Este pasado fin de semana se celebro la anual Jornada de Estudio del Movimiento de Profesionales Cristianos. De Valencia acudieron Julia, Patrici, Carmen, Lluis, María y Ángel.
A continuación podéis leer una crónica de María y la intervención de Julia. Las fotografías las hizo Luis.
ENCUENTRO DE PROFESIONALES CRISTIANOS EN MADRID
María Iborra
Salimos de Valencia cuando todavía no clareaba y tras tres horas y media y gracias al tomtom de Luis, llegamos, a pesar de la niebla, puntuales a Madrid. Recién iniciada la oración que todavía compartimos juntos. Patrici y Julia habían llegado el día anterior y ya se habían integrado con unas 60 personas de distintas zonas y profesiones.
La mañana la llenó Rafael Diaz Salazar, especialista en sociología de las religiones, claro, directo y vehemente. Imposible dormirse o aburrirse. Resultó un final perfecto para nuestro seminario. Tras una revisión clara y concisa del laicismo, de sus rasgos centrales y sus tipos, presentó con una visión clara y crítica lo que debía hacerse desde la Iglesia y los movimientos de Iglesia. Fue intenso y provocador, y aunque cerramos a las 14 horas, porque había que comer, fue un brote de aire renovado que espero que nos sirva de acompañamiento durante algunos meses. Aunque no hubiera habido nada más –pero sí que hubo mucho más-, solo por el trabajo de la mañana valía la pena el viaje y el encuentro.
Planteó un conjunto de ejes centrales para renovar la Iglesia y hacer frente a las nuevas necesidades de una sociedad secularizada pero en la que la religión sigue siendo algo importante para mucha gente. Sin síndromes de nido vacío. Señaló que en nuestras sociedades plurales las instituciones deben especializarse en aquello que les es propio y, que nuestros retos, no podían ser todos, sino que deberían centrarse en lo que nos es específico. Os comento algunos de ellos:
- Necesitamos crear espacios en los que la gente pueda convertirse. Espacios públicos cotidianos en los que se pueda vivir el cristianismo. Las Iglesias están muertas. No hay creatividad.
- Anuncio del gozo de ser creyente. Recuperar la alegría y el gozo de la creencia. La fe se contagia no se enseña, no se transmite por nociones y conceptos. Hay que generar espacios en los que la gente pueda contagiarse, en los que se pueda compartir una espiritualidad viva no sosa.
La experiencia religiosa es importante y hay que dar esa experiencia vital a los jóvenes, la experiencia de que la gente está habitada por algo. Debemos intentar estilos de vida bienaventurados. Vivir de tal manera que se hagan la pregunta y exclamen ¡Mirad como viven!. El testimonio vivo es esencial
- Debemos educar personalmente lo moral. La educación moral debe ser un reto central en las familias, en los colegios, en la comunidades. La educación moral se nutre de tradiciones muy fuertes y de la vida. Para ello hay que volver a unificar las esferas de lo íntimo, lo privado y lo público que se encuentran muy desgajadas en la sociedad actual. Poca gente cultiva lo interior, lo íntimo. Mucha gente se siente encantada en el ámbito de los grupos privados en los que se siente acogido y querido. Poca gente apuesta por lo público. Si cultiváramos la dimensión interior descubriremos que no podemos dejar de intervenir en lo público, en ser testimonio.
- Construir comunidades vivas que ayuden a la construcción moral… Hay millones de grupos para hacer cosas, de escalada, de cine… pero no hay comunidades morales
- Debemos propiciar las iniciativas ciudadanas de promoción social
- Favorecer la deliberación moral, hay que hacer ética aplicada y deliberar y dialogar para construirla. Los grandes problemas de la sociedad no se resuelven por mayorías políticas ni por la verdad de unos u otros. Requieren diálogo y deliberación.
- Hay que crear espacios de encuentro y de diálogo con los no creyente y con los que crean opinión, tender puentes… algún grupo de laicos, pequeño, debería decirle lo que Pablo le dijo a Pedro, debería pelear en el ámbito intra-eclesial.
- Hay que favorecer el diálogo interreligioso e intercultural porque esa es la nueva sociedad en la que hay que ser cristiano.
La primera parte de la tarde, otro brote de aire fresco y renovación. Como en años anteriores varias personas presentaron su experiencia de compromiso desde su movimiento. Cristina, que ha sido presidenta de PX durante algunos años, nos contó su experiencia como miembro de un sindicato y las dificultades encontradas. Preciosa, profunda e interpeladota, para todos los que estábamos allí, fue el testimonio de Julia, de su compromiso con la profesión médica y de su evolución, de su equilibrio familiar y profesional. Lo transmitió como es Julia, con sencillez transmitiendo vida y compartiendo y haciendo llegar un auténtico sentido espiritual en sus palabras y gestos. Impresionante.
Antonia, una mujer jubilada, llena de vida y energía, que ha trabajado toda su vida en la enseñanza y nos transmitió su compromiso con las mujeres de Vallecas antes y con las mujeres de Manacor en la actualidad. Viva, comprometida heterodoxa pero llena de ilusión y de futuro. El último, Fernando, un chico joven, muy joven de 31 años, cristiano y del PSOE, con el compromiso claro y decidido de tender puentes entre ambas realidades, la del partido socialista y la de los cristianos. Recibiendo bofetadas por ambos lados. Sintiéndose bicho raro en el ámbito eclesial en el que las estructuras institucionales lo ponen en entredicho y en el partido socialista en el que los puentes no son hoy fáciles de crear.
Todos los testimonios, cercanos, de personas como nosotros –bueno algunos de ellos más jóvenes, bastante más- , con un lenguaje tan cercano tan fácil de sentirlo propio que es como si toda la vida los hubieras conocido y hubieras pertenecido al mismo movimiento.
Luego, Carmen, Luis, Ángel y yo nos volvimos. Dejamos allí a Julia y Patrici; pero echamos de menos no compartir el trabajo en grupos profesionales ni la Eucaristía. Otro año será.
No está todo lo que allí vivimos ni lo que escuchamos pero espero al menos contagiaros parte de nuestra alegría por haber ido …
TESTIMONIO DESDE EL COMPROMISO PROFESIONAL
Julia Navarro
Creo que la profesión ha configurado mi vida entera. El hecho de decir que soy médico, o mejor médica, o mucho mejor, metgessa, y no que” trabajo de…” es mucho más que cuestión de palabras. Me identifica. Porque mi profesión, como toda pasión, tira de mí y me intenta atrapar mientras yo lucho por domesticarla y ubicarla en mi vida.
Desde ahí me atrevo a tratar de entender y transmitir mi vivencia de la profesión como una historia de tensión, retos y aprendizajes.
Y es que esta profesión no es sólo una actividad apasionante sino también peligrosa. En una forma de estar en el mundo al lado de las personas que sufren. Lo peligroso es cómo situarse ahí. Porque he aprendido por propia experiencia que se puede estar al lado del sufrimiento desde el poder (y ese es el peligro), con la vana ilusión de combatirlo sin ser afectada por ese sufrimiento, con la pretensión de superioridad de quien cree tener la clave de las decisiones y los juicios. Y yo he estado en esa perspectiva que es la que nos enseñan, que a veces sale todavía por los resquicios del miedo a sufrir, revestido de paternalismo. Y muchos de mis colegas siguen instalados en ella, como si no hubiera ocurrido una profunda transformación en los fines de la medicina, en quién es el centro de nuestra actividad profesional, en los límites que debe tener la tecnología… Y al ser consciente de esa situación, surge el compromiso profesional. A nivel individual, empeñándose en que el paciente, la persona, sea el centro, en la actividad diaria; recordando que cuando se parte de la asimetría de conocimiento en que el profesional es el experto, la simetría moral no se da por supuesta, y por tanto, revisando cada día cómo de respetuosa es nuestra relación con cada persona que se pone en nuestras manos. Para esto hay que aprender herramientas de comunicación que nadie nos enseñó y que son tan necesarias para realizar nuestra actividad como acompañamiento, y mantener un hábito reflexivo que nos conecte con el mundo de los valores que fundamentan la dignidad de todos los seres humanos.
A nivel estructural se me plantea como necesario contribuir a crear una cultura de humanización de la asistencia sanitaria. No es posible dentro del complejo mundo de la sanidad pública (y tampoco el de la privada) pensar que una buena actitud individual basta para que las cosas cambien. Hay otros profesionales, cristianos o no, que comparten la misma inquietud, que no están dispuestos a sucumbir al fatalismo, a la desesperación o a la desmovilización. En mi caso los he encontrado en el mundo de los Cuidados Paliativos y en el de la bioética. Se trata de participar en instituciones de la sociedad civil promotoras de cambio, generando reflexión, debate, influencia en la administración, participando en la formación de los profesionales…En ese campo me muevo ahora, por lo que hice la opción de dejar mi actividad como voluntaria en Médicos Sin Fronteras, alejándome de otro aspecto de mi compromiso, llena de dudas y vacilaciones ante la sensación de incompatibilidad en la dedicación.
Pero también está la estructura concreta en la que trabajamos. Y en ella los obstáculos ponen a prueba la esperanza. Desde la incompetencia, la rutina, la gente burn-out, hasta las reivindicaciones colectivas que se limitan al estatus profesional o salarial, sin una visión de conjunto de la situación global. El reto está en convivir con ello, teniendo en cuenta a las personas, distinguiendo entre el respeto a esas personas y la complicidad con la mala praxis o la mala gestión. Y frente a la tentación de huir, de limitarse a cumplir, de quedarse en la crítica destructiva, de creer que estoy “con los puros”, el esfuerzo por afrontar cada día con la ilusión de propiciar encuentros creativos, sembrar inquietudes de mejora, ver nuestra tarea como un gran privilegio, mirar lo cotidiano con perspectiva global. Y también, ir visualizando la jubilación, no como final de una profesión, sino como otra manera de seguir siendo metgessa: ir dibujando proyectos y sueños, también compartidos, si Dios nos da salud para llevarlos a cabo.
Nada de esto es para mí posible sin la fe y el seguimiento de Jesús. Porque mi profesión es el lugar privilegiado que Dios me ofrece para estar al lado de la gente más vulnerable: la que Él puso en primer lugar, la que es bienaventurada. De todas esas personas he recibido lecciones de dignidad, de resistencia, de confianza. En ellas busco y encuentro el rostro de Jesús y la cercanía del Padre. Mi ser cristiana está fuertemente ligada a la experiencia de “sanadora herida”: acompañar al que sufre desde la propia limitación, con la confianza en que de algún modo puedo ser instrumento de la paz de Dios.
Pero ese seguimiento hay que actualizarlo y revisarlo con otros: “no hay vida cristiana sin comunidad”. Y ahí estáis vosotros: esa gente a la que no hay que explicarle todo desde el principio, porque compartimos la misma experiencia, porque hemos recibido y acogido el don de conocer a Jesús, porque queremos seguirle guiados por su Espíritu, porque sentimos la necesidad de compartir con el mundo que Dios es Padre-Madre y nos perdona. El grupo de RdV (pequeña Iglesia doméstica) es el medio para que no nos prediquemos a nosotros mismos; esos encuentros nocturnos, cargados con el cansancio del día a día, donde escuchamos a los otros, reflexionamos y rezamos, nos lanzan de nuevo al mundo, al día siguiente con confianza renovada.
¿Y qué pasa con mi vida familiar? Aquí la tensión surge porque no es fácil convivir con alguien que trae cada día puesto el dolor de los otros, cargada con la magnitud de la tarea y con la conciencia de la propia limitación, tanto si se expresa explícitamente como si se oculta en gestos o actitudes de distanciamiento, evasión o impotencia. No es fácil encontrarte con alguien que llega a casa cansada de escuchar penas. En familia, las incongruencias al desnudo. El reto es encontrar el equilibrio en la distribución del tiempo compartido, llenándolo de calidez y agradecimiento; es saber cómo compartir la preocupación, sin acaparar la atención asumiendo un protagonismo injusto, sin romper la confidencia de los pacientes que confían aspectos tan íntimos de su vida. Es trasmitir que el dolor que veo cada día me hiere y me hace vulnerable, y que no es necesario aparentar una invulnerabilidad que no poseo. Es ser capaz de disfrutar intensamente de estar juntos, de los paisajes que nos unen, la música cantada a coro, reír con el humor que recuerda a los abuelos ya ausentes… El aprendizaje es, que desde el amor gratuito, cargado de comprensión y paciencia, es posible unificar la vida propia, no hacer en ella compartimentos estancos, y que en este proceso se recibe mucho más de lo que se da. Puedo testimoniar que recibo de mi familia el regalo de la aceptación incondicional de mi manera peculiar de ser mujer, profesional, compañera y madre, y que gracias a esa aceptación puedo seguir avanzando profesionalmente con esperanza, entre contradicciones y oportunidades.
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