LA MADUREZ ÉTICA.

La madurez ética exige situar la cuestión en el doble ámbito de la dimensión moral del hombre y de su condición psicológica.

1. Criterios psico-cognitivos de madurez de la argumentación moral.

Una primera aproximación a la cuestión de la madurez ética debe tener en consideración, aunque sea brevemente, los intentos que se hacen desde la psicología en este sentido al estudiar el desarrollo del razonamiento moral puesto que podría entenderse que son un punto intermedio entre las teorías de la evolución de la personalidad y las teorías estrictamente éticas. Para riosotras cuestión van a ser interesantes en la medida en que nos sitúan en el problema de la formación y maduración del razonamiento crítico en una sociedad pluralista y dispersa como la nuestra.

Un primer punto de referencia es la teoría del desarrollo moral de Piaget. Éste desarrolló una primera distinción general entre lo que se podría llamar una moral convencional frente a una moral racional. Por moralidad convencional se podría entender hacer lo acostumbrado, o lo que se dice que hagamos. Si se pide una justificación en este nivel se apela a una autoridad, o a lo que otras personas hacen o dicen que es correcto. Por moralidad racional se entiende aquella que el individuo acepta basándose en razones, motivos que hay que argumentar, puesto que el sujeto entiende que se trata de cuestiones que podrían ser de otro modo.

Piaget plantea básicamente, que el proceso de maduración consistiría en la evolución de una moral heterónoma, es decir con un fundamento en la presión externa al sujeto sin la cual no habría norma, hacia una moral autónoma. La moral autónoma aparece con la reciprocidad, es decir, cuando el respeto mutuo es lo bastante fuerte como para fundamentar, desde el interior del individuo, que a cada sujeto hay que tratarlo como él mismo querría ser tratado.

Se pasaría así desde un egocentrismo inicial a la capacidad creciente de tener en consideración el punto de vista de otras personas (descentración), es decir hacia la objetividad del juicio moral. La obra de Kohlberg es considerada como el intento más exitoso y profundo de comprender el desarrollo moral desde un enfoque socio-cognitivo. Los individuos, según explica, pasan por seis estadios morales consecutivos avanzando progresivamente conforme se va produciendo el desarrollo cognitivo, (es decir, la evolución en distintas etapas de la forma de inteligencia) y la maduración social, que se concreta en el concepto de "rol- taking" o capacidad para ver las cosas desde la perspectiva de los demás. Los seis estadios se agrupan en torno a tres niveles principales: el nivel preconvencional, el convencional y el posconvencional.

El nivel moral preconvencional: es el nivel moral de la mayoría de los niños, de algunos adolescentes y de muchos delincuentes. El individuo que se sitúa en este nivel no comprende todavía las normas, las reglas ni las expectativas de la sociedad y por tanto no las defiende ni las hace suyas. Las reglas son algo externo al yo. La perspectiva que se adopta es exclusivamente individual.

Estadio 1. El individuo, en este nivel evita transgredir las normas para evitar los castigos o la condena social. No entiende que haya intereses distintos de los suyos.

Estadio 2. Acepta las normas, pero lo hace sólo en la medida en que puede obtener un interés inmediato de ellas, actúa para satisfacer sus intereses y deja que los demás hagan lo mismo. Sólo acepta los intereses de otros en la medida que supone satisfacer sus propios intereses y necesidades como si fuera un intercambio o un acuerdo. Es una perspectiva individualista según la cual cada uno tiene sus propios intereses que le permiten justificar sus acciones. El nivel convencional. es nivel de la mayoría de los adolescentes y los adultos de nuestra sociedad. Convencional significa que el yo se somete e identifica con las reglas y expectativas sociales o de la autoridad. Se defienden las posturas desde la perspectiva que consiste en ser miembro de la sociedad.

Estadio 3. Actuar conforme a lo que crees que se espera de ti, o lo que se espera del rol o la función que crees que desempeñas en los distintos ámbitos de la vida social: buen hijo o buena madre o buen.... Es la necesidad de ser una buena persona a los propios ojos y a los ojos de los demás, desde criterios normalmente aceptados, para responder así a la confianza y lealtad afectiva depositada en ti. Sentimientos, y expectativas que prevalecen ahora frente a los intereses individuales.

Estadio 4. Lo correcto en este nivel, es actuar conforme a las normas y deberes. Las normas deben ser defendidas para contribuir así a mantener la institución, evitando la ruptura del sistema. El argumento utilizado podría formularse: "eso no se hace porque si todo el mundo lo hiciera..." El nivel preconvencional es sólo propio de una minoría de adultos. En este nivel las normas sociales son defendidas, pero no por sí mismas sino basándose en la formulación y aceptación de los principios morales de carácter general que están debajo de estas reglas. Por eso cuando se produce conflicto con las reglas de la sociedad el individuo juzga tomando como criterio los principios y no ciñéndose solamente a la convención. Se diferencia aquí claramente el yo de las normas y expectativas. Se adopta una perspectiva que está más allá de la sociedad concreta, que se basa en cualquier individuo racional para cualquier sociedad (universalidad).

Estadio 5. Se actúa consciente de que la gente mantiene una variedad de valores, reglas que deben ser normalmente respetadas, si bien hay algunos valores y derechos no relativos, como son la vida y la libertad, que deben ser defendidos en cualquier sociedad a pesar de la opinión de la mayoría. Se tiene la conciencia de pertenecer a una sociedad frente a la que sientes un compromiso, libremente aceptado, conducente de manera racional a la utilidad y el bienestar de todos. Un contrato con respecto por ejemplo a la familia, la amistad, las obligaciones laborales, que el individuo describe y entiende desde criterios de imparcialidad objetiva. Considera distintos puntos de vista morales y entiende que las distintas perspectivas son difíciles de integrar.

Estadio 6. Seguir principios éticos escogidos por uno mismo conforme a principios universales de justicia, respeto a la dignidad individual y a los derechos humanos iguales para todos. Los principios están por encima de las leyes desde la creencia y compromiso con esos principios morales universales, en la medida que parten del hombre entendido como fin en sí mismo. El juicio o razonamiento moral posconvencional es superior a cualquier otra forma de razonamiento por dos razones: lº porque el principio moral es una guía de la acción que permite más flexibilidad que la estricta norma, y 2° porque un enfoque basado en los principios juzga desde la perspectiva de cualquier ser humano más allá del grupo o sociedad concreta a la que pueda pertenecer. Por esta razón el referente de nuestras sociedades occidentales es el de individuos y colectividades sociales con una moral posconvencional, que no se ciñen a normas sino que buscan criterios universalizables a las que someter las normas, distanciándose de la perspectiva e intereses individuales.

En cualquier caso, la madurez en el juicio moral es una condición necesaria pero no suficiente para la madurez de la acción moral puesto que se puede razonar en términos de principios y no vivir de acuerdo con esos principios. Aún así, se podría concluir que es bueno que posibilitemos el desarrollo y maduración de los juicios y razonamientos morales enfrentando al sujeto de la educación o a nosotros mismos ante dilemas morales. Es decir, no evitar los problemas sino mantener la sensibilidad para hacer cuestión de lo que para otros puede no ser problema porque está acostumbrado. La maduración se consigue cuando ante los conflictos nos vemos en la necesidad de esforzarnos en asumir la perspectiva de los otros afectados, con lo que al salir de sí mismo, de nuestro mundo de intereses, de valores absolutos, el individuo necesita buscar soluciones más justas y argumentar desde un razonamiento mejor elaborado.

La conclusión hasta aquí podría ser que la madurez en el razonamiento moral se entiende en los dos casos estudiados siempre como un proceso de creciente autonomía y una argumentación desde criterios de universalidad.

Hasta aquí el análisis del desarrollo del razonamiento moral quizá no nos aporte más que alguna referencia sobre el asunto que en realidad nos interesa, pero si pensamos que por razonamiento moral podemos entender también formación crítica para una opinión pública activa y en forma, entonces la formación en ese razonamiento moral se convierte en una exigencia y un reto de quienes busquen la madurez personal.

Hoy cada vez más la cultura de masas ha dejado de ser propiamente cultura, o al menos ha dejado de tener la pretensión de ilustrar, de mostrar una concepción crítica sobre el mundo. Los medios de comunicación se han ido transformando en negocios. Para poder competir deben estar tecnológicamente preparados, disponer de redes de información inmediata y grandes instrumentos de edición. Las empresas pequeñas no pueden competir solas, lo que significa concentrar el capital constituyéndose en grandes empresas de comunicación y edición, con fuertes inversiones de capital por parte de sus accionistas que, evidentemente, ya no pretenden la divulgación cultural o la información objetiva sino ganar dinero. Con ello la cultura se convierte a la vez en un instrumento de consumo y distracción. Para que se pueda vender y pueda ser negocio, lo que se ofrezca habrá de estar al alcance del gran público potencial consumidor, con la correspondiente tendencia de los medios de comunicación a adecuarse al nivel de los consumidores mayoritarios. Por eso algunos periódicos no informan realmente y del mismo modo podríamos decir que en general el consumo de cultura de masas no forma sino que es regresivo y como medio de distracción que es, dificulta la necesaria formación crítica y el desarrollo del juicio moral. Hoy parece más difícil orientarse quizá por la misma profusión de medios, libros y publicaciones de distinto sentido, y por el poco tiempo del que disponemos normalmente para estas cosas.

A esto añadimos la confusión que en la sociedad plural, con distintas visiones de las cosas, se produce. Una confusión en la que algunos prefieren resolver los dilemas dejándolos en manos de expertos, o sabios y no de la opinión pública. Otros prefieren conformarse argumentando que las cosas no pueden ser más que como son. Siempre hay además, quien está dispuesto a aprovechar este vacío porque a veces son preferibles los ciudadanos pasivos y desinformados.

Por todo esto parece que hoy más que nunca, si queremos alcanzar una moral posconvencional hay que estar más atentos a buscar instrumentos de autoformación de la conciencia moral, lecturas, información contrastada, análisis de la realidad, fomentar el ejercicio de ponerse en el papel del otro, buscar criterios y principios universalizables, comparar con la historia vivida y todo lo que se nos ocurra para fomentar la madurez responsable de la reflexión y razonamiento moral. Es probable que esta tarea hoy no pueda llevarse por separado. La maduración en el razonamiento se da demasiadas veces por supuesta y curiosamente parece que cuanto menos formado está la opinión más tiende ésta a ser aplastante y presentarse ante nosotros como evidente. La opinión bien formada suele ser más dialogante.

2. La madurez ética en una sociedad pluralista.

Nuestras sociedades occidentales son, se dice, pluralistas. Esta es una afirmación muy repetida en nuestros días que viene a querer decir que hay una convivencia de creencias diversas de tipo religioso y político de manera que, en el requerido respeto mutuo ninguna teoría puede caer en el dogmatismo de pretender ser la única posible explicación comprensiva del mundo. El proceso de modernización tendría como uno de los componentes fundamentales la racionalización instrumental (adecuación de los medios a los fines o consecuencias deseables) Para esto hay que prescindir de los "encantamientos" que suponen los valores morales o religiosos. La esfera de los valores últimos parece que cae dentro del terreno de lo irracional, con lo que progresivamente se ha caído en un desencantamiento religioso y como consecuencia en un "politeísmo axiológico", es decir que todas las creencias e ideologías que conviven con intención de dar un sentido último son igual de poco validas a la hora de fundamentar la moral. Es más, parece que junto con el fenómeno del pluralismo se ha unido el de la caída de, las ideologías, de manera que hoy ninguna visión del mundo parece tener suficiente entidad para generar una concepción de la historia, una estructura política, unas formas de vida social, una teoría de la persona o un código moral. Hoy nadie puede arrogarse en exclusiva el derecho de juzgar lo bueno o malo para los hombres. La conclusión evidente de este tipo de planteamientos es que el problema de los valores es un problema subjetivo en el que no cabe racionalidad y por tanto tampoco convencer a nadie de tus posiciones particulares. Son subjetivas y no pueden pretender nada más.

Parece que esto ha producido un desconcierto desde el punto de vista moral. Era más fácil cuando había un referente claro al que acomodarse asumiendo las directrices, o al que oponerse y rechazar por reacción. El pluralismo puede traer como consecuencia el escepticismo ( "es imposible juzgar...", "nunca sabemos la verdad...", "las cosas no son ni buenas ni malas... depende de las circunstancias...") el todo vale, puesto que parece que ninguna visión es mejor a las demás, el relativismo moral, pero también la pasividad ("total da igual, no me voy a aclarar", "supongo que tendrá razón", o por el contrario "si lo dice Fulano seguro que es al revés"). En cualquier caso ante la dificultad, también hay quien prefiere la añoranza de tiempos mejores e interpreta la pluralidad como algo negativo, como un retroceso.

Pero una cosa es el pluralismo moral derivado de la convivencia de personas con distintas concepciones de la vida, o como cada vez parece que va a ser más frecuente debido a los crecientes movimientos migratorios, con culturas y religiones distintas y otra un subjetivismo que no pueda resolverse racionalmente. El pluralismo no tiene por qué conducir a la disolución de la ética. Renunciar a los valores éticos sería asumir un mundo sin justicia, sin libertades con discriminaciones. Un mundo en el que no se respeta la dignidad humana, en definitiva un mundo inhumano. Por eso una de las tendencias fundamentales en nuestros tiempos, presente en autores como Rawls o Habermas, es preguntarse cómo es posible mantener una sociedad pluralista en la que han de coincidir ciudadanos que tienen distintas concepciones de la felicidad o con distintas culturas.

La respuesta es que la convivencia es posible siempre que las personas compartan unos mínimos morales, es decir si existe una disposición de razonabilidad que consistiría en el respeto a los distintos ideales de vida de otros ciudadanos con tal de que se atengan a los mínimos compartidos, es decir la disposición a alcanzar un consenso en torno a una concepción de la justicia como imparcialidad. O a un conjunto de normas que pudieran ser aceptadas por todos los implicados (universalidad) en unas condiciones ideales de diálogo, condiciones de competencia de los interlocutores, de simetría, y de ir más allá de intereses particulares, entre otras, que garantizan la racionalidad del procedimiento.

Es decir, nuestras sociedades modernas pluralistas exigen que se alcance, como madurez ética, una ética de los ciudadanos, ética civil, laica, compartible, de mínimos. Se entiende por ética civil una ética de contenidos mínimos en los que podrían converger distintas visiones del mundo más allá de concepciones religiosas o intereses particulares. La tradición histórica de la humanidad, a través de personas e instituciones ha ido aportando ciertos principios que hoy resultarían irrenunciables entendidos como unas mínimas exigencias de justicia. Estos principios se suele entender, aunque con matices, que se contienen en las distintas generaciones de Derechos Humanos, bienes básicos de los que creemos que toda persona debería disponer para poder realizarse como él crea conveniente. Se trataría de diferenciar así, según explica A.Cortina, entre unos mínimos morales de justicia que deben ser compartidos y ante los que un ciudadano adulto es intransigente (son exigencias) y por otro lado, unos máximos en forma de invitaciones a la felicidad entre los que vamos a encontrar diferencias entre distintas concepciones y ante las que un ciudadano adulto es tolerante aunque pueda estar convencido del profundo valor de su proyecto. No es lícito imponer a todos los ciudadanos una concepción de la felicidad que necesita ser descubierta y aceptada libremente.

Los principios de justicia se entiende que son objetivos o al menos que superan el terreno del subjetivismo individual o grupal en el que no cabía un acuerdo, ni discusión. Creer en el pluralismo significa poder tener un referente de justicia al que apelar que hace que toda posición no sea igualmente válida, porque no siempre cabe cualquier opinión. Por muy distintas que sean las costumbres, las formas de vida, las tradiciones y las creencias, no es posible aceptar una ética que, por ejemplo, admita la violencia como principio, discrimine a la mujer, elimine a los ancianos inútiles, tolere la esclavitud o en definitiva pongan en cuestión el valor absoluto de la dignidad humana. La obligación de justicia es universal.

El fundamento de esta moral de la justicia es el imperativo kantiano de la dignidad humana: "actúa de tal manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de los demás, siempre como un fin y nunca únicamente como un medio", que no es sino la forma secularizada del amor fraterno universal que predica el cristianismo. El mandato de fraternidad es el punto de partida de distintas ideas de justicia que se han propuesto en occidente aunque no son exclusivas del cristianismo, sino que se proponen precisamente porque se entiende que pueden ser compartibles más allá de las diferencias.

De todas maneras conviene no mezclar en este punto normas morales, y normas legales aunque evidentemente puedan tener relación. Las normas morales son aquellas que obligan internamente porque entendemos que son normas que todas las personas deberían cumplir (independientemente de que tengamos la evidencia de que no las cumplen), nos obligan a actuar para no caer en la inmoralidad por ejemplo de permitir los maltratos o el drama de los refugiados. Las normas jurídicas son promulgadas por quienes tienen la autoridad competente y obligan a los todos los ciudadanos, sientan o no la norma como suya. Las leyes se apoyan en el poder coactivo de la sanción. Pero las leyes jurídicas, aún estando correctamente elaboradas pueden ser injustas con lo que pierden su legitimidad y por eso la moral debe ser el vigilante de la ley.

Esta distinción es importante para dejar claro que la ética civil no plantea que la norma moral provenga de la mayoría o que una especie de minoría de representantes morales pueda llegar a imponer unas normas en moralidad. La moral no puede ser impuesta ni se puede hacer dejación de la autonomía moral en manos de la mayoría o de algún tipo de representantes o santones morales.

La madurez puede consistir, por tanto, en el deber moral de civilidad, la exigencia moral que tenemos los ciudadanos de buscar mediante el diálogo el acuerdo en esos mínimos morales. Un diálogo que precisa el reconocimiento básico del otro como persona, el propósito activo por conocer sus necesidades, intereses y razones, la propia disposición a razonar, el compromiso de mejorar las condiciones sociales, económicas y culturales que permitan que todos puedan participar en ese diálogo y la disposición a optar no por los propios intereses ni por los del propio grupo sino por los generalizables. Consiste, así mismo, en la responsabilidad que todos tenemos de moralizar a la sociedad, a los jóvenes y a los adultos, en vigilar y exigir el cumplimiento de estos mínimos de justicia con la permanente interpelación crítica, siendo conscientes que la sociedad civil hoy no permite, muchas veces, una influencia individual efectiva porque es difícil que tenga la necesaria repercusión, sino que debe buscarse la participación desde asociaciones y organizaciones civiles que sepan ganarse el prestigio de la colectividad.

Pese a lo interesarte que resulta la propuesta de la ética civil es necesario ser conscientes de que tiene dificultades serias y críticas muy fundamentadas desde diversas perspectivas. Ni siquiera es fácil que los distintos autores que las defienden se pongan de acuerdo sobre cuáles son los mínimos, y evidentemente aún así las normas morales requieren siempre una interpretación en la realidad, que muchas veces tampoco es fácil si renunciamos a una tradición común. Quiero decir que los mismos valores mínimos pueden entrar y de hecho entran en colisión permanentemente. Además, para un cristiano resulta fácil aceptar el principio de una ética civil en el reconocimiento de la dignidad humana, pero de hecho no todo el mundo acepta que pueda fundamentarse este principio puesto que se han señalado dificultades en la fundamentación racional, no es sencillo que realmente se pueda fundamentar esta dignidad humana sin hacer referencia a la fuente de esa dignidad que es Dios.

De todas formas, y aceptando el evidente valor que tiene la ética civil, debemos tener presente que ninguna formulación ética agota la propuesta moral del cristianismo, es decir del mismo modo que los Derechos Humanos se van descubriendo a lo largo de la historia a medida que las circunstancias van constatando su necesidad, esto ocurre porque estos Derechos van siendo exigidos como mínimos más allá de los mínimos ya consensuados. Esta exigencia sólo es posible desde una visión del hombre más amplia que sea capaz de iluminar y proponer nuevos valores mínimos. De lo contrario cualquier propuesta ética terminaría muriendo de autocomplacencia. La fe nos proporciona un proyecto de persona más pleno, Cristo es el hombre, el modelo de humanidad que nos sirve de referente y meta. Este modelo no se agota en unos mínimos que permitan la convivencia sino que invitan a la plenitud. La función del cristianismo sigue siendo por tanto la de descubrir estas nuevas propuestas leyendo su necesidad en la historia y contagiarlas luego, haciéndolas razonables, para nosotros y para los demás, y por tanto compartibles.

Aun así los problemas de la ética civil tal como explica J.J. Garrido son más profundos, y pienso que enlazan claramente con el centro de nuestro problema. Dice así:

"Y así, las dificultades de la ética civil no son otra cosa que los indicios de un espacio cultural sin vitalidad ni energía, sin fuerza para suscitar proyectos válidos de existencia personal y social y, en consecuencia, sin capacidad para fundarlos y hacerlos inteligibles. La crisis de nuestra época es total, en el sentido en que afecta tanto a la razón como a la tradición: hoy no se quieren certezas racionales ni convicciones firmes procedentes de la autoridad de la tradición, precisamente porque tanto las certezas como las convicciones implican compromisos, y los compromisos son una limitación para el individualismo puro, desustancializado y narcisista que encaja tan bien en la sociedad de consumo. Molesta el hombre resistente porque no le da todo igual; se aplaude al hombre indiferente porque es más fácil de programar. Se dice que la búsqueda de certeza es señal de clara inseguridad, inmadurez, de neurosis; se oculta la verdad de que sin certezas el hombre no puede vivir su vida, ni arriesgarla por nada ¿puede acaso alguien jugarse la vida por algo que no tenga para el la certeza de un valor absoluto? En el campo de los valores y de la ética valen los espíritus abiertos, capaces de cuestionarse y de ser críticos; pero no vale la incertidumbre: está en juego el quehacer ineludible de la vida."'

3. Ética como responsabilidad.

Pienso, que se trataría justo de lo contrario de lo que opinan algunos autores contemporáneos, como Rorty, para quien tomar las cosas en serio parece estar reñido con ser tolerante. Si tomas las cosas en serio es porque tienes convicciones y ya se sabe que quien tiene convicciones corre el peligro de aferrarse a ellas y acaba siendo un dogmático, un peligro social. Por eso termina diciendo que es un deber moral, necesario para mantener la democracia, no tomarse las cosas en serio, es un deber moral tomarlas con frivolidad, quedarse siempre en la superficie para no entrar, así, en disputas que terminan siendo de mal gusto. El compromiso con la liberación de los oprimidos, la transformación de la sociedad, la emancipación son cosas de otros tiempos, los "progres" de antaño ponen en peligro la estabilidad social y el necesario consenso. Tener ideales exaltados termina siendo poco elegante.

Pero si los valores no se defienden desde convicciones fuertes entonces ningún esfuerzo va a merecer la pena. Las convicciones son necesarias para llevar a cabo proyectos. Nuestro proyecto toma sentido y fuerza cuando se vincula a un proyecto más amplio, un proyecto que nos trasciende y al que nos vinculamos libremente. Por eso frente a la ética de la frivolidad habría que plantear una ética, al estilo de Zubiri, que consistiera en responder adecuadamente a la realidad. Esto quiere decir descubrir la realidad para responder de la realidad y para hacerse cargo de ella, cargar con ella. Urge hacerse responsable de la realidad, del medio que nos rodea.

Desde una concepción cristiana aún se puede ir un poco más allá, hacerse cargo dela realidad no es sólo responder de tu propia realidad entendida como cosas o sucesos sino hacerse cargo de la realidad que son los demás, un alguien. Mi responsabilidad no la puedo coger o dejar porque no la elijo yo, no es una selección entre una acción u otra, sino que normalmente me viene dada en la medida que me es próxima, pero no una proximidad espacial, sino que me es próximo en tanto que se me ha encomendado. Son los otros "yos" que forman parte de mi circunstancia, los que me reclaman.

De esta manera, la ética del ciudadano podría también entenderse, como lo que podríamos llamar una ética de la responsabilidad (sin que me esté refiriendo necesariamente a la propuesta que con este nombre formuló Weber). Los ciudadanos deben sentirse responsables de los problemas comunes de la sociedad y actuar en consecuencia.

Escribe al respecto Marciano Vidal sobre la ética civil : "Surge así un Ideal de Justicia anterior a la justicia legal; es la Justicia "radical", que sale al amplio campo de la vida -como el Quijote- a deshacer "entuertos" que son tolerados, propiciados o no solucionados por la justicia institucionalizada -La Santa Hermandad-. El paradigma de la ética civil hereda esta "pasión ética" y no acepta que "todo valga lo mismo" (libertad o represión; tortura o integridad; vida o muerte). Frente a la irrelevancia, frente al cinismo, frente al pasotismo, frente a la indiferencia, frente a la impasibilidad moral, la ética civil propone el "pathos de la ética" o la "ética apasionada" por el clamor de la injusticia".

No hay autonomía sin responsabilidad. Para que una sociedad de personas autónomas funcione han de ser además responsables del orden y del progreso de la misma sociedad. Los individuos no deben caer en la pasividad y hacer dejación de sus funciones abandonándolas en manos del gobierno, o de otras instancias. Problemas como la degradación de la naturaleza, la desigualdad de oportunidades, el menosprecio a los inmigrantes, el rechazo a los ancianos, o el hambre en el tercer mundo es problema de los ciudadanos y no pueden ser resueltos sin su participación e interpelación. No basta la acción política para transformar la sociedad, aunque ésta sea precisa. Es necesario que los individuos generen actitudes favorables y sensibles hacia los problemas que debemos a aprender a entender que son de todos. Ser responsable quiere decir que el ciudadano sea sensible a problemas que no son meramente personales o privados, que asuma como propios los problemas de la colectividad.

4. La plenitud moral como vocación.

Creo, que antes de terminar, el tema quedaría incompleto si no intentamos volver al comienzo, a la primera sesión y por eso es necesario que entendamos la plenitud ética como plenitud personal desde la misma concepción de hombre. Decía Ortega que la vida es quehacer. La vida no nos es dada hecha sino que cada uno tiene que hacérsela individualmente, decidiendo en cada instante lo que vamos a ser y aún no somos, nuestro futuro. Por eso el hombre no es de manera cerrada lo que ya ha hecho sino de forma mucho más sustancial, lo que puede ser (esperanza). El hombre en cada instante se proyecta en el futuro. De ahí la tremenda e ineludible tarea de tener la responsabilidad de elegir nuestro propio ser, desde nuestro pasado y con fidelidad a nuestra realidad. La vida es pues, proyecto de vida, (recuerdo que se nos insistía en esto en aquellos extraños papeles de mi comienzo en la JEC) decidir lo que vamos a ser, y si no lo decidimos activa y valientemente perdemos la oportunidad, como si la vida se nos escapara de las manos.

A ese proyecto que somos hay que darle contenido, debemos hacer nuestra propia vida conforme a nuestra vocación, una vocación que hay que aprender a descubrir desde la fidelidad a nosotros mismos, a nuestra tarea en el mundo, a nuestra circunstancia. Entre todas las posibilidades hay que hacer aquello que tenemos que hacer, aunque claro está, podríamos no hacerlo. Quizá sea esto lo que antes hemos llamado responsabilizarse de la nuestra realidad.

Por eso la vida es constante progreso, perfeccionamiento, desarrollo y no capricho. Tener proyecto. Ésto es, entender la vida como autoexigencia, permanente tensión. Como querer y buscar siempre nuevos retos, nuevas responsabilidades, nuevas tareas, nuevas aventuras, pero no tanto por la conveniencia utilitaria del resultado, sino por el goce del esfuerzo.

Por eso, ahora podemos recordar un texto de Ortega, muchas veces citado, que nos recuerda algo muy relacionado con la madurez moral.

"... la moral no es una performance (cualidad especial) suplementaria y lujosa que el hombre añade a su ser para obtener un premio, sino que es el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia. Un hombre desmoralizado es un hombre que no está en posesión de sí mismo, que está fuera de su radical autenticidad, y por ello no vive su vida y por ello no crea ni fecunda ni hinche su destino".

Permitirme que intente traducir este texto y sacar de él algunas conclusiones. Estar desmoralizado significa no encontrarse con fuerzas para hacer frente a la vida humanamente. Tener fuerzas es no poner excusas, ni echar balones fuera de nuestras responsabilidades, tener fuerza de ánimo para infundir esperanza porque tú mismo tienes esperanza. No estar en posesión de sí mismo es no tener dominio personal, dejarse llevar por las opiniones y circunstancias. Estar fuera de tu radical autenticidad es no asumir tu realidad: tus hijos, tu trabajo, tus capacidades,... querer vivir una vida que no es la tuya.

Para muchos resulta imposible de entender un hombre o mujer que rebosa vitalidad. Un hombre o mujer que no sólo se mueve por lo necesario o porque no tienes más remedio, por inercia. Es difícil de entender un hombre o mujer que se mete en problemas que ni le van ni le vienen para intentar hacer reales unos ideales.

Por esto no significa necesariamente tener que realizar algún tipo de actividad excepcional, sino enfrentarse con la humilde cotidianeidad para darle un sentido al que libremente te vinculas y que te autoexige. Pero ese horizonte de sentido no nace de ti como si fueras un ser absoluto.

La madurez, la plenitud debe, pues, consistir en encontrar un horizonte desde el que dar sentido y a cuyo servicio te pones incondicionalmente, se encuentra sabor a la vida cuando se la hace servir a un proyecto trascendente, a una instancia superior de apelación. Para nosotros esto es más fácil porque el cristianismo nos presenta ese horizonte precisamente en la gratuidad del amor.

Bibliografía legible recomendada.

J.J. Garrido, Ética cristiana y ética civil, Ediciones para privilegiados, 1994; A. Cortina, Ética de la sociedad civil, Anaya, 1994; A. Domingo, Responsabilidad bajo palabra, Edim, 1995.

Sumario