35 AÑOS DESPUES DE LA CONSTITUCIÓN GAUDIUM
ET SPES.
Concepto de cultura. Se entiende por cultura aquello con lo que el hombre
desarrolla sus cualidades naturales, sometiendo la naturaleza al trabajo,
humanizando la vida a través de los logros de la historia. La cultura
expresa, por tanto, una pluralidad compleja de elementos que incluye una
concepción del mundo, modos de vida, usos y costumbres, ideas sobre lo
socialmente correcto, leyes e instituciones.
Pero quizá lo más importante para nosotros consiste en que, como decía
Ortega, la cultura expresa las ideas y creencias vigentes en una sociedad que
son muchas veces inconscientes, no pensadas. Y a la vez, la cultura es una
interpretación de la vida que tiene una función de esclarecimiento y
orientación.
De esta manera fe y cultura se necesitan mutuamente. La cultura no puede
encerrarse en sí misma si quiere ser una oferta de sentido adecuada a cada
tiempo porque ninguna interpretación de la vida puede ser completa o
definitiva. Por eso para no amputar la cultura, habrá que considerar que toda
cultura tiene una dimensión religiosa que forma parte de ella junto con otros
elementos. La fe pretende, por su parte, ofrecer una oferta de sentido de la
que pueda surgir una invitación a la felicidad. Y es que, otra vez con
Ortega, una cultura a la que se le pueda acusar de no hacer felices a los
hombres es una cultura incompleta.
A la vez, la fe necesita de la cultura como instrumento y vehículo de
expresión, toma prestado un conjunto de conceptos, instituciones y
costumbres. Jesús se expresa en las categorías culturales del pueblo Judío
como podía haberse expresado en otras pero lo que no es posible es no se
expresase en ninguna. De esta manera es como se plantea el problema del
diálogo entre fe y cultura, pues el Evangelio como mensaje eterno debe ir
siempre expresado en categorías temporales.
De esta mutua dependencia se extraen por el momento algunas consecuencias
importantes:
- Ninguna forma temporal de vivencia del cristianismo puede considerarse
absoluta, completa o definitiva, puesto que el cristianismo trasciende las
culturas.
- En segundo lugar, será necesario distinguir el objeto de la fe de sus
manifestaciones culturales que siempre son contingentes, puesto que pueden y
deben estar en permanente cambio.
- En tercer lugar, como fenómeno histórico-cultural el hecho religioso y
los textos sagrados exigen una interpretación que los sitúen en su momento
histórico si quieren ser entendidos.
El éxito del cristianismo primitivo consistió en su capacidad de
expresarse en las más diversas culturas sin perder su identidad. A partir del
siglo IV, se impuso a todo el mundo una interpretación de la fe elaborada a
partir de categorías grecolatinas, una liturgia inspirada en las cortes
imperiales, una legislación según el derecho romano y una autoridad marcada
según el modelo monárquico. Aún así esa forma cultural de la fe fue
actualizándose más o menos a medida que evolucionaba la cultura de Occidente.
Sin embargo, con el advenimiento de la Modernidad a partir del siglo XVI
la Iglesia ha vivido permanentemente a la defensiva. Primero la
Contrarreforma para defenderse de la Reforma protestante; después la
contrarrevolución para defenderse de la Revolución francesa; más tarde otra
contrarrevolución para defenderse de la revolución socialista. Como señala
algún autor "siempre con una revolución de retraso". Lo malo es que
en cada una de esas faltas de adaptación parece que el cristianismo se ha
dejado atrás a unos cuantos. Cuando la revolución francesa se aferró al
Antiguo régimen consiguiendo que la burguesía se hiciera anticlerical, cuando
comenzó la revolución proletaria, la Iglesia comenzó a sentirse a gusto con
la burguesía y se alió con ella frente a los trabajadores.
Quizá la pregunta que debíamos hacernos es ¿Con quién se alía y se siente
cómoda hoy la Iglesia?, ¿A que formas de marginación no escucha?, ¿A quién se
puede estar dejando en el camino en nuestros días? ¿A toda una generación de
jóvenes? Me gustaría pensar que sólo es una exageración.
La distancia entre la Iglesia y el espíritu de la época llegó hasta el
extremo de plantearse la imposibilidad de ser a un tiempo cristiano y
moderno. De esta manera, según denuncia Ratzinguer, la Iglesia se quitó a sí
misma la posibilidad de vivir lo cristiano como actual. Como consecuencia se
fueron sucediendo los abandonos de aquellos que se identificaban con las
reivindicaciones de la modernidad y es que si la fe no se expresa en las
categorías culturales de los destinatarios supone que tarde o temprano se
ponga en duda la verdad de las creencias religiosas aunque sólo sea porque resultan
ajenas a la vida.
El Concilio intentó restablecer el diálogo con la Modernidad al
establecer como una exigencia permanente el diálogo de la fe con la cultura.
Pero habrá que advertir que este diálogo no significa:
- Desprecio por la cultura, que es la posición de los integrismos. La
tentación de haber conseguido la forma químicamente pura de la fe separándola
de la cultura, lo que indirectamente lleva a intentar imponer la fe mediante
categorías culturales ya obsoletas.
- Identificarse con la cultura. De forma que la fe se reduce únicamente a
aquellos elementos que pueden conciliarse sin dificultad con la cultura. La
consecuencia es que se termina dando por bueno todo lo que pertenece a esa
cultura, incluidos sus posibles defectos al perderse el componente crítico de
la fe.
El diálogo de fe y cultura supone un doble movimiento:
- En la dirección de la fe a la cultura, es decir impactos de la cultura
en la fe: lo que significa una exigencia de aclimatación a los diversos
culturales y un enriquecimiento de la fe a través de esos logros históricos a
los que la fe debe hacerse permeable.
- De la cultura a la fe. Es decir la incidencia de la fe en la cultura.
Lo que significa una apertura en la cultura desde el que contagiar el
espíritu de la fe en los hombres de una época.
De esta doble dirección se extraerá una serie de exigencias de los
cristianos y especialmente de los laicos, en un doble sentido:
- Retos de adaptación y flexibilidad que el cristiano debe exigir y
conquistar a la religión.
- Retos en forma de aportaciones que el cristiano puede hacer con
valentía a la cultura de su tiempo.
El diálogo con el mundo exige como dice el Concilio "escrutar a
fondo los signos de los tiempos a la luz del evangelio" y en esta tarea
se adentra el mismo Concilio destacando algunos elementos positivos de la
modernidad como son: la idea de dignidad de la persona, el sentido de la
libertad, las aspiraciones de fraternidad, el desarrollo científico, la
búsqueda de la justicia; y a la vez, llama la atención sobre algunos peligros
o desequilibrios como el ateísmo, los el desarraigo que producen los
incesantes cambios sociales, el triunfo del criterio de eficacia como el
único posible, la independencia de la ciencia y la técnica con respecto a
cualquier criterio moral, etc.
Para adentrarnos en los retos que el Concilio sigue proponiéndonos en ese
diálogo con la Modernidad he intentando centrarme en algunos de esos rasgos
más significativos de nuestros tiempos para intentar sintetizar esos nuevos
retos en la doble dirección que antes he señalado.
RASGOS MÁS CARACTERÍSTICOS DE LA MODERNIDAD.
La modernidad, que comenzaba con el humanismo, ha consistido en valorar
una doble capacidad de autonomía derivada de la confianza en la propia razón.
- Autonomía para la verdad fundamentada en la propia autocerteza.
- Ser capaz de fundar sus propios actos, sus propias normas, su propio
destino.
El hombre se sitúa entonces como fundamento de la verdad, de la historia,
de sus actos y de la ley. Lo que significa, según algún autor, el desplazamiento
de los dioses: Lo que en la Antigüedad era el lugar de Dios se convierte en
el lugar del hombre que reivindica para sí los dos atributos esenciales de
Dios: La omnisciencia: a través de la ciencia y la omnipotencia a través de
la técnica y la moral.
Esta mentalidad de la Modernidad se refleja en una serie de rasgos, cada
uno de los cuales ha representado importantes conquistas históricas, a la vez
que siguen representando retos para la Iglesia.
A. La secularización.
Aunque el concepto es confuso me referiré con él al fenómeno de
separación entre Iglesia y Estado. El estado moderno es ante todo soberano.
No necesita para fundamentar la obediencia a sus normas de la intervención de
Dios, no es necesaria la religión común. Sin embargo dejaremos la cuestión
política para la próxima sesión y me centraré en un fenómeno derivado de esta
secularización como es la reducción de la religiosidad a la vida privada.
La Modernidad es la fundadora de la distinción entre vida pública y vida
privada. Entendieron que un principio fundamental de la libertad era la
libertad religiosa y de pensamiento instituida como fundamento del principio
de tolerancia. El Estado debe respetar las distintas creencias mientras no
sean contrarias a sus intereses y garantizar una parcela de libertades para
la vida privada. El mismo Estado se fundamenta no en una religión común, sino
en un contrato entre individuos libres que se legitima en la medida en que se
garantice esa parcela de libertades en las que desarrollar la vida privada.
Como consecuencia, las opiniones y creencias religiosas quedan relegadas a
una cuestión íntima y privada.
En definitiva hoy nuestras sociedades no son católicas, sino plurales:
sociedades en las que conviven distintas concepciones del mundo sin que ninguna
tenga derecho a reclamar la preeminencia sobre las otras.
Pero es importante destacar que la secularización significa también que
algunas de las propuestas surgidas de la tradición religiosa han calado tan
fuertemente en la cultura moderna a través de evidencias del sentido común
moral y político, que hoy podrían mantenerse independientemente de su origen,
de manera que su obligatoriedad ya no es religiosa sino racional, como por
ejemplo la idea de la dignidad del hombre o el tan moderno concepto fraternidad.
La reacción de la Iglesia frente a la secularización ha sido muchas veces
de miedo, como si la independencia de las conciencias supusiera renegar de la
religión. El Concilio sin embargo acepta y defiende el proceso de
secularización al defender la autonomía de la cultura y de las instituciones
frente a la religión. Se considera un logro bueno para la sociedad y bueno
para la Iglesia porque le permite a ésta purificar su imagen a la vez que le
exige precisar su papel social.
En este sentido es en el que hay que enfrentarse en mi opinión a algunos
retos:
A.1. Crisis de relevancia y/o de identidad.
La Iglesia debe enfrentarse a una crisis de relevancia: se hace al mundo
una oferta que considera esencial y se descubre que apenas interesa a nadie.
Lo importante en el mundo son las cuestiones económicas y políticas.
Tentación: Sin embargo para salir de la irrelevancia no vale el camino de
asumir protagonismo en aquellas tareas que la sociedad considera importantes
en el terreno del mundo (que sería por ejemplo la tentación política) porque
sería transformar una crisis de relevancia en una crisis de identidad.
Quizá la solución pase por vivir sin complejos cierta irrelevancia
social. En cualquier caso hoy parece necesario volver a plantearse la
conveniencia y sentido que deberían tener algunas instituciones de presencia
cristiana como la educación o los medios de comunicación.
A.2. La secularización supone la pérdida del universo simbólico.
La secularización de la razón supone una pérdida de una totalidad de sentido.
Se pierde una cosmovisión y se tiene la sensación de un mundo absurdo,
desordenado compuesto de parcelas cerradas. Saberes independientes que se
corresponden con parcelas de la vida independientes, tenidas como
compartimentos estanco cada una con su propia lógica y sus propios principios
a veces contradictorios, que para el cristiano resultan difíciles de hacer
compatibles.
Ante esta situación algún autor ha hablado de cómo las sociedades
modernas a lo largo de los últimos 150 años han mostrado cierta
"nostalgia de lo absoluto". La descomposición del cristianismo como
teoría globalizadora habría dejado en desorden concepciones básicas sobre el
hombre, la justicia, la moral o la historia. Este agujero se habría intentado
llenar con nuevos mitos, una especie de "credos-sustitorios" o
"antiteologías" pero que en el fondo contienen la misma estructura
que los relatos religiosos: un momento de revelación, una promesa de
felicidad… Mesías secular entre los que se encontrarían por ejemplo Freud,
Marx, o el estructuralismo.
La pérdida de este universo de sentido es, a mi modo de ver uno de los
retos fundamentales para la religión y el pensamiento en general, permanente
en todos los tiempos, pero especialmente necesario en nuestros días. El
formular una concepción del hombre, en la que ocupen un lugar fundamental la
experiencia de creación, la gratuidad, la encarnación, el misterio de la
vida, la dignidad de la persona, el encuentro con el rostro del otro, el
sentido del sufrimiento y de la muerte, la esperanza.
En expresión de Garrido "Ser cristiano es la manera más excelente de
ser hombre; y por ello también, potenciando al máximo su verdad, el hombre,
con el ejercicio de su inteligencia y su libertad, ha de reencontrarse
necesariamente en Cristo."
A.3. Falta de apoyos externos de la fe.
La secularización ha hecho más difícil creer porque la fe ya no tiene el
amparo del medio sociológico. Antes prácticamente todos los ciudadanos
participaban de la fe y su universo simbólico. Hoy esa situación ya no se
produce y esto crea una cierta sensación de desamparo que tienden a
privatizar más todavía sus creencias.
La tentación es construir una forma de religiosidad que se desentiende de
la sociedad de manera que sólo se espera de la Iglesia consuelo y paz
interior.
La evangelización es más difícil cuando los jóvenes no entienden el
lenguaje de la tradición en que muchos nos hemos educado, hay una pérdida de
memoria simbólica, un analfabetismo religioso.
Junto con esta evidente dificultad hay un elemento positivo que es a la
vez un reto. Cada vez la Iglesia, aunque quizá menos numerosa, estará más
constituida por personas con una fe más fuerte, más interiorizada. Por otro
lado, que la fe pueda ser rechazada puede/debe contribuir a una cierta
revitalización de la Iglesia puesto que será más necesario salir del
inmovilismo autoconformista. Ante la falta de apoyos externos cobrará una
importancia decisiva el hecho de disponer de una comunidad cristiana de
referencia.
Hoy es un reto también plantearse seriamente y con urgencia cómo
transmitir la fe sobre todo en aquellos elementos propios del Misterio.: cómo
expresar en nuestros días la Trinidad, la Encarnación, los sacramentos, la
moral, el cielo y el infierno, los ángeles y arcángeles, el pecado, el
purgatorio…Sobre todo para no caer en la tentación postmoderna de un nuevo
panteísmo que ama lo misterioso y lo oculto que son el espacio en el que
florecen nuevas formas de religiosidad; pero sin caer tampoco en la tentación
de racionalizar o contextualizar demasiado el Misterio con la intención quizá
de hacerlo más cercano o más aceptable.
Que la fe sea razonable no quiere decir que deje de ser fe,
convencimiento íntimo que necesita su propio espacio. Aunque esto no quiere
decir que la fe consista en el convencimiento en unos contenidos específicos
cerrados. Supongo que podríamos intentar entender la fe como una experiencia
personal más abierta, menos definida, quizá más una actitud personal de
confianza. Quizá renunciar a lo superfluo, para expresar con mayor fuerza lo
fundamental no como transmisión conceptual, sino vivencial.
Hoy es urgente volver a pensar la educación en la fe, el sentido,
conveniencia y función de la clase de religión, la confesionalidad de centros
de enseñanza, la función de las Parroquias en distintos aspectos: como
comunidad, su función catequética, su dimensión celebrativa…
B. La ciencia, la utopía del progreso y la mentalidad científico-técnica.
La Modernidad es la era de los avances científicos y esto no sólo ha
cambiado la forma de vida, haciéndola más fácil sino también la forma de
pensar. Como consecuencia de que la ciencia se ha vinculado a la técnica como
no lo había hecho durante épocas anteriores, se han producido dos efectos: el
avance de la ciencia en la medida en que se ha vinculado a la economía industrial
y la dependencia de la ciencia en sus formas de financiación. El conjunto de
implicaciones y retos a que esto conduce los intentaré resumir en la promesa
de la Idea de progreso.
Pero a la vez, el triunfo del modelo científico representado por la
física trae consigo un nuevo modelo de racionalidad que desacredita como
irracional aquellas cuestiones referidas a la religión, la metafísica o la
moral. La ciencia experimental se convierte en la única forma de conocimiento
racional. Las consecuencias de este segundo aspecto las podemos resumir en el
triunfo de la racionalidad instrumental.
B.1 La fe en el progreso.
Los avances de la ciencia alimentan la idea del progreso que suponía
implicitamente:
- Que cualquier problema tiene solución científica técnica.
- Que la ciencia siempre conduce a algo mejor y por tanto, si
técnicamente es posible hay que hacerlo.
- Que el presente es la culminación de la historia y como consecuencia,
nada del pasado es necesario.
De este modo, pronto se cae en lo que algún autor ha llamado la
psicología de diosecillos. El hombre moderno por medio de la técnica decide
por ejemplo sobre la natalidad, quiere decidir en ocasiones el momento de la
muerte, reproduce técnicamente algunas formas de felicidad, decide sobre la
conveniencia de un trasplante a un sujeto entre muchos necesitados,
utilizando para ello recursos que podrían destinarse a otras cosa; o decide
hacer un trasvase de las aguas de un río a otro beneficiando a unas
poblaciones frente a otras.
La psicología del diosecillo, hace que el hombre actual esté radicalmente
incapacitado para aceptar los límites humanos. Donde esto se ve más
claramente es quizá en las experiencias límite ante la enfermedad
irreversible o la muerte, que se convierten en temas tabú.
Retos derivados de la ciencia, la técnica y el progreso.
La rápida evolución de la ciencia es un reto que señala con claridad el
Concilio en distintos sentidos de los que me gustaría resaltar dos:
1. Exige plantearse cómo compaginar la superespecialización que hace a la
ciencia cada vez más inaccesible con la necesidad de hacer partícipes de ella
a todos los hombres.
2. La superideología del progreso ha de hacerse compatible con una
referencia de sentido que surja de la tradición actualizada críticamente.
La tentación: ante el progreso de la ciencia es asumir permanentemente
una actitud de desconfianza y negación que no sirve para nada. Otra cosa
distinta es plantear que la ciencia y la técnica no son fines en sí mismos
sino medios al servicio del hombre que exigen por tanto el control social de
sus resultados como de sus programas preferentes de investigación. Pero este
control social no siempre puede querer decir que la Iglesia pretenda
exponer/imponer una doctrina oficial cuyo fundamento y alternativas no
siempre llegan al gran público.
Probablemente el único control posible es la influencia a través de la
educación de los ciudadanos. Probablemente la Iglesia tiene más que decir de
qué es bien vivir y bien morir, por ejemplo, de manera que se puedan situar
en ese contexto los nuevos avances de la investigación médica, o sobre el
sentido de la justicia ante recursos limitados, sobre la proporcionalidad
entre la intervención y el efecto esperado, etc.
La Iglesia, dice el concilio, debe asumir la autonomía de la ciencia y la
cultura. Pero debe exigir a la vez, como también insinúa el Concilio y es
responsabilidad de los cristianos que esa autonomía sea real también frente a
intereses económicos o estratégicos de los estados. Por otra parte, la fe en
el progreso de la ciencia puede hacer creer que el hombre se basta a sí
mismo. Que el progreso es sólo progreso tecnológico. Hay que denunciar
permanentemente que la mejora de las formas de vida de Occidente no garantiza
la felicidad por sí sola. Que además el progreso y las formas de vida de
occidente no son universalizables para todos los hombres y es por tanto
progreso sólo para unos pocos.
B.2 La racionalidad instrumental.
A lo largo de las últimas décadas algunos
autores han destacado el fenómeno de unidimensionalidad reducción de la razón
a una forma de razón subjetiva o instrumental.
El modelo de la nueva razón subjetiva es aquella
cuyo único propósito es establecer la adecuación entre medios y fines. Esto
quiere decir que a partir de ahora se entiende como racional únicamente el
criterio de utilidad o la practicidad, y queda fuera del ámbito de la
racionalidad la posibilidad de juzgar los fines como deseables. La discusión
sobre fines, se dijo, no es objetiva, puesto que sobre concepciones últimas
cada uno puede pensar lo que quiera sin que una posición pueda entenderse
como más verdadera que otra. El único criterio racional es el de los
intereses subjetivos: las cosas valen si son útiles para algo y el criterio
es el interés dominante. Nada, ni un sistema político ni económico, se puede
considerar en sí mismo bueno o malo, ninguno es más racional que otro.
El imperio de este modelo de racionalización
penetra en todos los ámbitos de la vida, de manera que, por ejemplo, la
política se convierte en un problema técnico que debe estar en manos de
expertos pretendidamente al margen de ideologías y concepciones morales, del
mismo modo que ante la enfermedad la decisión se prefiere dejar en manos del
médico que parece indiscutible, como si la decisión pudiera ser independiente
del sentido de la vida.
Otra vertiente (con una dimensión también
política) es que como consecuencia de este modelo, la moderna racionalización
se convierte de liberadora en opresora porque el hombre moderno pierde su
autonomía y su identidad al quedar instrumentalizado y maquinizado. El
triunfo de la ley de la eficacia conduce a valorar a los hombres conforme a
este mismo criterio, quedan fuera los no productivos.
Por otro lado, se impone un modelo de hombre y mujer eficaz, que
fríamente llega a todo, que no se hunde nunca, que no duda. Esta mentalidad
produce en el terreno psicológico la tiranía del perfeccionismo obsesivo y su
otra vertiente la tortura amenazante del fracaso, que hace que algunos caigan
en la adoración narcisista de la propia perfección y otros se hundan en una
permanente sensación de impotencia. Pero sobre todo conduce a que la mayoría
viva en la permanente angustia de perder el tren, en una vida llena de
actividades y exigencias-remordimientos, ante la que resulta difícil parar a
disfrutar.
En los jóvenes la rebelión de rebeldía ante esta situación es muchas
veces, quedarse voluntariamente al margen, no querer tener compromisos, caer
en una pasividad indolente, el tedio o la desidia por la que todo da igual.
Ante esta mentalidad es un reto recuperar el valor de lo inútil o el inútil,
la gratuidad, el esfuerzo innecesario; pero también el sentido
específicamente religioso de la intimidad, el silencio, la contemplación, la
"pérdida" de tiempo.
C. Voluntad de emancipación.
Es la voluntad de emancipación frente a criterios externos. El más famoso
grito de emancipación es la Ilustración que Kant define como "la
liberación del hombre de su culpable incapacidad". El hombre, entiende
Kant, es culpable del infantilismo por no atreverse a servirse de su propia
razón sin la ayuda de otro, siempre dejándose llevar por maestros o escuelas
más o menos dogmáticas.
Esta emancipación se ha entendido tradicionalmente como independencia
frente a cualquier criterio, sea la religión o sea la colectividad, incluso
frente a la misma ley cuando ésta no sea estrictamente necesaria para
defender la independencia. La independencia pronto se traduce en
individualismo entendido como no estar atado a nada ni a nadie. Surge de esta
manera la idea del individuo que se basta a sí mismo, que cree que tampoco
debe nada a nadie y que como consecuencia, no es tampoco responsable más que
de sí mismo.
Retos para el cristianismo:
C.1. La Iglesia debe asumir la mayoría de edad de los cristianos en la formación
responsable de su criterio y de esto el Concilio da una lección no siempre
asumida por completo en nuestros días. Una buena muestra de lo que aquí
quiero decir se encuentra en el nº43.
"De los sacerdotes, los laicos pueden esperar orientación e impulso
espiritual. Pero no piensen que sus pastores están siempre en condiciones de
poderles dar inmediatamente solución concreta en todas sus cuestiones, aun
graves, que surjan. No es esta su misión. Cumplen más bien los laicos su
propia función con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia
atenta de la doctrina del Magisterio.
Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les
inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero podría
suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles,
guiados por una no menor sinceridad, juzguen el mismo asunto de distinta
manera"
Por tanto, hay que asumir que en muchos casos no es posible ni deseable
una respuesta oficial de la Iglesia que pretenda reivindicar para sí la
verdad y esto es especialmente importante en cuestiones sobre el límite de la
ciencia o la moral.
Pero a la vez esta emancipación del cristiano supone como decía Kant,
salir de "la culpable incapacidad" que hace que no siempre los laicos
asuman su responsabilidad y obligación de expresar públicamente su
pensamiento, convenientemente formado y contrastado con la experiencia de la
vida y la revisión. El cristiano debe asumir la exigencia de formación de su
conciencia para evitar hacer del cristianismo una religión acorde a los
intereses y comodidades personales o sociales.
Libertad de expresión, el respeto al pluralismo con la correspondiente
apertura a formas religiosas hermanas y la información transparente en el
seno de la Iglesia son condición e instrumento de progreso junto con el
ejercicio activo de la corresponsabilidad: los asuntos de la Iglesia son
asuntos de todos y deben ser tratados por todos.
C.2 Es preciso atender a la exigencia de emancipación de la mujer en el
seno de la Iglesia. Aunque habrá que hacer un esfuerzo de apertura para
definir cuál es su lugar en la Iglesia institucional sin prejuicios pero
tampoco convirtiendo el tema en una especie de reivindicación de todo o nada.
Retos de la Iglesia ante el mundo.
C.3 En los últimos tiempos se reivindica con fuerza que la idea de
autonomía surgida de la Modernidad no es reducible a la idea individualista
de independencia frente a cualquier criterio externo, es decir que la
libertad de independencia es sólo uno de los sentidos de la emancipación y
quizá no el más afortunado.
Es un reto de las sociedades transformar la libertad como independencia
en libertad como autonomía, que supone la asunción consciente de un criterio
o una norma. Criterio que en la medida que sea conscientemente consentido no
supone perder la libertad.
Sin criterio trascendente sólo queda la inmanencia.
Sin una idea a la que servir, un proyecto del que responsabilizarse o una
realidad a la que ligarse y de la que hacerse responsable no hay libertad. La
libertad en este sentido es autolimitación y no mera independencia que sería
sólo uno de sus elementos. Este es también un signo de los tiempos que se
hace presente en la familia, en el voluntariado y en muchas otras realidades
sociales de servicio.
Garrido habla en este sentido del concepto de Teonomía como superación
del binomio autonomía-heterenomía poco apropiados para referirse a la
relación de dependencia entre Dios y el hombre. Y es que, dice, la
dependencia del hombre con respecto a Dios no anula la realidad humana, sino
que la hace ser, puesto que "la apertura del hombre con Aquel de quien
procede y en quien culmina toda realidad, no es limitadora, sino
posibilitadora".
C.4 Frente al individualismo la Iglesia tiene un mensaje específico que
aportar sobre la responsabilidad de los hombres con sus hermanos. Ser
responsable quiere decir sentirse "religado" a la realidad de los
otros, de los que de algún modo te han sido encomendados como tu prójimo
(próximo).
ALGUNAS NOTAS SOBRE LA POSTMODRNIDAD
Parece que hablar de los signos de los tiempos nos obligue a referirnos
aunque sea de pasada a la postmodernidad puesto que algunos entienden que
nuestra época se encontraría a caballo entre una etapa ya consumida y otra
que comienza a ver la luz. El mismo concepto "postmodernidad"
expresa el deseo de dejar atrás la Modernidad, al entenderlo un proyecto
fracasado y sin solución.
La pretensión de romper con algunos de los supuestos de la Modernidad no
es, sin embargo, un fenómeno actual y son muchos los que, sobre todo a lo
largo del siglo XX han mostrado con mayor o menor radicalismo su descontento.
Independientemente de la importancia que demos a este movimiento (o moda
pasajera) filosófica, independientemente además de la falta de un discurso
unitario y coherencia interna creo que en general expresan el síntoma de un
descontento cada vez más extendido en nuestras sociedades (las occidentales).
De hecho uno de sus elementos más valiosos es la agudeza en sus análisis
sobre el mundo de hoy, la descripción del espíritu de la época, que aunque
algunos puedan considerar exagerado, aveces puede resultar útil. Aunque
muchos de los rasgos que se señalan de la postmodernidad en realidad no son
más que la prolongación de los rasgos de la Modernidad, puede merecer la pena
tratarlos.
La postmodernidad es el resultado de poner en evidencia algunas de las
contradicciones en las que cae la razón moderna por sus propios presupuestos.
De eta manera y aunque parezca contradictorio, la postmodernidad niega la
Modernidad al prolongar y consolidar sus mismos rasgos.
1. Rechazo a los metarrelatos racionales. Frente al triunfo de la razón
de la Modernidad, la postmodernidad ya no cree en la verdad ni en la utopía.
La fe en la ciencia ha traído grandes avances, pero también ha hecho posible
el holocausto judío y la bomba atómica; la utopía del marxismo ha producido
la exclavitud; y a la vez las sociedades capitalistas han alcanzado un alto
nivel de vida, pero están corrompidas por el aburrimiento y el sinsentido.
La ideología del progreso indefinido y la victoria sobre la injusticia
conseguidas a fuerza de una fantasía ético-racional, una utopía/ideología que
se levanta por encima de obstáculos y miedos ha perdido el sentido aplastada
por la realidad y la desconfianza en el hombre. Por su parte, tampoco la
historia puede enseñar nada. Es inútil pretender cambiar el mundo. No hay por
tanto criterio que permita dirigir la vida ni objetivos últimos de liberación
de la humanidad. A esto es lo que proclaman como fin de la historia. Como
consecuencia el rechazo de lo racional produce un individuo acoplado,
acomodado a las circunstancias. Pero como la vida tiene elementos diversos el
acoplamiento supone incoherencia entre estratos distintos. El individuo
sometido a una avalancha de informaciones y presiones opta por la
incertidumbre, por no aferrarse a nada.
2. Radicalización del individualismo.
La única emancipación posible es la del intimismo, el imperio del
"yo", el culto al "yo", el "yo" como uno
criterio: " si no te parece bien peor para ti". Hoy es posible
vivir sin ideales, lo que importa es un buen sueldo, conservarse joven,
cuidar la salud, gozar. Puesto que como anticipa Goya "El sueño de la
razón produce monstruos", hoy, mostrar razones fuertes, o mantener una
posición arraigada está mal visto. Las grandes cosmovisiones se consideran
potencialmente totalitarias, así que sólo quede una razón débil, cambiante,
no exaltada.
3. La sociedad postmoderna repudia la ética del deber. Pero, al menos en
algunos de sus partidarios, no se trata de instituir un vacío moral. La moral
postmoralista eleva los derechos individuales por encima de cualquier otro
criterio, sobretodo el derecho a la independencia y la intimidad, la
felicidad y el deseo.
Las éticas del deber resultan exageradas y por eso nuestras sociedades
sólo otorgan crédito a las normas indoloras, sin obligación ni sanción, hay
que olvidar el compromiso y disfrutar la vida. La ética resultante no ordena
ningún sacrificio, ningún arrancarse de sí mismo, ninguna renuncia. Aunque
las acciones éticas pueden estar presentes, incluso pueden ser un buen
espectáculo. Sólo es necesario reconciliar el corazón y la fiesta (festivales
musicales para recoger fondos para buenas acciones); reconciliar la virtud y
el interés (la obra social de las grandes empresas: desgravan y encima son
una buena promoción); compromiso con el medio ambiente y con el futuro pero
compatible con la calidad de vida en el presente. En las relaciones
personales se evita el compromiso, la relación profunda que ponga en peligro
la individualidad. Todo lo permanente produce rechazo. La meta es ser
independiente, no ser vulnerable. La ética se sustituye por la estética o la
cosmética y la religión moralista por religiones carismáticas, de tipo no
exigente, no radical.
Algunas consideraciones útiles para el cristianismo.
La postmodernidad ha destacado la importancia de la vivencia, el
sentimiento y la experiencia estética y con ello ha llamado la atención sobre
un posible exceso de intelectualismo.
Quizá la postmodernidad pueda también recordar la importancia de las
experiencias religiosa, la meditación, el silencio, el encuentro con uno
mismo, sin que tenga que suponer caer tampoco en un antiintelectualismo.
Algún autor ha planteado la importancia que podría tener recuperar el
lenguaje narrativo en la expresión de la fe, al fin y al cabo, los textos
bíblicos son la narración de vivencias personales y colectivas y es posible
que hayamos dejado de narrar nuestra propia experiencia por un exceso de
respeto o protección de la intimidad.
Es momento de reivindicar un cristianismo menos moralista más festivo,
pero sobre todo una auténtica propuesta de felicidad que no siempre
transmitimos.