1. Concepto y estructura de las crisis[1].
Una crisis es siempre la sensación o el presentimiento de que algo está cambiando irremediablemente, (no tengo claro si el presentimiento anticipa la crisis o si de hecho la prepara o la predispone). Porque la crisis consiste precisamente en el tránsito que consiste en vivir de unas creencias, de un mundo de convicciones a otras. Pero eso significa dos movimientos complejos: primero, dejar de lado una interpretación del universo para; segundo, habituarse a otra perspectiva. En consecuencia, lo característico de la crisis es precisamente la confusión, el no saber exactamente a qué atenerse, qué ocurre en el mundo.
El hombre vive siempre en un mundo de convicciones de las que la mayor parte son compartidas con otros hombres de su época, o mejor que compartidas, en muchos casos les vienen impuestas, quieran o no, forman parte de su circunstancia. Ese conjunto de convicciones constituye la interpretación que el hombre de una época da a su vida, la serie de soluciones más o menos satisfactorias que inventa para resolver las necesidades tanto materiales como espirituales. El hombre se encuentra con un conjunto de ideas vigentes, las ideas de su tiempo, su cultura. Es decir, en toda sociedad hay un conjunto de criterios a los que apelar, un acuerdo implícito sobre una autoridad a la que acudir, sea esta Dios, o la Razón, o la Ciencia, desde la que surgen una serie principios que son tomamos como absolutos porque se sobreentiende que no dependen de la voluntad de los hombres, no son alterables a capricho. Pero ese mundo vigente cambia con cada generación, es lo normal: son cambios menores en el mundo. Pero ésta es una situación muy diferente a cuando decimos que el mundo ha cambiado. En esta ocasión, se plantean problemas que no tienen solución desde los esquemas anteriores y como consecuencia se ponen en cuestión las bases fundamentales de la concordia social. En este segundo caso el hombre se queda sin convicciones, solo es consciente de que las ideas y normas tradicionales son falsas, ya no sirven, pero no se tienen todavía nuevas creencias, nuevos modelos de vida. Lo que antes servía, ahora se convierte en obstáculo.
Éste es un mecanismo normal de la historia. De algún modo, la cultura nos permite resolver todo un conjunto de problemas sin necesidad de planteárnoslos cada vez, precisamente porque la solución “ya está ahí”, no hay que crearla, y gracias a eso ese esfuerzo se puede dedicar a otra cosa. Pero la consecuencia evidente de tener parte de la vida resuelta es que aquel que recibe la receta no tiene que hacerse cuestión de las cosas, hereda un sistema cultural y se ha acostumbrado generación tras generación a no tener que enfrentarse con los problemas radicales, el sentido de la vida (sobre todo hoy que los metarrelatos dejan de tener vigencia), el sentido del sufrimiento, en qué consiste y cómo conseguir la justicia, no sentir la necesidad de buscar una respuesta personal. Pero entonces, toda cultura al triunfar se convierte en poco tiempo en tópico. La cultura, que es un producto de la creatividad ante un problema, acaba por ser falsificación de la vida y termina imponiéndose ahogando al hombre.
La reacción característica entonces es la negación, la necesidad de romper con lo anterior aunque sea sin tener claro contra qué, o al menos sin alternativa clara: nuestra moderna indignación es quizá la reacción más primaria, expresión última de la libertad: decir NO; “por ahí no”, “basta ya”. Es una fuerza contenida durante un tiempo que estalla pero que por sí misma es incapaz de tomar una dirección determinada. Esa misma negación se expresa con una gran diversidad de sentimientos:
- la angustia de sentirse perdido ante un futuro incierto (el joven o el parado mayor sin expectativas, sin futuro, que se siente a la deriva, sin reglas para seguir adelante y sin un relato vital en el que poder encontrar sentido ( “en mi trabajo era alguien”)
- la escéptica frialdad que se distancia y ya no cree en nada ni nadie (descrédito general de las instituciones: la Iglesia, la justicia, la educación, y muy especialmente por ejemplo en política), Profundizaremos luego al hablar del Cinismo.
- o la desesperación que conduce a hacer cosas de aspecto heroico aunque a veces de utilidad y dirección incierta (plantes, sentadas, revoluciones, …).
- o bien sentir rabia, la furia impotente (el renegar continuo de todo que paraliza).
- o simplemente la necesidad de venganza por el vacío de la vida que empuja a gozar cínicamente de todo: el lujo, el poder, individualismo (el que venga detrás que arree)…
Pero entonces, en ese ambiente de negación, vuelven siempre a surgir nuevas convicciones que llenan el hueco vacío que han dejado las otras. Lo importante para salir de la crisis es que las alternativas se vean posibles, es decir: no den soluciones parciales solo válidas para un grupo (los intelectuales, los religiosos, los esforzados, los ricos o los europeos) y no sean (o no suenen) utópicas (por ejemplo enfocar en nuestros días la crisis económica como la necesidad de encontrar una alternativa al capitalismo y al comunismo).
Claro que necesitan su tiempo y es complicado. Toda creación nace del ensimismamiento, es decir, de parar, distanciarse, encontrar cierta perspectiva para volver a tomar contacto consigo mismo. Por eso, una época de exceso de sobresalto como es la nuestra, como los son todas las crisis, de muchas alteraciones (vivir en otro, fuera de sí), es propicia para el hombre de acción, y tan pronto como aparece éste sobreviene la barbarización. Es decir, actuar sin pensar.
En tiempos de crisis el retiro para volver a sí mismo es un problema pero parece la única solución. Es un problema porque el hombre medio actual recibe tanta información que ya no tiene claro qué es lo que piensa, lo cree de las cosas. Se ha habituado a pensar desde consignas, actitudes fáciles y tópicas porque al fin, necesita llenarse de alguna convicción y siempre tiende a hacerlo con más facilidad de opiniones radicales, aunque en el fondo no crea en ellas.
