Miguel Díaz, párroco del Ángel Custodio.

Juan José Garrido escribe en memoria de su amigo y condiscípulo Miguel Díaz, párroco del Ángel Custodio.

«Miguel ha sido un hombre de profunda fe, y esa fe ha impregnado su vida y le ha permitido afrontar los problemas y dificultades con confianza y serenidad»


El texto completo:

El domingo por la tarde falleció Miguel Díaz Valle, párroco del Ángel Custodio de Valencia y Vicario Episcopal, pero sobre todo un condiscípulo y amigo entrañable desde los años del Seminario Menor de Moncada (1956). El paso de los años, la distancia física en la dispersión normal después de la ordenación sacerdotal (1969), más la diversidad no solo de caracteres sino también de planteamientos eclesiales y pastorales, no ha logrado enfriar en modo alguno esa amistad fraguada en los juveniles años de formación. Ha sido, además, una amistad alimentada con reuniones mensuales a lo largo de los cincuenta años de ministerio, en las que, junto con la alegría de encontrarnos y compartir mesa, hemos compartido también experiencias e ideas, hemos dialogado, y hasta discutido, con toda libertad y respeto mutuo, sobre todo lo divino y lo humano. Pues bien, en este grupo de condiscípulos-amigos, Miguel ha desempeñado un esencial papel de comunión, gracias a su carácter abierto y acogedor, a su generosidad, a su equilibrio personal y capacidad de convocatoria, como también, cómo no, a su fino humor castellano que, sin ofender a nadie, provocaba una sana sonrisa en nosotros y relajaba las tensiones cuando las había.

En todos nosotros Miguel deja un vacío muy grande. Cuando el domingo por la tarde me comunicaron su fallecimiento me vino espontáneamente a la mente el texto de san Pablo a los Romanos que dice: en la vida y en la muerte somos del Señor (Rom 14,8).

En la vida, en esta vida, Miguel ha sido del Señor. El Señor lo llamó desde muy joven, con un amor de predilección, para que fuera “obrero de su mies” y entregara su vida al servicio del Evangelio en el ministerio sacerdotal. Y con la ayuda de la gracia, respondió a esta llamada con generosidad y alegría, gastando sin reservas su vida en la obra de la salvación de los hombres. Ha sido “siervo fiel y prudente” que ha desempeñado las tareas que la Iglesia le ha encomendado con fidelidad y se ha esforzado en hacer fructificar con su trabajo y piedad los talentos que Dios le había dado. Ha sido coadjutor de L’Alcudia y párroco sucesivamente de Sumacárcel, Ayora, Alfafar y finalmente del Ángel Custodio de Valencia ciudad; además, don Carlos Osoro lo nombró en su día Vicario Episcopal, nombramiento que el actual arzobispo, don Antonio Cañizares, ratificó. Todas estas tareas pastorales Miguel las ha llevado a cabo con un evangélico espíritu de servicio, con inteligencia y prudencia y con caridad pastoral, granjeándose la amistad y el aprecio de los fieles y el cariño y admiración de sus colaboradores y compañeros sacerdotes con los que ha compartido responsabilidades. Miguel ha sido un hombre que ha fomentado siempre la comunión y la corresponsabilidad. De su buen hacer como pastor de la Iglesia somos muchos los que podemos dar fe.

Y en la muerte somos también del Señor, y lo somos plenamente, sin sombras, en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y con la Virgen María, los ángeles y los santos y todos aquellos que en este mundo quisimos y nos quisieron. La muerte física es para el creyente el umbral de la vida en plenitud, una vida hecha a la medida del mismo Dios y que Cristo ha hecho posible en nosotros con su vida, muerte y resurrección. Esta esperanza constituye la entraña misma de nuestra fe. Miguel ha sido un hombre de profunda fe, y esa fe ha impregnado su vida y le ha permitido afrontar los problemas y dificultades con confianza y serenidad.

Así ha vivido siempre, pero especialmente durante los últimos días de su enfermedad: con confianza en Dios y aceptando siempre su voluntad, con actitud noble y humanamente elegante, dando lo mejor de sí mismo hasta el último día.

El filósofo y creyente E. Mounier, en un momento especialmente difícil y doloroso de su vida, escribió lo siguiente: en el fondo, el cristianismo es esto: que se puede hacer oro de cualquier cosa. Poder hacer oro de cualquier cosa: de los logros y de los fracasos y sufrimientos. De los logros para dar gracias a Dios; de los fracasos y sufrimientos para transformarlos con amor y oración en entrega confiada a Dios y solidaridad, unidos a Cristo, con todos los que sufren. Así lo ha hecho Miguel.

Querido Miguel: al dolor de tu partida, pues somos humanos, se ha sumado la pena dadas las circunstancias en que nos encontramos, de no haber podido acompañarte en estos momentos de tu vida y de habernos sido imposible despedirnos de ti con la bella y profunda liturgia de la Iglesia. Pero tú sabes que te hemos acompañado con nuestra oración y que, en el recinto de nuestros templos vacíos, te hemos despedido con la plegaria por excelencia que es la Eucaristía: en ella hemos dado gracias a Dios por tu vida sacerdotal y por el don de tu amistad y te hemos puesto en sus manos, que son las mejores manos posibles. Hasta siempre, Miguel.

Juan José Garrido
Rector del Colegio Seminario Corpus Christi

Se ha publicado Paraula, Iglesia en Valencia, en la página 12.