Queremos el pan y las rosas

Me parece importante que haya mujeres cristianas que se ocupen de pensar en clave de género desde su experiencia de fe y desde su formación teológica y filosófica. Y Lucía nos ayuda a vislumbrar en este libro todo  un mundo de valiosas vivencias y profundas reflexiones que permanecen semi-ocultas y silenciadas por la ancestral cultura patriarcal. Se trata de un recorrido muy amplio, abundante en citas y referencias, que son como invitaciones a profundizar en la experiencia de muchas mujeres que se han atrevido  a compartir su estudio, su experiencia religiosa o su compromiso cotidiano. Al mismo tiempo Lucía transmite su propia elaboración de toda esa red de pensamiento y vida en la que ella está activamente comprometida.

Para mí, lo fundamental de estas aportaciones es el intento de hacer visibles a las víctimas de la historia (y muchas mujeres lo han sido y lo siguen siendo por el mero hecho de pertenecer a ese lado de la humanidad), reconocer y pronunciar sus gritos, admirar su resistencia, proclamar su lugar preferente en el corazón de nuestro Dios Padre y Madre, desde la experiencia ser mujer. Destacaría en esta  experiencia los valores que las mujeres aportan al mundo, a las religiones, a nuestro cristianismo, que plantea como tareas pendientes en el proceso de realización de los seres humanos. Tareas como el cuidado de los débiles y de la tierra, herida por personas que se arrogan el derecho de poseer lo que les ha sido dado, equilibrando la ética de la justicia con la ética de la compasión. Otra tarea seria reivindicar la importancia de los “afectos y emociones como fuente de conocimiento” (y no como el “lado oscuro de la razón”). O superar el dualismo que contempla la realidad como lucha entre dos únicas y antagónicas fuerzas, causa de violencia y de abuso de poder, sin considerar la riqueza de las diferencias que enriquecen la vida humana en la tierra llena de matices, favoreciendo la armonía y la construcción de una paz auténtica. “A partir de la fe en el Dios de la Vida y la ternura como origen y meta de toda la realidad, esta teología (feminista) acogedora del dolor del otro, se hace palabra utópica y profética…nos invita a una conversión e la mirada y de los sentidos que nos haga barruntar la profundidad de la realidad, su hondura, la dimensión espiritual, los signos de cambio incipiente y posible”

Entre las cosas  que el feminismo aporta a la espiritualidad, me siento muy identificada con la conciencia de interdependencia, tan presente en las mujeres, que vivimos nuestra corporeidad como lugar de encuentro con Dios y los otros: “Cuando reflexionamos a partir de nuestros cuerpos, hacemos una teología más humilde, más acorde con nuestra condición de criaturas, creadas para amar y gozar de la creación con todos sus sentidos, pero capaces también de cuidar a los cuerpos que enferman, sufren y envejecen. Descubrimos entonces nuestra interdependencia con las generaciones que nos precedieron, con las generaciones futuras y con todos los vivientes. Y nos damos cuenta de que todo lo que daña la Tierra acaba por dañarnos también a nosotros…reconocer con humildad que estamos hechos de la misma tierra que habitamos…reconocer los límites y el respeto por los ciclos naturales de regeneración de nuestro cuerpo y nuestra alma, de los demás y de la Tierra son signos de salud mental y de profunda sabiduría espiritual…recuperar el vínculo entre el trabajo y el amor, entre el trabajo humano y la obra de la creación de Dios” Esta perspectiva que las teólogas ecofeministas han desarrollado sitúan la raíz del mal: “el pecado es negarse a ser responsable de la “economía”, de la administración de los bienes de la casa familiar del cosmos. El Dios padre-madre crea las condiciones para que otras vidas distintas a la suya puedan crecer y prosperar, promueve la responsabilidad humana, no el escapismo y la pasividad”

También me parece muy sugerente el esfuerzo por mostrar otras imágenes de Dios: Sabiduría “que invade cada rincón miserable, gime ante la pérdida y libera un poder que permite comenzar de nuevo”. Poder, cuya naturaleza es la compasión y que promueve en nosotros la sanación y nos insta a asumir nuestra responsabilidad con la creación. Y el reto de releer la Palabra desde las mujeres, recorrer los pasajes bíblicos con otra mirada, explicarlas con otros acentos, como esos textos de Dolores Aleixandre que tanto nos han ayudado para comprender y amar esa Palabra que nos enseña un poco del misterio de Dios.

Creo que este libro nos puede ayudar también a despertar nuestras conciencias adormecidas y recordarnos el sentido de la espiritualidad, no como huída o falso consuelo ante la magnitud y complejidad de los problemas que atenazan nuestro mundo, sino como experiencia de ser escogidos para colaborar en la obra creadora y redentora de Dios. “La verdadera espiritualidad nos empuja al desierto y nos encara con nuestro presente. Porque por muy doloroso o aparentemente estéril que éste sea, es ahí, en el corazón de la cotidianeidad y en el “reverso” de la historia donde el Espíritu suscita nuevas posibilidades de vida para aquellas personas que abren los ojos y escuchan”

Julia Navarro