2. Reacciones ante la desesperación.
La reacción ante la desesperación que le produce al hombre la negación de su vida conduce, como mecanismo de defensa, a la simplificación. Entendemos por tal, la huida a un rincón de la vida, a tomar un aspecto por el todo, es decir al extremismo que consiste precisamente en fijar la atención en un extremo. El hombre niega toda su vida menos un punto, se pretende entonces que solo eso sea lo importante y aunque es evidentemente una falsificación, así se simplifica la vida. El hombre perdido en la complicación aspira a salvarse en la sencillez.
Pensemos en ejemplos de salidas ante la desesperación:
- La nostalgia de la vida primitiva o soñar con volver a épocas pasadas suponiendo que eran más sencillas porque eran anteriores a todos estos problemas que nos acucian; pero también buscar la pureza de las convicciones originales, o utilizar recetas de otros tiempos: “antes se hacían las cosas de otra manera”.
- El extremismo que consiste en convertir un problema real pero parcial en el todo, exagerar su importancia como si de ello dependiera la salvación. (la ecología, la economía). (Es posible que un fenómeno parecido pudiéramos encontrarlo en las crisis personales?
- O el impulso de exclusión del diferente como simplificación de los problemas sociales (racismo, xenofobia).
- Prescindir de normas o costumbres para simplificar la vida. Algunas son normas sin importancia, pero otras veces, supone un salto al vacío: normas de educación o cortesía, costumbres sociales siempre incómodas pero aglutinantes.
Todos ellos coinciden en radicalizar sus discursos: contra los ricos o los bancos, los poderosos de los mercados y las multinacionales, la cultura constituida, las complicaciones, el Estado. Cuanto más absurdo y más extremo sea el extremismo, más probabilidades tiene de tener éxito y resonancia pública momentáneamente. Pero hay que llamar la atención de un aspecto fundamental: es esencial al extremismo la renuncia a la razón. Ser razonable es precisamente renunciar al extremismo. Pero es por esta misma razón por la que una gran masa de hombres se sienten especialmente bien con el extremismo. Les va bien la discusión y el enfrentamiento dialéctico exacerbado. (¿puede este ser rasgo reconocible en nuestro tiempo?)
Ferrrater Mora[2] describe algunas otras actitudes que surgieron ante la desesperación en tiempos de la crisis del final del mundo antiguo que quizá puedan también ilustrar las actitudes de nuestros días. De todas formas, las distintas formas de reacción ante la crisis solo pueden tomarse esquemáticamente puesto que en cada momento histórico estas actitudes generales se expresan de forma diferente. Podemos destacar la siguientes:
- Exagerando la postura anterior, la actitud del cínico. Consiste en renunciar a la acción y a todo aquello que los demás hombres consideran el centro de su vida, salirse del sistema para mantenerse en pie. Si de la sociedad sólo quedan convenciones muertas, falsificaciones y máscaras, la actitud cínica es el desprecio a las convenciones, la desconfianza escéptica (incluyendo a las instituciones diríamos en nuestros días). No seamos hipócritas, podría decir, actuad como sentís. Pero conviene advertir que la actitud cínica no es neutra, es más bien peligrosa porque para el cínico, llevado a sus últimas consecuencias, nada le ata a nadie, ya no hay normas, entonces, vale todo.
Aunque quizá, de este modo la contradicción se extrema más porque el que quiere romper con todo y permanecer al margen, en el fondo, está dentro, como los demás pero con una postura altiva, en su soledad. El cínico cree que se basta a sí mismo y un día descubre que esa respuesta no es posible.
- Otra actitud desesperada el la estoica. El estoicismo entendido como un retroceso a sí mismo, emprender la vida como regeneración de la persona, la fuente del bien y de la felicidad en el “sí mismo”. El estoico parte de que la vida produce inquietud y desazón, y entonces hay que retroceder y contemplar la vida con tranquilidad y resignación, libre en el interior, sin que nada le afecte. Es la libertad de la resistencia que evita sulfurarse, que controla sus emociones porque nada de lo que pasa está en el fondo en sus manos, solo cabe adaptarse, la vida es así y no se puede cambiar: imperturbable, impasible, como si no fuera éste su reino, “al Cesar, lo que es del Cesar”. A diferencia con el cínico, el estoico puede que asuma responsabilidades pero con una actitud como si no fueran con él. El problema es que ese distanciamiento es fácil que se convierta en indiferencia; para que las cosas o las personas no me afecten, lo mejor es distanciarse emocionalmente de ellas: sin ira, sin odio, pero también sin piedad y sin pasión. Como consecuencia el estoico no se pone delante de los acontecimientos, los observa distante. “No busques que lo que sucede suceda como deseas; sino desea que todo suceda como sucede” (Epicteto) Es una manera de resignarse ante la evidencia de lo insignificante que resulta el propio yo frente al universo. La solución que ante esta ansiedad tiene el estoico consiste en pensar que en su interior está todo lo que necesita.
Pero ante este retirarse, nos podemos preguntar, ¿es ascetismo o es, más bien, orgullo?
- Otra actitud de desesperación es la que protagoniza el idealista. Consiste en la huida, la negación del mundo desde la retirada a través del conocimiento, que termina en la pasividad contemplativa. Frente a la realidad contradictoria que oprime, el idealista propone una forma de existencia que desprecia este mundo porque cree que hay otra realidad teórica, quizá fría pero siempre fiel, leal. En el fondo hay una actitud que confía en que al comprender las cosas desde su absoluta realidad teórica, ésta se transforma, se convierte. De algún modo, supone entender los males del mundo como aspectos necesarios de la razón universal que al comprenderla se desvela como un mundo lógico. La pobreza o la desigualdad serían entonces componentes en el orden lógico universal. Nuestros propios males son errores de comprensión. Si, a veces, no lo vemos así es porque nos empeñamos en la acción y no en la comprensión sabia. Como predica el dicho popular: de los males surgen, inesperadamente, los bienes; o lo que es lo mismo: los males no existen, son solo una deformación, una perturbación momentánea del orden ideal. Es, en definitiva, la actitud de huida de quien observa este mundo como si en realidad se estuviera en el otro, y al mirarlo con perspectiva se comprendiera.
- La actitud fanática religiosa. La comunidad encerrada en sí misma, con una responsabilidad revelada por el mismo Dios que consiste en la llamada a salvar al mundo, dar testimonio en medio del mundo o si es preciso contra las potencias del mundo. Para ello en primer lugar es necesario conservar la pureza de la doctrina frente a toda contaminación mediante el fanático cumplimiento de la ley.
- La actitud del poderoso, ya se trate de un poder grande o pequeño. Lo característico sería tomar el poder como reacción. Ya sabemos que con frecuencia el poder se convierte en algo de lo que aprovecharse: no importa para eso ser la cabeza del imperio o último de los funcionarios. Sin embargo, todavía hay una característica más importante en tiempos de crisis: nadie domina el poder, no se sabe en qué dirección va, quien maneja los hilos. El poder se diluye, se despersonifica. Por eso el “poderoso” no tiene propiamente el poder. Las decisiones entonces son siempre tomadas como reacción, todo parece inevitable, carece de sentido, de dirección. El poder como reacción es el que no sabe de principios, se desentiende de ideales, de programas. No es que sea un bárbaro que no usa de la inteligencia, pero lo hace solo de manera funcional. No es una inteligencia que busca principios o crea proyectos, sino que ejecuta decisiones. Por eso el “poderoso” termina siendo en realidad impotente, aunque está claro que en tiempos de crisis siempre se sobrelleva mejor arriba que abajo. En ciertas épocas la sociedad tiene un problema que es subsistir, de manera que en esos momentos no es posible crear.
