Angel Peris. Sesión 2. El Diálogo

Graduats a.c.

Seminario de formación: SINODALIDAD EN LA IGLESIA

Sesión 2ª.- Dialogar en la iglesia y en la sociedad. 29 de enero de 2022. Ángel Peris.

SINODALIDAD. EL DIÁLOGO.

29 de enero de 2022

El sínodo es la expresión de la voluntad de caminar juntos como Iglesia. En ese caminar un elemento primordial es el diálogo.  Pero me parece que en esa pregunta se incluyen otros campos temáticos relacionados: 

  • Escuchar: ¿Hacia quiénes se encuentra “en deuda de escucha” nuestra Iglesia particular? ¿Cómo se escucha a los laicos, en particular a los jóvenes y las mujeres? ¿Qué espacio tiene la voz de las minorías, de los descartados y de los excluidos? ¿Qué prejuicios y estereotipos dificultan nuestra escucha?
  • Tomar la palabra: ¿Cómo promovemos dentro de la comunidad y de sus organismos un estilo de comunicación libre y auténtica? ¿Y ante la sociedad de la que forman parte? ¿Quién habla en nombre de la comunidad cristiana y cómo es elegido?
  • Dialogar: ¿Cuáles son lugares y las modalidades de diálogo en nuestra Iglesia particular?¿Cómo dialoga la Iglesia y cómo aprende de otras instancias de la sociedad: el mundo de la política, de la economía, de la cultura, de la sociedad civil, de los pobres?
  • Con otras confesiones religiosas: El diálogo entre los cristianos de diversas confesiones unidos por un solo Bautismo ¿Qué frutos hemos obtenido? ¿Cuáles son las dificultades?

1.- Introducción. Reflexión sobre el objetivo y significado del Sínodo.

“El objetivo de este tiempo es que la Iglesia pueda aprender, a partir de este camino sinodal, qué procesos le pueden ayudar a vivir la comunión, realizar la participación y abrirse a la misión.

El “caminar juntos”, en efecto, es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero.”

  • Que la Iglesia pueda “aprender”.
  • Se pregunta por los procesos: actitudes, pero también instituciones, concreciones. 
  • Vivir la Comunión, la presencia de Cristo en la iglesia y en el mundo.
  • Realizar la participación; es una pregunta y un requerimiento.
  • Abrirse a la misión. El objetivo no es la Iglesia, sino la misión. Iglesia en salida. 

El hecho de plantear la sinodalidad como objetivo de un sínodo expresa el deseo de potenciar una actitud, un modo de ser y de estar de la Iglesia y de cada uno de los cristianos basada en dos conceptos muy ricos: “caminar juntos”.

  • caminar: con lo que se remarca la idea de movimiento, la Iglesia como proceso, tarea, reto, dirigirse a algún lugar, encontrar una dirección.
  • juntos:  estar al lado de los otros, reconocer al otro, tener como referencia a los otros, asumir y aceptar la diferencia, porque si no, no sería el otro, y pese a eso, querer ir con él. Los otros son el camino. 

Sínodo significa: 

Reunirse para deliberar, repensar. Se delibera sobre lo que puede ser de otra manera. Significa tomar como punto de partida que la verdad no es algo cerrado, sino que requiere siempre nuevas interpretaciones, nuevos impulsos, la necesidad de responder ante nuevos requerimientos. Salir de la comodidad, de los estilos de siempre, tanto colectivos como individuales para dar respuesta a la realidad leída desde una nueva mirada. Tener la valentía de enfrentarse al cuestionamiento y a la inseguridad que causan confrontar con nuestras propias contradicciones y las que vienen al mirarnos con la perspectiva de los otros. 

Buscar respuestas ante nuevos retos, nuevas realidades que hay que saber leer. En un mundo complejo, en movimiento, en el que las seguridades se desfiguran, la identidad personal es sustituida por una multitud de identificaciones parciales que se combinan y desplazan continuamente, donde lo importante parece que es saber acomodarse, adaptarse a las circunstancias cambiantes. Esta es una sociedad escéptica ante valores permanentes, descreída ante las promesas de un futuro mejor, que desconfía del mismo modo ante la idea de democracia, ante la verdad científica y también desconfía de la Iglesia. La actitud sinodal de búsqueda es una llamada a acompañar, no se trata de juzgar el mundo, sino de comprender para poder dar una respuesta. Una actitud de búsqueda sólo es posible cuando nos dejamos interpelar con admiración. ¿Qué podemos leer y aprender como cristianos en los movimientos, las inquietudes, los valores de la sociedad contemporánea? (revivir la actitud de los primeros pensadores cristianos que ven en las filosofías antiguas, no cristianas, una manera de hacer presente el cristianismo).

Un sínodo es una también una forma de participación y de reflexión sobre Gobierno de la Iglesia. Reflexionar sobre el gobierno de la Iglesia, sobre la idea de unidad y el sentido de la autoridad, quiénes la ejercen, de qué manera, cómo se gestiona, cómo se sustenta, cómo se controla. Pero son preguntas que se vuelven hacia quien las formula: cuál es mi sentido de comunión (¿cómodamente por libre?), cuál es mi responsabilidad como laico (¿laico llorón?), cómo acepto la autoridad (¿peligro de una visión cínica?), cuál es nuestra responsabilidad en la gestión y mantenimiento de la Iglesia. 

Dialogar es, dice en Fratelli Tutti

 “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar” FT, 198. 

2.- Diálogo con la sociedad.

En Evangelii gaudium, se señala que para la Iglesia en este tiempo hay tres campos de diálogo en los que debe estar presente para cumplir su servicio del pleno desarrollo del ser humano: el diálogo con los Estados, con la sociedad, que incluye el diálogo con la cultura y la ciencia, y con otros creyentes. En todos estos casos la Iglesia debe aportar ser la memoria de la vida y del sufrimiento de los hombres, una experiencia que puede enriquecer la mirada de los que no creen y ampliar las perspectivas de la razón. (E.G. 238).

A.- El dialogo con la sociedady el Estado es el diálogo con un mundo secularizado, que funciona y tiene su propio horizonte de valores al margen de la religión. Ni la economía, ni el consumo, ni la familia, ni las relaciones sexuales, la idea de una vida buena, la ciencia o la política se piensan en su día a día desde una visión cristiana de la vida. No es que sea contraria, es simplemente que está al margen, lo religioso no tiene relevancia.

Tampoco hay un espacio o un foro en el que hacerse presente como cristianos en el mundo de la vida. La secularización tiene como contrapartida el retraimiento de lo religioso al ámbito privado. La presencia religiosa ha quedado reducida a la educación y a algún medio de comunicación (con relevancia y éxito discutible). La Iglesia, el pueblo de Dios, ha de aprender a encontrar su espacio en el que sentirse cómoda en esta laicidad. 

Al hablar del Estado laico y la independencia de la Iglesia y el Estado creo que puede ser interesante destacar que se trata de un principio que tiene dos caras: por un lado, independencia del Estado frente a las pretensiones de poder de la Iglesia (una idea fundamentalmente europea de laicidad heredera de la exigencia de independencia frente a las pretensiones confesionales); pero también, por otro lado,  tolerancia religiosa entendida como libertad de culto y reivindicación legítima de las religiones de tener una presencia pública frente a las pretensiones del Estado. Creo que esta segunda manera de entender la laicidad, que está atenta al respeto a las consideradas minorías, por extendidas que éstas sean, está todavía por explorar en la Iglesia en España. En España especialmente se sigue pensando a la defensiva, desde la indignación, desde el sentirse ofendido o agredido constantemente por la pérdida de influencia o insultados por la aceptación social de criterios que son contrarios a la idea de la Iglesia. Frente a esta perspectiva el espíritu del Concilio Vaticano II promovía el cultivo de una legítima religiosidad como oferta de sentido, como propuesta humilde de un estilo de vida. Creo que se ha insistido más en la dimensión normativa de una moral católica y se ha descuidado la idea propositiva de un ethos, una forma de entender la vida desde el corazón del Evangelio: Una verdad humilde, que es propuesta amable: (no impuesta) amable (de amor): podrían ser valores de ese ethos entre otros: la sencillez como forma de vida, la contemplación, la alabanza, el cuidado, el reconocimiento, la inclusión, el acompañamiento y cooperación, el perdón, el agradecimiento.  

Al tratar la relación de las religiones en la sociedad, hoy se habla de una sociedad postsecular. Una sociedad que ha superado y asumido el proceso de secularización como sociedad laica, pero que no se siente en la necesidad de rechazar todo lo que manifieste religiosidad, sino que asume la religiosidad como una propuesta de sentido entre otras. Ya no ven las creencias como una forma de minoría de edad que hay que superar, se acepta que las tradiciones religiosas podrían ser la fuente de una riqueza moral interesante de la que podrían obtenerse dos beneficios: por un lado, podría ser un instrumento de movilización de derechos y, por otro, permitirían a la vez que las personas que tienen creencias religiosas pudieran sentirse más integrados en la sociedad que ignora su creencia y su diferencia. Probablemente la realidad es que ese pretendido desarrollo de la secularización está, en la práctica, todavía demasiado lejos. 

En cualquier caso, nos podríamos plantear las condiciones de este diálogo:  

  • Que creyentes y no creyentes se reconozcan como iguales. Evitar el juicio y la descalificación o la autoconciencia de superioridad. Significa escuchar, dejarse decir. Considerar al otro como un igual que es tan capaz de verdad como yo.  La Iglesia no es la única poseedora de la verdad. “Escuchar es el primer paso, pero exige tener una mente y un corazón abiertos, sin prejuicios” Documento preparatorio.
  • Ya no basta el modelo liberal de aceptación o tolerancia, el diálogo requiere reconocimiento mutuo. Todos hemos de aprender a contar razonablemente con los demás en las aportaciones a través de un proceso de aprendizaje. Construir conjuntamente desde lo que puede razonablemente ser aceptado por el no creyente o el creyente de otras religiones. Esto exige mirar con la paciencia de una mirada a largo plazo, el diálogo es un proceso largo, y la verdad se hace presente en su momento por el camino más inesperado.
  • Buscar respuestas conjuntas en las que se pueda coincidir a problemas y retos comunes.
  • En el diálogo, para los cristianos es preciso dar razón, saber dar razón, poder justificar. Eso requiere hacer un esfuerzo por discriminar: Qué creo, qué es importante y qué secundario. Cuál es el fundamento y qué es motivado por circunstancias históricas y por tanto prescindible. 
  • El objetivo del diálogo es búsqueda de la verdad. Hoy hay ocasiones, en las que tener convicciones se interpreta como ser autoritario o radical, y dialogar se interpreta como debilidad, rebaja, cesión. No es esa la idea de diálogo. Por tanto, no partimos de que la verdad es relativa donde todo da igual o todo es negociable el objetivo no es un acuerdo o una convención. Se dialoga desde las propias convicciones. 
  • Dialogar requiere ser capaz de argumentar desde criterios que se pueden compartir. Si argumento sólo desde mi creencia, solo potencio el relativismo en el que tu verdad es buena para ti y mi verdad es mía. Por eso una vez más el reto es hacer comprensible a los otros la verdad del cristianismo, el significado y la relevancia de unas imágenes, de un lenguaje simbólico que resultan incomprensibles para la cultura actual.  Es preciso trascribir el lenguaje de la fe al lenguaje de la razón accesible a todo ser humano. 
  • Un caso especial de esto lo constituyen las normas morales. Las normas y criterios morales no son sólo para cristianos porque al cristiano no se le pide que viva en un mundo apartado o que se comporte de un modo extraordinario. Pero si somos incapaces de hacer ver con claridad y demostrar o justificar una norma moral, quiere decir que algo no funciona, carece de fundamento y por tanto de credibilidad. La Iglesia está obligada a ofrecer palabras para expresarlo. Pero esto, en contrapartida, “debería obligarla a no aferrarse, en materia moral, a un vocabulario y unas problemáticas que, por venerables que sean, ya no le dicen nada a la conciencia contemporánea y que incluso hacen que el mensaje sea incomprensible e inaudible”.

El diálogo con el mundo no significa que la Iglesia se convierta en un poder de negociación frente al poder del Estado. Como una confrontación entre dos Estados. Al hacerse presente institucionalmente, parece que la Iglesia se convierte en un grupo de presión entre otros. Grupos de presión pretendidamente uniformes que quieren influir con una voz homogénea. Creo que esta no es la manera de entender el diálogo, pero como Iglesia, también es preciso plantearse cómo se hace este diálogo que también es necesario: desde qué premisas, con qué protagonistas o representantes. El diálogo o la negociación con la Iglesia no puede ser el mismo que el que se tiene con otros grupos de interés: importa el talante, la trasparencia, importa no partir de una situación de desequilibrio o privilegio frente a otros interlocutores.

B.- Diálogo con la cultura.

Diálogo con las diversas formas de cultura: la cultura popular, las culturas juveniles con sus tribus, la cultura de la universidad, la artística, la cultura económica, la cultura de los medios de comunicación.

 El diálogo con la ciencia y la cultura significa superar el cientismo o cientificismo que rehúsa considerar como válidas otras formas de conocimiento (EG. 242). La historia, las artes, las religiones o las tradiciones culturales populares son también formas de conocimiento. Permiten romper con un paradigma tecnológico de dominio sobre la naturaleza y sobre las personas.

Una actitud de diálogo con la sociedad y la cultura supone el reto de encontrar un equilibrio entre la estabilidad institucional y la apertura a la adaptación. El encuentro con la cultura científica y con los retos de la actividad de los profesionales, supone el reto de encontrar un nuevo discurso de credibilidad. “Cuando algunas categorías de la razón y de las ciencias son acogidas en el anuncio del mensaje, esas mismas categorías se convierten en instrumentos de evangelización; es agua convertida en vino. Es aquello que, asumido, no sólo es redimido, sino que vuelve instrumento del Espíritu para iluminar y renovar el mundo” EG. 132 

Y a la vez, este diálogo de inculturación que es un modo de transformación evangelizadora de la sociedad es también siempre, inevitablemente, el instrumento a través del cual se manifiestan las nuevas interpretaciones del cristianismo, una manifestación de la Iglesia siempre inacabada que estaría siempre abierta a revelarse y también transformarse en la historia, a la encarnación que se hace presente en la historia, GARRIDO en “Del malestar en la Iglesia” distingue entre cristiandad y cristianismo. “Cristiandad es la concreción que adquiere el cristianismo en una época o cultura determinada. Es el cristianismo tal como se ha encarnado en el tiempo y en espacio, adaptándose a unos modos de vida, valores, usos y costumbres de una época o cultura determinada”

Diálogo no es conversación donde cada uno aporta su punto de vista, ni “el febril intercambio de opiniones en las redes sociales”, sino interpelación. Me reconozco limitado y me encuentro abierto a la perfección a través del diálogo. El diálogo es incómodo, supone un riesgo porque nos sacude, nos pone en cuestión, por eso supone crecimiento. 

C.- Diálogo con el mundo significa diálogo con la realidad de la familia, con la realidad del trabajo y el desempleo, con la realidad de las migraciones, con la idea de las fronteras. 

Diálogo con la cultura popular, el papa en Evangelii gaudium se refiere concretamente a reconocer la responsabilidad ante algunas debilidades que deben ser sanadas con ayuda de la religión: el machismo, la violencia doméstica, el alcoholismo, las supersticiones. Seguro que podríamos añadir otras desviaciones culturalmente aceptadas en las que la Iglesia podría tener una palabra.

Habla también del reto que supone acercarse a las culturas urbanas, especialmente de jóvenes o adolescentes, con nuevos lenguajes, nuevos símbolos, nuevas formas de comunicación que les ofrecen orientaciones de vida. Esto requiere imaginar espacios de oración y celebración más atractivas y significativas.   

Atreverse a decir, encontrar la manera de expresar, de comunicar. No se trata de decir con mi lenguaje, sino con el del otro; no basta con pedir un esfuerzo para que me entiendan, es un esfuerzo para decir con su lenguaje, con sus imágenes, con sus instrumentos.

Diálogo entre generaciones: ¿cómo hacer presente la voz de los mayores para que no se sientan un estorbo?, ¿cómo hacer presente la voz de los adolescentes sobre los que siempre creemos que entendemos y sabemos todo? 

Creo que, en este terreno más que en otros, hay una deuda de escucha, no solo de la Iglesia, sino de toda la sociedad. La pandemia ha hecho evidente el olvido asistencial de los ancianos, la discriminación y la brecha tecnológica, la necesidad de adaptación de los sistemas públicos de salud, la necesidad de generar espacios en las ciudades. La Iglesia, aparentemente, está más cercana de los viejos, aunque solo sea por realidad demográfica de los practicantes actuales, pero los considera más como clientes incondicionales que como protagonista de una atención en la que puedan encontrar espacios enriquecedores. Los ancianos parecen terreno conquistado por el que no haya que trabajar. 

En todos estos ámbitos y en muchos más, creo que dialogar significa desarrollar un radar especial para detectar las nuevas formas de vulnerabilidad, los descartados de la sociedad:  ser testimonio y memoria del sufrimiento. Y responder, el diálogo para el cristiano es acción: salir al mundo con el propósito de acompañar y estar presentes desde una concepción del cuidado y la gratuidad. Es fácil que en este proceso coincidamos con otros. 

Hablar de diálogo con el mundo no significa plantearlo desde la perspectiva de la razón comunicativa que se basa en los argumentos de los que hablan, el diálogo en cristiano puede que consista más bien en dar importancia y significado a los que no hablan por ser in-significantes. Una racionalidad que se fundamenta a sí misma de forma completamente autofundante, sin ningún referente, terminaría cayendo en el vacío y poniéndose al servicio de la conveniencia o la convención. Fundamentar desde la vulnerabilidad es un principio políticamente “débil”: el de los perdedores; pero contrariamente se sostiene en una verdad fuerte que recae en el reconocimiento innegociable de la autoridad de quienes sufren de forma injusta.

  1. Diálogo en el interior de la Iglesia

Asumir el juego del diálogo significa asumir también para la Iglesia en su propio interior el dinamismo y la diversidad de sus propuestas e interlocutores. No es posible entrar en diálogo sin que se cuestione cómo se establece el diálogo en el interior de la Iglesia. 

A. En la diócesis. Da la sensación de que el diálogo ha quedado apartado. Los movimientos especializados de la antigua Acción Católica han desaparecido y no ha habido en relevo claro. Eran movimientos que animaban la presencia militante en las universidades, en el mundo obrero, en los sindicatos o en la política y que desde ese compromiso y diálogo con el mundo enriquecían un dialogo hacia el interior de la Iglesia. Pasado ese periodo, llegaron los tiempos de disputa por la preeminencia y diferencia entre grupos: Neocatecumenales (Kikos), Opus Dei, Legionarios de Cristo, Comunión y liberación, el movimiento de los focolares, cada uno con su estilo y sus incondicionales y fuertemente criticado por los otros. Parece que cada grupo, estos y otros entre los que nos encontramos también nosotros, se ha ido encerrando en sí mismo, más atentos a lo que diferencia que a caminar juntos. Lo mismo ocurre con las órdenes religiosas: cada una con un dinamismo hacia su propio interior: marianistas, jesuitas, dominicos…esto las que tienen dinamismo y no han ido difuminándose (muchas estaban dedicadas a la educación y su papel se ha minimizado: son más propietarios o gerentes, pero no Iglesia presente.) Las órdenes de mujeres van desapareciendo lentamente, su presencia, su voz, su función social asistencial, educativa…

Cada institución eclesial mira con desconfianza, recelo a las demás. Las Parroquias miran con desconfianza al arzobispado porque temen por su autonomía (creo que sigue sin haber un modelo claro de gestión-colaboración económica/patrimonio); se mira con desconfianza a la UCV.  (creo que nadie tiene muy claro qué papel ocupan en la Iglesia en Valencia las universidades la UCV o el CEU ¿formación cristiana de profesionales? ¿Investigación cristiana? ¿Función pastoral? ¿Testimonio público?).

Creo que en las instituciones de la Iglesia no está bien resuelta la relación de la autoridad-obediencia-gestión-participación-diálogo: Sacerdote-miembros de la parroquia; obispo-sacerdotes- laicos; No cabe duda que la Iglesia no es una democracia, pero es evidente que el papel de los laicos como “sacerdote, profeta y rey” (remito al artículo de GARRIDO) necesita encontrar su forma institucional.   

B. Desde una perspectiva de la Iglesia mundial. A partir de las discusiones preparatorias del sínodo de la familia en 2019, la confrontación entre tendencias en la Iglesia se ha hecho mediática, organizada y pública. 

Nunca había sucedido que un Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Müller, publicara en pocas semanas dos libros para declarar inadmisible cualquier cambio a la postura de la Iglesia sobre el tema que está discutiéndose en una reunión sinodal. A esa iniciativa se unieron a las pocas semanas un texto del cardenal Angelo Scola y uno del cardenal australiano George Pell, presentadas como una respuesta a las aperturas que planteó como hipótesis el cardenal alemán Walter Kasper, a quien el papa Francisco había encomendado una propuesta introductoria al sínodo sobre la familia.

En ese mismo año, el cardenal Müller publicó una carta titulada “Declaración de fe” en la que exponía los elementos básicos que debe tener la fe católica. Justificaba esta carta por la confusión que hay en la Iglesia por desviaciones de la ortodoxia que han provocado que muchos fieles se separaren de ésta. La carta trataba de enfrentarse a las desviaciones provocadas por temas como la comunión de los divorciados vueltos a casar, de los que viven sin casarse – tanto homosexuales como heterosexuales- de la comunión de los protestantes casados con católicos, o de los protestantes, de la petición del diaconado de las mujeres- que se interpreta como un paso para la inaceptable ordenación sacerdotal de las mujeres-. Aunque creo que ninguno de estos temas ha sido finalmente aprobado por el papa, la sola sugerencia ya parece obra del Anticristo tal como dice textualmente.

Algunos fragmentos para que veamos el tono: 

“Ante la creciente confusión en la enseñanza de la doctrina de la fe, muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de la Iglesia Católica, me han pedido dar testimonio público de la verdad de la Revelación. […] Hoy en día muchos cristianos ya no son conscientes ni siquiera de las enseñanzas básicas de la fe, por lo que existe un peligro creciente de apartarse del camino que lleva a la vida eterna. […] Según Juan Pablo II, el Catecismo de la Iglesia Católica es una «norma segura para la doctrina de la fe» (Fidei Depositum IV). Fue escrito con el objetivo de fortalecer a los hermanos y hermanas en la fe, cuya fe es ampliamente cuestionada por la «dictadura del relativismo». 

Sobre Dios uno y trino revelado en Jesucristo: “La recaída en antiguas herejías, que veían en Jesucristo sólo a un buen hombre, a un hermano y amigo, a un profeta y a un moralista, debe ser combatida con clara determinación”.

Sobre la Iglesia: “La Iglesia transmite en Cristo la revelación divina que se extiende a todos los elementos de la doctrina, «incluida la doctrina moral, sin la cual las verdades de la salvación de la fe no pueden ser salvaguardas, expuestas u observadas»” […] “La tarea del Magisterio de la Iglesia es «proteger al pueblo de las desviaciones y de las fallas y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica» […] “La Iglesia en Jesucristo es el sacramento universal de salvación. Ella no se refleja a sí misma, sino a la luz de Cristo que brilla en su rostro. Esto sucede sólo cuando no la mayoría ni el espíritu de los tiempos sino la verdad revelada en Jesucristo se convierte en el punto de referencia…”

“La Iglesia no es una asociación fundada por el hombre cuya estructura es votada por sus miembros a voluntad”.

Sobre el matrimonio: “De la lógica interna del sacramento se desprende que los fieles divorciados por lo civil, cuyo matrimonio sacramental existe ante Dios, los otros cristianos, que no están en plena comunión con la fe católica como todos aquellos que no están propiamente dispuestos, no reciben la Sagrada Eucaristía de manera fructífera porque no les trae la salvación. Señalar esto corresponde a las obras espirituales de misericordia”.

«El sacerdote continúa la obra de redención en la tierra» . …Por lo tanto, los sacerdotes eligen voluntariamente el celibato como «signo de vida nueva». Se trata de la entrega en el servicio de Cristo y de su reino venidero. En cuanto a la recepción de la consagración en las tres etapas de este ministerio, la Iglesia se reconoce a sí misma «vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación». Asumir esto como una discriminación contra la mujer sólo muestra la falta de comprensión de este sacramento, que no se trata de un poder terrenal, sino de la representación de Cristo, el Esposo de la Iglesia”.

Sobre la ley moral: “Su observancia es necesaria para la salvación de todos los hombres de buena voluntad. Porque los que mueren en pecado mortal sin haberse arrepentido serán separados de Dios para siempre” […] “El castigo de la eternidad del infierno es una realidad terrible”.

Y termina: “Ocultar estas y otras verdades de fe y enseñar a la gente en consecuencia, es el peor engaño del que el Catecismo advierte enfáticamente. Representa la prueba final de la Iglesia y lleva a la gente a un engaño religioso de mentiras, al «precio de su apostasía de la verdad»; es el engaño del Anticristo.” 

Leídos objetivamente, ninguno de los enunciados que en su mayoría son extraídos de números del Catecismo, son mentira. Pero me pregunto ¿Tono dialogante? ¿Sobre qué se puede dialogar? Da la impresión que todo está cerrado, todo está completo, todo está escrito y definitivo. El peso de la tradición de la Iglesia es demasiado asfixiante, no se toma como elemento para enriquecer, sino para aplastar cualquier iniciativa. Es el engaño del Anticristo.  

A esta carta contestaba el Cardenal Kasper planteando que quienes se separan de la Iglesia son los que no quieren aceptar los cambios de un nuevo paradigma y que la carta estaba llena de medias verdades. 

Por otro lado, está teniendo mucho eco el Camino Sinodal de la Iglesia Alemana que también desde 2019 viene reuniéndose para discutir un conjunto de cuestiones teológicas y de organización como un instrumento para recuperar la credibilidad de la Iglesia tras los escándalos de abusos sexuales. La “Asamblea sinodal” está compuesta por igual número de miembros entre obispos y laicos. Se divide en cuatro grandes foros sinodales que se centran en un tema en particular:

  • El poder, separación de poderes y participación.
  • Vida en relaciones exitosas: Amor, la sexualidad y la asociación  
  • La existencia sacerdotal
  • La mujer en ministerios y cargos de la Iglesia.

El camino ha generado muchas críticas por su falta de fidelidad a las doctrinas de la Iglesia o por su ruptura con las formas organizativas recogidas en el Código de Derecho Canónico.

Entre las propuestas que se han hecho eco se encuentra: la elección de los obispos por los fieles, comités electos de laicos para poder controlar las decisiones de los obispos, someter a referéndum la ordenación de las mujeres, la descentralización de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial en la figura del obispo o de la autoridad del párroco o la posibilidad de que comités de feligreses puedan vetar las decisiones del párroco 

Una muestra también de las propuestas: 

Se apuesta por la inculturación democrática porque “la democracia no es sólo una forma de gobierno del Estado sino también un modo de vida: las personas se reúnen como libres e iguales, aprenden unas de otras, escuchan las experiencias y los argumentos de los demás y luchan juntas para encontrar buenas soluciones” 

“Es indiscutiblemente posible y necesario que los creyentes cualificados y llamados asuman tareas de dirección en la Iglesia, que habitualmente, pero no necesariamente, son asumidas por los clérigos”. “Es especialmente importante el establecimiento de la plena igualdad y participación de la mujer”.

El documento también hace propuestas de control en los diferentes niveles, desde el parroquial al nacional, las finanzas, el acompañamiento del personal, la toma de decisiones, el proceso de selección de obispos…“Nos comprometemos a garantizar que los criterios de participación y formalidad jurídica, trasparencia y control, profesionalidad y protección de la confianza se apliquen a todos los ámbitos de la actividad de la Iglesia, desde la normativa financiera hasta el desarrollo personal y los procesos de planificación”.

El planteamiento de etas cuestiones por un sínodo de una Iglesia nacional ha provocado mucha preocupación en el vaticano mostrada entre otros por el mismo cardenal Kasper y el papa Francisco. En este caso da la sensación de que todo es opinable, todo cambiante, sin más referente que lo que se decida por mayoría. Y depende de en qué cosas la mayoría o tiene porqué estar más cerca de la verdad.

En este contexto mundial, la propuesta de un sínodo sobre la sinodalidad toma, si cabe, más importancia y es una muestra de valentía.   

C. Hacer presente la voz de los cristianos que se han alejado. 

Es posible que el diálogo con los apartados, pienso ahora en los jóvenes, pase en primer lugar por una nueva evangelización en el sentido de una nueva transmisión. Muchos de los alejados han interiorizado una imagen y un mensaje de la Iglesia muy normativa, muy cerrada, con una doctrina anticuada, incapaz de responder a las inquietudes de la realidad. Resulta a veces difícil explicar que esa no es la fe de la Iglesia, porque el lenguaje y la formación que han recibido, o que han interiorizado, ha sido esa. 

Una de las dificultades puede, a mi juicio, encontrarse en la Moral, y por eso creo que requiere una nueva autocomprensión por parte de los cristianos. Del mismo modo que la Biblia no puede entenderse en un sentido textual para extraer de ella una interpretación sobre las leyes del universo, tampoco podemos caer en la lectura fácil, normalmente cercana los fundamentalistas, de intentar extraer de la Biblia algo así como un manual de moral. La revelación no es un arsenal de consejos de vida buena o normas de pureza que pudieran ser válidas para cualquier momento de la historia o de la cultura. Esto supondría que el cristianismo ciega la iniciativa personal, la llamada y la respuesta personal, anula la libertad.  Las Escrituras son el lugar en el que se manifiesta el nombre de Dios, la relación de Dios con el hombre y con la creación. Su función no es normativa, sino suscitar el deseo y su llamada a responder. Por tanto, no son una recopilación de normas o políticas que aplastan la voluntad bajo las obligaciones y prescripciones. Esta imagen del Dios exigente, vigilante, imposible de cumplir, externo y ajeno a la realidad y las circunstancias, es la que a veces hemos trasmitido en la Iglesia.  

No se trata de cambiar las normas o esconderlas, sino de ponerlas al servicio del hombre. Las normas no son lo primero en la vida del cristiano. El cristianismo es una relación personal con Dios, relación de llamada y de respuesta. Las normas morales y religiosas pueden ser un camino, un instrumento y una guía, pero el cristiano debe ir descubriéndolas, concretándolas en su vida y madurando en su cumplimiento. Del mismo modo que hay una jerarquía de verdades, hay una jerarquía en la norma moral.

  1. Diálogo para la unidad de los cristianos.

Es un tema en el que el cristianismo se juega cierta credibilidad ante el mundo. Es difícil justificar la existencia de tantas Iglesias cristianas con millones de fieles. Es un tema que aparece más o menos tímidamente a partir del Concilio y que creo que puede ser un tema importante en el futuro de la Iglesia y que concierne a todos los cristianos.

La unidad de los cristianos pasa por comprender y discriminar. No todas las verdades tienen el misma importancia. Es el principio de jerarquía de verdades. Creo que eso es bueno para la Iglesia y para los católicos, a veces envueltos en cierta confusión, que mezclan verdades de diferente calado sacadas del contexto. Hay que valorar lo que se pierde con la ruptura cuando se está de acuerdo en lo fundamental. Da la sensación, desde el desconocimiento, que los católicos tenemos mucho que ganar en ese diálogo, quizá porque la tradición reformada ha fomentado menos esa fe perezosa que denunciaba Ortega. Sin embargo, hay que tener cuidado, porque hay muchas formas de cristianismo, algunas mucho más conservadoras, más cerradas que otras.

No se puede simplificar. No se trata de diferencia de estilos o ritos internos, sino de diferencias que pueden suponer también diferencias en criterios morales. 

La unidad de los cristianos choca siempre con cierta pretensión de superioridad de cada una de las partes. El diálogo entendido como el intento de convencer al otro queda viciado en su mismo origen. El otro es el que tiene que convertirse, el otro es el protestante, el separado. Quizá hay que recordar que la verdad se expresa humanamente, culturalmente, de modo imperfecto, una expresión de la verdad que se va haciendo presente lentamente, siempre en camino.  

Quizá como conclusión es posible pensar que la unidad de los cristianos pasa por aceptar la legítima diversidad. La unidad de los cristianos no significa la unificación bajo una sola autoridad. El poder produce sospechas y desconfianza. 

Pero en consecuencia, quizá sería posible repensar el sentido de la autoridad en una Iglesia, como también en el interior del catolicismo, una Iglesia descentralizada que rompe con la idea de un criterio único. El sínodo sobre la amazonía celebrado en el vaticano en 2019 puede ser un ejemplo: los obispos propusieron al papa la ordenación sacerdotal de hombres casados. El hecho de considerar esa posibilidad ya abre una puerta que hay que reflexionar sobre una diversidad intraeclesial en la unidad de una Iglesia universal.  Y J. ELZO cita los cuatro principios que estableciera Congar para hablar de las reformas en la Iglesia:  

“Primacía de la caridad y del sentido pastoral, permanecer en la comunión del todo, la paciencia y el respeto a las dilaciones, y renovar mediante el retorno al principio de la tradición”