto a la Diócesis de Valencia porque en ella desarrolló su actividad apostólica Luis Campos Górriz, primer beato de la Asociación, que fue beatificado en Roma junto a los demás mártires valencianos el 11 de marzo de 2001, gracias a los esfuerzos y el impulso del Sr. Arzobispo a quien aprovecho la ocasión para agradecérselo.

 

La Asociación Católica de Propagandistas, fundada por el jesuita Ángel Ayala y presidida en sus inicios por Ángel Herrera Oria, fue, como saben, precursora de la Acción Católica en España y por tanto tuvo la firme convicción de la gran tarea que los laicos debemos desarrollar en la Iglesia. Una tarea que en ocasiones corre el riesgo de quedarse más en la demanda de protagonismo y autonomía que en la vocación de servicio a la Diócesis y la vivencia de la comunión eclesial.

 

Esa vocación de servicio a la Iglesia es la principal característica de los propagandistas y es desde esa vocación desde la que quiero hablarles hoy. También quiero hacerlo desde mi vocación universitaria y periodística, es decir, desde mi interés por interpretar y cambiar la realidad haciendo presente y vivo el anuncio del Evangelio en mi entorno más próximo y en los foros públicos de creación de pensamiento y de opinión como especificidad de mi vocación para la vida pública.

 

Por ello voy a tratar, en mi intervención, de hacer un pequeño diagnóstico de la nueva etapa a la que nos enfrentamos los católicos en España, ese "nacional-laicismo" del que habla nuestro Arzobispo.

Me he detenido sobre todo en el ámbito de la comunicación social y en la proyección del católico en la vida pública. Espero que me disculpen por ello pero ambos son mis ámbitos de actuación como profesional y como católica, esferas –la privada y la pública- que para mí son inseparables. Además he de admitir que son las que conozco más a fondo tanto en el plano intelectual como vivencial y por tanto creo que mi mejor aportación a este Foro será esa.

 

Por tanto voy a tratar lo que se refiere a las claves que se han incorporado al discurso público actual en desprestigio de la Iglesia, teniendo en cuenta, además, que es en los foros públicos donde la Iglesia parece que ha perdido la batalla. He de recordar, por cierto, que esa batalla, la de los foros públicos, es responsabilidad fundamentalmente de los laicos que han de estar, como dice la Lumen Gentium (31) "donde ella no puede ser sal de la tierra sino por medio de ellos" (33).

No obstante, tengo la convicción de que la luz brillará desde la coherencia privada y la vida espiritual profunda que se proyecta necesariamente en el espacio público con la valentía y la firmeza que está demandando nuestro tiempo. Como he dicho encuentro incompleta una santidad vivida en lo privado tal y como señala la Christidifeles Laici cuando reclama a los laicos que estén "comprometidos a manifestar su santidad del ser en su santidad del obrar" (16) sea una actuación apostólica específica o sea la evangelización de la cotidianeidad.

Ahora bien la santidad en la vida cotidiana ilumina todo nuestro entorno, no puede quedar tras la puerta de casa. Vivir la santidad supone vivirla en el trabajo, en la actividad política o sindical y en el complejo entramado de las relaciones humanas. Es decir, en todo momento.

 

En una palabra, la santidad del cristiano proyecta su ser en su entorno y en sus acciones, que no necesariamente han de ser espectaculares como recuerda el Papa en Novo Millenio Ineunte: "…este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos «genios» de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno".

 

La santidad, la vida anclada en Cristo Jesús, evidentemente, es la única manera de lograr la eficacia en las tareas de apostolado, que no se logra solo con la mejor de las estrategias ni la más cuidada de las programaciones sino con la Fuerza del Espíritu y de la gracia porque, (como recuerda la Apostolicam Actuositatem,) "la fecundidad del apostolado seglar depende de su unión vital con Cristo". Una vida espiritual profunda de oración y de participación en los Sacramentos, en especial, la Eucaristía, como ha destacado recientemente el Papa Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia in Eucharistia.

El punto de inicio y de llegada de mi intervención es, por tanto, que la santidad hoy se proyecta en una decidida actividad apostólica que exige un moderno tipo de martirio quizás no físico pero sí social. Por eso resulta tan representativa la figura del beato Luis Campos Górriz. Martirio contemporáneo que tiene lugar sobre todo en los foros públicos que es lo que voy a tratar con detalle.

 

Hace apenas unos días nació un periódico, el semanario Alba, al que deseamos, como toda iniciativa de Iglesia, una larga y fructífera vida. Lo comento simplemente por el titular de portada con el que han querido presentarse: "A por los católicos".

Este titular refleja, de forma un tanto extrema pero muy gráficamente, la inquietud actual entre los católicos españoles: parece que las autoridades, los líderes sociales, los medios de comunicación van contra los católicos, quieren acabar con la Iglesia, con todo lo que suene a católico, con la fe, con la religión, etc… o como mínimo quieren encerrarlo todo en las sacristías. Lo resume muy certeramente nuestro Arzobispo en su carta dominical de esta semana cuando afirma que La intolerancia laicista deforma la realidad hasta amoldarla a sus propios dogmas y obsesiones. Se manipula la fe católica y se desea ofrecer una imagen de la Iglesia retorcida y esperpéntica".

 

Efectivamente parece que esa es la situación: hay una cierta estridencia en las voces que se alzan contra lo católico, hay acritud, hay cierta hostilidad y hay sospecha. El católico es un ser molesto, sospechoso, incómodo e impropio de la posición que España debe tener en la vanguardia social del mundo. Una posición nunca alcanzada por culpa de la derecha retrógrada hipotecada por los poderosos y, por tanto, arrodillada ante la Iglesia.

 

Este es, en resumen, el sustrato de muchas de las argumentaciones que se están dando para justificar las posturas de algunas personas y responsables públicos. Es una postura que nos parece falsa e injusta pero se presenta como la predominante en el discurso público actual y por eso conviene que analicemos por qué resulta falsa e injusta.

 

Hay tres elementos que conforman el problema:

En primer lugar, la actitud.

En segundo lugar, las maniobras de confusión en cuanto a la legitimación de esas posiciones, que vienen dadas por la mayoría, por los lobbies y, cuando interesa, por la Iglesia.

En tercer lugar, el uso fraudulento del lenguaje con términos mágicos y una presentación de la realidad de forma maniquea a partir de dicotomías simplificadoras.

 

Veamos cada uno de ellos:

1. La actitud.

Lo que más sorprende en determinadas intervenciones públicas es la rabia con la que se habla. La rabia es un comportamiento propio de quien se ha visto sometido durante años contra su voluntad y por fin se siente liberado para hablar y actuar. La acritud supone un punto de partida viciado de origen que, como ha señalado el arzobispo de Pamplona, D. Fernando Sebastián, en su carta "El laicismo que viene", es opuesta al "consenso social (que se produjo con la Constitución) uno de cuyos elementos era el entendimiento entre creyentes y no creyentes, gracias al concepto de no confesionalidad aceptado por todos".

La actitud tan airada es incompatible con el diálogo, con el consenso y con el entendimiento. Y fomenta el riesgo de responder con la misma visceralidad y la misma violencia.

 

2. La segunda es una cuestión de fondo. Se trata de las maniobras de confusión que se crean en torno a la legitimidad de esas posiciones y, sobre todo, la legitimidad de imponerlas a toda la sociedad. Aquí voy a referirme a la legitimación que se busca en las urnas; en los grupos de presión y en la Iglesia cuando interesa.

La fuente de legitimidad política es lógicamente el peso de los votos. Pero aquí, aunque se intente distraer la atención, no se está buscando esa legitimidad que ya tiene el Gobierno legítimamente elegido.

La confusión se crea cuando se confunde legitimidad política y legitimidad moral, es decir, de las urnas no se deriva necesariamente la capacidad para crear los valores morales de una sociedad aunque sí para representarlos.

Ese intento por crear los valores morales en nombre de la mayoría política no es nueva puesto que ya se produjo cuando el PSOE gobernó en su anterior etapa, por eso nuestros Obispos publicaron las valientes Instrucciones pastorales La verdad os hará libres y Moral y sociedad democrática cuya vigencia es especialmente notable en la actualidad.

Decían entonces los obispos:

"Es verdad que las instituciones del Estado democrático, a través de las cuales se expresa la soberanía popular, son las únicas legitimadas para establecer las normas jurídicas de la convivencia social. Pero no es menos cierto que "no puede aceptarse la doctrina de quienes afirman que la voluntad de cada individuo o de ciertos grupos es la fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes del ciudadano". (Moral y sociedad democrática, 24).

Hemos dicho que las urnas no dan la capacidad para crear los valores morales pero quizá sí para imponerlos, circunstancia que se produce cuando solo se tiene en cuenta lo defendido por la mayoría apelando a la fuerza de los votos. Así, la mayoría no gobierna para todos sino que se impone a las minorías. La opción más votada representa a la mayoría de ciudadanos pero no a todos, por tanto los valores defendidos por esa mayoría no son los de todos. Afirmar otra cosa es introducir otra maniobra de confusión entre "la mayoría" y "todos los ciudadanos".

La última de las confusiones en torno a la legitimidad de las urnas es la de ‘legitimidad’ e ‘infalibilidad’. Es considerar que los votos no solo dan el apoyo sino la razón, que la mayoría no se equivoca y que el gobernante que sigue a la mayoría no yerra. Evidentemente eso no significa que acierte. Además puede ser una perfecta estrategia para diluir la responsabilidad entre todos apelando a que el gobernante solo actúa cumpliendo lo que dice la mayoría.

El problema en este sentido es cómo se forman las mayorías, cuáles son los valores morales mayoritarios y cómo saberlo. Ahí entramos en un terreno complejo que es el de la construcción del discurso público.

En estos momentos se ha producido, en las llamadas democracias mediáticas, una transferencia en el modo y sobre todo en el lugar donde se elabora el discurso público. Ya no es el Parlamento, verdadera representación de todos los ciudadanos, sino el espacio mediático. En principio puede parecer mejor porque permite que todos los ciudadanos, estén o no vinculados a un partido político, puedan tener voz, a diferencia del Parlamento donde es más compleja la participación.

Pero eso es falaz. La transferencia del Parlamento a los medios no implica mayor acceso, libertad y amplitud de planteamientos; por el contrario, en ocasiones esa transferencia tiene efectos perversos sobre la libertad de opinión y de expresión.

Esos efectos son los siguientes:

- no todos los ciudadanos tienen posibilidad de acceso y representación en los medios puesto que casi todos los medios son entidades privadas y por tanto no tienen la obligación de permitir la libre expresión de todas las opiniones en los foros que ellos gestionan y financian.

- la defensa de una opinión no es directa sino mediada por los profesionales y por el lenguaje propio de la comunicación social.

- se ofrece como debate lo que en realidad es un enfrentamiento provocado, donde la argumentación es sustituida por el espectáculo. Así, el consenso social se confunde con la capacidad de arrancar el aplauso del público y todo el proceso se valida con los datos de audiencia que son las urnas de la democracia mediática.

- A eso se une un fenómeno muy estudiado entre los comunicólogos que es la llamada "espiral del silencio", un fenómeno que se produce en la comunicación social, en el que las personas tienden a afianzarse más en opiniones que son socialmente bien acogidas y evitan defender las opiniones contrarias a la mayoría. De esa forma quienes van contracorriente suelen autosilenciarse, disfrazar en público lo que piensan en privado porque, de no hacerlo, acaban siendo silenciados o marginados por sus ideas.

- por último ese proceso enlaza con la defensa por parte de las autoridades de lo políticamente correcto, de aquellas opiniones que nadie puede negar en público so pena de ser tachado de retrógrado o fascista, es decir, so pena no de discrepar sino de ser humillado y vejado por sus ideas.

- Ésta es, desde mi punto de vista, la piedra de toque de la situación que vivimos y la que hace más compleja que en otros tiempos la actuación del católico. La baza que tienen en estos momentos las posturas contrarias a lo católico es la legitimación social y el arma, la defenestración pública del discrepante; la persecución actual de la que algunos hablan no es física pero sí moral.

- De ese modo solo hay una verdad que es ratificada por el "oráculo demoscópico", perteneciente al culto al sondeo de opinión, que nuevamente está condicionado por esa espiral de silencio y ese discurso políticamente correcto.

Hasta aquí la legitimación por la mayoría. El segundo proceso de legitimación es el que se produce en torno a los grupos de presión.

Este aspecto está relacionado con el anterior. ¿Quién define qué es el discurso políticamente correcto? Los grupos que hoy por hoy tienen capacidad de presionar haciendo ver que sus intereses son los intereses esenciales para la comunidad. Atacarlos, por tanto, es un modo de atacar la convivencia y el bien común. El ejemplo más claro es la presión ejercida por los colectivos en defensa de los homosexuales.

Hoy quien se arriesgue a cuestionar el matrimonio entre personas del mismo sexo puede sufrir el ostracismo público de quienes no quieren salirse de la raya de lo políticamente correcto. El caso más claro es el de Buttiglione quien al parecer deberá renunciar a ser comisario de Justicia en la UE por defender la doctrina católica sobre el matrimonio.

Fíjense que no he dicho que los intereses de un colectivo no sean importantes, urgentes y necesarios. Ahora bien, la confusión se produce cuando se presenta como un ejercicio de bien común, como un velar por los intereses de la comunidad lo que es una defensa de intereses particulares de un grupo ofrecidos como "interés general". Por supuesto hay algunas de esas pretensiones que en efecto son de interés general como la violencia doméstica pero si es así ¿por qué nunca se habla de la violencia de los hijos o nietos contra los padres ancianos? ¿Por qué casi nunca aparece la violencia doméstica vinculada a los ancianos? Quizás porque los ancianos no tienen un lobby mediáticamente poderoso que convoque caceroladas de protesta por cada golpe físico o moral que recibe un anciano maltratado o abandonado por los suyos.

La tercera fuente de legitimación es curiosamente la Iglesia aunque también aquellas realidades que de forma continuada se rechazan en el espacio público pero que a veces interesan. Hablamos de esos momentos en los que se señala, con interés político, que la Iglesia también apoya un planteamiento. El caso más claro fue el rechazo que el Papa manifestó a la guerra en Irak en la línea coherente de defensa de la vida, de la paz y de la dignidad de la persona que ha llevado durante todo su Pontificado. Todos pudimos asistir a esa maniobra de demagogia cuando se decía que el Papa también estaba contra la guerra y se utilizaba esa posición como arma política. La hipocresía llegaba al extremo de estar con la iglesia en su condena a la guerra pero, contra ella, haciendo una apostasía pública, por decir no al matrimonio de homosexuales. No es, como pueden ver, más que un utilitarismo retórico continuado. Algunas voces niegan sistemáticamente validez a la posición de la Iglesia, le niegan autoridad en la sociedad contemporánea y le niegan influencia en la vida pública excepto cuando coincide con sus posiciones.

Lo más curioso del caso fue la perplejidad de algunos que etiquetando al Papa con esa simpleza de "conservador" y "progresista", no sabían muy bien dónde ubicarlo.

Esta utilización tan burda de un selectivo argumento de autoridad también se hace con otros enfoques, el más común es la apelación a "lo natural" para según qué opiniones y el rechazo de la "ley natural" para según qué otras.

3. El tercer aspecto es la demagogia de la retórica pública con un uso no inocente del lenguaje.

Hay muchos elementos de demagogia en el discurso público que no son sólo los relacionados con las apelaciones a la autoridad que hemos mencionado. Aparentemente son solo juegos semánticos pero tienen una carga interpretativa que condiciona la opinión del receptor. Ya saben lo que decía Aristóteles: el tirano empieza por demagogo.

Uno de esos juegos es lo que algunos autores llaman el "poder mágico y taumatúrgico de la palabra". Eso ocurre con términos como el que he mencionado antes: España ha de estar en la vanguardia de los avances sociales a favor del progreso y la libertad. En esta frase los términos ‘vanguardia’, ‘avance’, ‘progreso’ y ‘libertad’ son consignas mágicas, son palabras mágicas que tienen un efecto similar al de "Ábrete sésamo", es decir, consiguen lo que quieren. ¿Cómo oponerse a la magia de esas palabras? ¿Cómo situarse contra la vanguardia, los avances, el progreso y la libertad?

Junto a éstas, existe otro recurso complementario: la presentación de la realidad en términos de oposición maniquea entre dos elementos. Es una dicotomía donde todo se reduce a dos polos opuestos uno de los cuales tiene una carga positiva y otra negativa. El ejemplo clásico es conservador y progresista muy utilizado para referirse a una Iglesia a extinguir o una Iglesia a potenciar; lo mismo puede decirse para ‘avance’ y ‘retroceso’ o ‘evolución’ e ‘involución’.

El factor mágico de las palabras se acentúa con ‘conceptos fetiche’ que avalan cualquier actividad. Me refiero a tener la habilidad de salpicar un discurso con esas palabras o una explicación de una postura apelando a esos conceptos o ‘ideas-fuerza’ que dicen los expertos en mercadotecnia.

Así vemos cómo el discurso dice una cosa pero los hechos lo niegan. El ejemplo es la ‘multiculturalidad’ o la ‘multirreligiosidad’. Son términos fetiche que califican automáticamente a quienes los proclaman como abiertos, plurales, dialogantes, no dogmáticos, sensibles a todas las culturas y religiones.

La incoherencia se produce cuando en nombre de la multiculturalidad se niega peso a la cultura cristiana en la historia de Occidente; o en nombre de la multirreligiosidad se trata de forma desigual a las religiones, esto es, con más respecto y consideración a las minoritarias, o en nombre de la alianza entre civilizaciones se pretende pactar desde visiones edulcoradas, distorsionadas o descafeinadas de las civilizaciones. De nuevo sirve el ejemplo de la civilización occidental que tras haber sufrido un lifting de modernidad se presenta rejuvenecida puesto que nació con el Siglo de las Luces.

En conclusión, y como dijo un estudioso de la retórica política hace unos años "La oratoria política actual no es ya, como la de Aristóteles, una oratoria para reflexionar sobre acciones que emprender o decisiones que tomar en el futuro, sino una oratoria para obtener un consenso social y político sobre decisiones ya previamente tomadas".

En el fondo estos procesos de manipulación o al menos de condicionamiento de la opinión pública muestran que hay quienes buscan lobbies para obtener financiación económica para un partido y hay quienes buscan "financiación moral". En realidad los colectivos que se sienten tan bien tratados por las autoridades no se dan cuenta de que están siendo utilizados por ellas para obtener rendimiento político aunque quizás ellos también aprovechan la circunstancia para sacar partido. Es la exaltación del utilitarismo en la vida pública. Eso les diferencia de la Iglesia cuando ésta defiende a un colectivo, cuando va contracorriente en favor del no nacido, del enfermo terminal, del anciano maltratado o de quienes son asesinados por sus creencias religiosas. La Iglesia no espera obtener un beneficio para sí sino para el hombre y su dignidad. Así lo afirma la Gaudium et Spes cuando dice que "No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido".

 

Ante este diagnóstico sobre la demagogia en el espacio público, conviene, como he dicho, ver cuál debe ser la actuación de un católico, cómo enfrentarse a un entorno difícil y novedoso y qué hacer para no quedarse en la mera reacción ante la hostilidad. La respuesta del Papa es sencilla: "el programa ya existe. Es el de siempre…" tal y como afirma en Novo Millenio Ineunte, donde sigue diciendo: "Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz".

 

Tener cuenta del tiempo y de la cultura es, en primer lugar, aceptar que nuestra acción de apostolado ha de desarrollarse en la realidad que es, no en la que nos gustaría que fuera. Lo contrario es ilusorio y sobre todo poco eficaz.

Eso significa ser consciente de que esa realidad nos invita a caer en algunas tentaciones a las que debemos resistirnos:

1. de la actitud: frente a esa rabia o esa ira contra lo católico, podemos tener la tentación de responder con una actitud airada, emotiva, con reacciones negativas, con acritud, con violencia, con enfado o con amargura. A esto yo respondería como decía Angel Herrera: no hay que tener ímpetu, sino fortaleza. También hay una actitud muy perjudicial, el victimismo y el pesimismo. El tono agorero, catastrofista y desesperanzado. Esa actitud contradice la que señala el Papa para el nuevo milenio: "con confiado optimismo aunque sin minusvalorar los problemas" (Novo millenio..)

2. La segunda tentación es contrarrestar la demagogia laicista con la demagogia religiosa y confundir la firmeza con el dogmatismo. Hay que responder a la mentira con la verdad pero una verdad interiorizada, profundizada y serena; el error muchas veces es no ser capaces de dar razón de nuestra esperanza, darla con histeria o ser pusilánimes. (Herrera criticaba esto y decía que "no es la hora de los pusilánimes, ni la de los retóricos, declamadores o sofistas. No está planteada la lucha moderna en los salones o en los cenáculos, sino en el ágora. No son días para planear, discutir o proyectar tranquilamente en torno a una mesa. Hay que lanzarse a actuar, con prudencia, mas con un espíritu audaz, a lo divino. Hay que salir decididos a alta mar, aunque la mar esté alborotada y tempestuosa y arrojar allí la red en nombre del Maestro, con la plena confianza de que los frutos superarán con mucho nuestro esfuerzo y aun nuestra esperanza". Esta es una cita que a mí me resulta particularmente apelativa porque es una muestra más de su estilo teresiano: "obras obras y obras" que pedía la santa de Ávila a sus monjas –de la que celebramos ayer su fiesta- y decía: "para esto es la oración, para que nazcan obras, obras y obras". Y también por la bendita coincidencia de esa imagen de salir a alta mar, duc in altum, con el mensaje del Papa para el nuevo milenio.

 

3. La tercera tentación es la falta de unidad, un reproche permanente a los católicos españoles desde las preocupaciones y demandas de León XIII. Probablemente es el flanco más descuidado por donde nos llegan todos los golpes porque, además, es una demostración de falta de comunión y de amor a la Iglesia. La falta de unidad se produce entre los católicos y de los católicos con nuestros Obispos a los que demasiadas veces dejamos solos defendiendo la palabra de la Iglesia en voz alta. Es cierto que los medios suelen buscar a los representantes públicos y por tanto a los obispos, sin embargo, sus palabras resonarían de forma distinta si tuvieran eco entre los laicos.

 

4. La cuarta tentación es la búsqueda de la protección que dan las catacumbas entendido en un sentido metafórico. Por mi vocación a la vida pública no puedo sino propugnar la necesidad de salir, como San Pablo, al ágora. Me gusta utilizar la metáfora del ágora y la catacumba para mostrar gráficamente la diferencia entre ese entorno desprotegido y a la intemperie y ese otro, conocido, protector y sin sobresaltos de nuestra comunidad y nuestros hermanos en la fe con quienes, por supuesto, oramos y compartimos el pan de modo que nos alimenta y nos da la fuerza interior para salir a "alta mar". Pero es distinto eso a parapetarnos detrás del entorno protector casi como en el útero materno. No es difícil predicar en la catacumba pero es muy arriesgado hacerlo en el ágora. Lo que ocurre es que ahí es donde tiene el reto la Iglesia. Por eso hemos de salir a gritar a Cristo desde los terrados (JPII JMCSociales 2001)

 

 

Resumiendo, los riesgos de esta provocación laicista son una respuesta con actitud airada, la cerrazón en posturas dogmáticas e inflexibles, la acentuación de las divisiones internas y un replegarse en las trincheras por miedo al martirio.

 

Para vencer esos riesgos, por supuesto, se requiere ese «alto grado» de la vida cristiana ordinaria, como le llama el Papa, la santidad, que se fortalece frecuentando la oración y los sacramentos y convirtiéndolos en el nutriente esencial de nuestra vida.

Entre ellos, Juan Pablo II siempre ha querido destacar la Eucaristía; así lo hizo ver cuando señaló, en la Christifideles laici, que "la vocación a la santidad hunde sus raíces en el Bautismo y se pone de nuevo ante nuestros ojos en los demás sacramentos, principalmente en la Eucaristía". Pero además ha insistido en ello, por supuesto, en Ecclesia in Eucharistia mostrando la fuerza de la Eucaristía para vivir la comunión eclesial de una forma cada vez más profunda. Es una referencia imprescindible precisamente porque es el marco de la vida de la Iglesia en este año de la Eucaristía que vamos a comenzar y porque es signo de comunión con el Papa y el Obispo Diocesano. De este modo acabo en el mismo punto en el que empecé: la convicción de estar al servicio de la Iglesia Diocesana que es lo que debe distinguir a los miembros de la Asociación Católica de Propagandistas: " el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una comunidad particular, no es nunca celebración de esa sola comunidad: ésta, en efecto, recibiendo la presencia eucarística del Señor, recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, a pesar de su permanente particularidad visible, como imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica ". De esto se deriva que una comunidad realmente eucarística no puede encerrarse en sí misma, como si fuera autosuficiente, sino que ha de mantenerse en sintonía con todas las demás comunidades católicas. La comunión eclesial de la asamblea eucarística es comunión con el propio Obispo y con el Romano Pontífice".

 

Es el estilo de quien sirve de modelo a las mujeres propagandistas: Teresa de Jesús: valentía en la acción y humildad en la oración. Y, ante todo, "hija fiel de la Iglesia".

 

Es también la santidad de la vida cotidiana que ahora más que nunca es necesaria como forma de argumentar con el testimonio, más eficaz que el mejor de los parlamentos porque resulta creíble; en un entorno de demagogia –como el que he descrito- los mensajes verbales no tienen una carga importante de credibilidad, en cambio la vida personal, la coherencia, la exigencia y la alegría que da la esperanza en la Resurrección son formas de hacer que el Evangelio recupere vigencia en la sociedad.

 

Por eso, Juan Pablo II recuerda, en Ecclesia in Europa, la existencia de muchos santos que trabajan casi anónimamente en la Viña del Señor y que no han sido proclamados oficialmente por la Iglesia, pero que "con sencillez y en la existencia cotidiana, han dado testimonio de su fidelidad a Cristo. ¿Cómo no pensar –se pregunta el Papa- en los innumerables hijos de la Iglesia que, a lo largo de la historia del Continente europeo, han vivido una santidad generosa y auténtica de forma oculta en la vida familiar, profesional y social?".

Hoy la Iglesia y el mundo necesita de ellos: nuevos santos y mártires contemporáneos, "fusilados" por el ostracismo público mientras dan gracias a Dios y le alaban por permitirles ser partícipes de su Cruz y de su Resurrección.

Muchas gracias.