3. La crisis contemporánea.
Desde una perspectiva histórica nuestro tiempo “contemporáneo” podríamos tomarlo como una de las fases de la Modernidad cuyos límites son tremendamente indeterminados. Pero está claro que al menos desde comienzos del siglo XX se pueden encontrar ya reflexiones encaminadas a considerar la Modernidad como una etapa acabada, pero que no termina nunca de superarse. Reflexiones en este sentido, aunque con las diferencias evidentes por tratarse de otras generaciones se dan en Ortega, Heidegger, o más cerca de nosotros en Habermas en Crisis de legitimación del capitalismo tardío; o con Daniel Bell Contradicciones culturales del capitalismo.
La Modernidad misma puede entenderse entonces como una fase de inestabilidad o mejor, una sucesión continuada de crisis, como si al dar solución a una crisis momentánea gracias a la gran capacidad de flexibilidad y adaptación, esa misma solución estuviera ya dando comienzo a la siguiente crisis: una época esencialmente inestable e insegura. Pero a la vez férrea, impasible a las adversidades, parece ir fagocitándolo todo para sobrevivir.
No es posible ni es el objetivo ahora, tratar la complejidad de la transformación de nuestros días. Pero a modo de apuntes podemos intentar centrarnos en algún aspecto especialmente significativos: primero el sentido de la irracionalidad, en segundo lugar, el desarrollo técnico, económico y social vinculado al nuevo capitalismo; y en tercer lugar la expansión geográfica del occidente globalizado.
- Razón – irracionalidad. La Modernidad nace como el triunfo del paradigma del sujeto. La razón se convierte en la instancia suprema ante la cual desaparecen todas las dudas. Se confía en que la razón individual, cuando es rectamente conducida y no se deja llevar por desvaríos, es capaz de alcanzar la razón del mundo que coincide con la razón divina. La razón debe ser nuestro criterio último de juicio y nuestra guía. Se creía que la razón era capaz de encontrar verdades firmes, que no dependiesen del subjetivismo individual y que pudiesen ser aceptadas por todos. Lo racional se identifica, entonces, con un conjunto de contenidos, de principios.
Pero al transcurrir el tiempo, con la Ilustración cambió sutilmente el significado de “razón” y se convirtió más en una fuerza. La razón ahora busca ante todo la independencia, quiere liberarse de la autoridad, de lo trascendente. Pero aunque en su mismo proyecto había una tendencia a buscar el universalismo, la consecuencia tardía fue una deformación del proyecto que consistió en poner la razón individual como criterio absoluto y reivindicar que ya no es necesario buscar la razón universal. El criterio personal basta: no tengo porqué dar cuenta de mis actos, no hay porqué aceptar una norma o deber moral. Se separaba así la libertad como autonomía: sometimiento a un orden; de la libertad como independencia: cualquier norma o criterio es contrario a la libertad[3].
Por eso la primera característica de la crisis en la que nos encontraos es precisamente que la instancia última de apelación que es la razón deja de ser la instancia última. Si tener una idea hasta ahora ha consistido en creer que se tienen razones para defenderla apelando a una instancia última, la nueva situación puede que consista precisamente en prescindir de las razones. El derecho a ser irracional. El derecho a afirmarse a sí mismo tal cual, dar por bueno sus propios criterios e ideas, cerrándose a cualquier instancia exterior. No es necesario contar con los demás. No solo tengo derecho a ser diferente (irracional), conviene además una subvención para las minorías siempre marginadas.
- La técnica. Constituye una de las grandes transformaciones de la sociedad contemporánea, no solo por sí misma, sino por las consecuencias en el modelo económico y sus inmediatas influencias sobre el mismo concepto de hombre y su relación con la naturaleza.
El desarrollo científico y técnico ha producido sueños y esperanzas paralelas a llamadas de atención sobre el peligro de una ciencia sin cautela. ¡Cuidado con el hombre cuando desconoce (o ignora conscientemente) su límite! (recordemos una de las primeras manifestaciones en la novela Frankenstein o el nuevo Prometeo de 1818[4]
Pero el mayor problema no es ese, o no sólo ese, sino la intromisión de una estructura de pensamiento técnico a todos los ámbitos de la vida, que termina con la cosificación de la existencia. Que puede significar aspectos tan diversos como: tomar todos los problemas como técnicamente solucionables, donde no importa el fin, sólo el medio; tomar todas las cosas como instrumentos técnicos para algo, es decir, el valor de las cosas o las personas en función de la utilidad; tomar la realidad virtual por la realidad y la información de los medios como la única verdad; tomar la comunicación mediada por las nuevas tecnologías como la única forma de relación interpersonal.
Sin embargo aunque todas estas consideraciones son ciertas sería absurdo conducir la crítica al modelo que renuncia a la comunicación, al transporte o las comodidades de la vida. No se trata de retroceder a la vida “natural”. La técnica es un instrumento de liberación. Pero es importante sacar a la luz que la ciencia no es neutra, que tiene ideología y que hay que controlar al servicio de qué intereses está.
Sin embargo el problema más acuciante no es tanto la técnica como un derivado: la tecnocracia. Se entiende por tecnocracia la tendencia a solucionar los problemas referidos a la organización humana sólo con técnicas, es decir solo desde una perspectiva económica. En este sentido la planificación de la economía y de la sociedad ha supuesto siempre uno de los temores más importantes porque junto con la necesidad organizativa de planificación para aumentar la eficiencia se cierne el temor a poner en peligro la creatividad, la libertad y la riqueza de la diferencia de personas o colectivos.
En este sentido, la llamada cultura del nuevo capitalismo puede ser una manifestación evidente de este problema[5], el resultado de un nuevo modo de entender la organización social. La nueva economía ha supuesto que desaparezca un marco de producción a largo plazo característico de otras formas de capitalismo, para pasar a un modelo en el que los inversores buscan beneficios a corto plazo. Pero entonces la estabilidad de la empresa, que antes era tomada como una fortaleza, ahora es una señal de debilidad porque se parece demasiado a inmovilismo. Si la empresa debe cambiar con velocidad para adecuar su estrategia de producción, el trabajo y las condiciones de vida también cambian. La consecuencia es la permanente sensación de inestabilidad, la imposibilidad de diseñar una carrera profesional a largo plazo, la permanente imprevisibilidad del futuro. Ahora la capacitación del trabajador requiere un nuevo sujeto en continua adaptación profesional, que debe estar constantemente adquiriendo nuevas habilidades. La experiencia ya no es un valor , es una traba. Organizaciones flexibles, puestos de trabajo ambiguos, cambiantes según las necesidades de producción, inestables, la línea de separación entre el compañero de trabajo y el competidor se vuelve difusa porque todo trabajador es prescindible, la historia personal no tiene importancia. Desaparece o se diluye la relación personal del jefe con el trabajador, la unidad central manda pero no tiene porqué dar cuentas ni explicaciones. El jefe cambia con suficiente velocidad como para que el que llega no conozca nada de lo anterior, no muestra compromiso con la organización, nadie puede servir como testigo de los problemas o de la historia personal de quienes están a sus órdenes.
La consecuencia es que se pierde la lealtad institucional: la lealtad es una relación de participación, por eso se pierde la lealtad del empleado, la lealtad del cliente, pero también la lealtad del ciudadano. La consecuencia es sustituir las relaciones entre personas por “transacciones”. Se pierde, en segundo lugar, la confianza, entendida por un lado como la seguridad de respuesta a los compromisos contraídos, ni, los firmados ni mucho menos los pactos verbales; y por otro, el saber con quien se puede contar cuando las cosas van mal. Y por último, se produce el debilitamiento del conocimiento institucional es decir, la historia compartida, las complicidades y la cultura de un grupo (A veces sabe más de la institución la señora de la limpieza o las secretarias que quienes toman las decisiones).
Quizá la única conclusión posible es que se olvida que la técnica debe estar al servicio del hombre, que la técnica puede determinar medios pero solo si están al servicio de fines humaizantes.
- La globalización. Es la tercera característica de nuestra época fruto de un largo proceso de expansión e incorporación que comienza con el colonialismo del s. XIX. Y que no ha dejado de plantear problemas de servilismo de unos países sobre otros, de incorporación o sometimiento cultural y de alejamiento de las decisiones políticas de los ciudadanos, que muchas veces se sienten meros espectadores pasivos en sus propios países. Con el paso de los años la interdependencia de todos los países y la tendencia a la unificación ha llegado al extremo como resultado del capitalismo planetario de nuevas tecnologías de la información y de cambios sociopolíticos que han conducido a una nueva cultura compartida en la sociedad mundial. Una hipercultura transnacional o como la llama Lipovetsky una cultura-mundo[6]: la economía se vuelve cultura y trasciende todo límite: marcas, turismo, moda, hábitat, publicidad. La combinación del mercado, el consumismo, la tecnociencia, la individuación y las industrias culturales y de la comunicación contribuyen a difundir en todo el mundo una cultura común, objetivos y modos de consumo similares, normas esquemas de pensamiento y de conducta que no tienen fronteras.
El debate sobre la globalización se había sostenido sobre dos grandes tesis contrapuestas. Una la representa el fin de la historia de Fukuyama[7](1989), la otra hablaba del “choque de civilizaciones” de S. Huntington[8](1993).
Del lado del fin de la historia tenemos la constatación del triunfo innegable de Occidente, es decir, del capitalismo, de la democracia y los derechos humanos que se consideran el horizonte innegable de nuestro tiempo. A partir de ahí la historia debe leerse como la convergencia más o menos rápida y accidentada a la globalización al estilo occidental y con ello más unidad, más paz, los residuos de conflicto están condenados a desaparecer con el tiempo.
Del otro el lado se pronostican nuevos conflictos bajo la aparente homogeneidad. Por detrás del triunfo de a unidad vemos aparecer el renacimiento de entidades históricas que quieren reconstruir su identidad y para ello luchan sin cuartel.
En la sociedad globalizada, la cultura se impone como un universo económico junto con el hedonismo de masas. La nueva cultura ya no es local ni intelectual, sino que se despliega en la universalidad del cambio perpetuo, una superoferta que cambia cada vez más aprisa. La cultura era lo que ordenaba la vida con claridad, orden que daba seguridad identitaria. La cultura mundo funciona al revés todo lo desorganiza lo desestabiliza, hace estallar todos los sistemas de referencia, ya no hay un nosotros de identidad, trastoca las formas de vida.
Sin embargo para los críticos, el efecto del sentimiento planetario a fuerza de tolerarlo todo ya no se cuestiona ni se pregunta nada, es la total indiferencia, la pérdida de los espacios de mediación, del diálogo, la incapacidad política la degradación moral y un retroceso de la civilización y de las costumbres.
La cultura mundo debe enfrentarse a los siguientes retos[9]:
- El problema del acceso a los bienes materiales y la escalada del precio de los alimentos básicos por la especulación. Tendrá que ser cultura de la escasez, del ahorro, de la moderación.
- La cultura del individualismo, es decir, de la libertad extrema en la apropiación privada de los bienes comunes choca con la evidencia de un mundo finito. La cultura-mundo dirige deseos infinitos para un mundo finito, es imposible que todos dispongan de medios para satisfacer sus deseos.
- Un mundo en el que Occidente pierde irremediablemente la iniciativa: los países emergentes.
- La descomposición y recomposición de lo común. Las sociedades en crisis se mantienen porque más allá de la aparente racionalidad calculadora, muchos son capaces de pensar en el bien común, la honradez en el intercambio, el amor al trabajo bien hecho, en la confianza…
Una cultura global es una cultura sin referentes identitarios, que no apela a la conciencia de uno mismo, más allá de las facilidades y los conformismos y que no expresa al mismo tiempo lo trágico de la vida y la magia siempre renovada de los proyectos humanos. Por eso, para esta postura, cultura y mundo se oponen como conceptos contradictorios, Cultura designa el nombre de lo particular, lo único; mientras cultura-mundo designa lo uniforme, la confusión, un instrumento que en pocos años se ha convertido en uno de los instrumentos más eficaces para la privación de la conciencia de uno mismo, de la identidad religiosa, las formas históricas e ideológica de autoestima.
Para nosotros la conclusión, aunque parcial siempre, es que la integración debe tener en cuenta tres consideraciones: primero, que la tendencia a una unificación mundial no impida la subsistencia de una gran variedad de modos humanos; segundo, que la organización no debería ser una cuestión mecánica sobrevenida por la imposición de los mercados, sino política en el mejor de los sentidos, es decir, negociada, respetuosa; y tercero, que lo importante de cualquier organización es estar al servicio de los individuos.
