Maria Iborra
Leo con cierto estupor algunas noticias recientes y no puedo dejar de compartir con vosotros algunas reflexiones.
Quizás sea la edad ya más cercana a los 50 que a los 40 y que esa madurez que dan los años y la experiencia me haga más cercana a la situación que viven otros, a su cansancio, a su debilidad. Quizás, me haya hecho sentirme responsable el releer el magnifico texto de Federico Mayor Zaragoza publicado hace casi 10 años que expresaba una situación tan similar a la que hoy siento yo. Mayor Zaragoza, recordando a Pedro Salinas en su poesía La voz a ti debida, nos instaba a que nuestra voz sea ‘voz nunca servidora’… y constante: ‘Cuando el hombre cansado… se para / traiciona al mundo, / porque ceja en el deber supremo, que es seguir’. Voz debida a los sin voz. Voz de los que saben, de los libres. Voz de los que tienen el arrojo de hablar, de actuar como ciudadanos plenos. Voz para disentir, para asentir. Para que cambien tantas cosas que es urgente que cambien…
Hoy, en ese empeño de ser voz, quisiera llamar la atención sobre algunas situaciones que acompañan a los parados de larga duración. Una situación que no tendría que darse, que podríamos evitar y que debilita, si cabe aun más, a los especialmente vulnerables, a los débiles, a los que algunas mañanas ya no les queda casi nada, solo su orgullo y dignidad personal y hasta eso, hoy, se lo quitamos.
La situación me ha dejado perpleja durante unos días. El hecho en sí ha aparecido recogido en casi todos los medios de comunicación pero ha pasado como un hecho de segunda categoría, sin relevancia. Se admite desde Sanidad que unos 40000 parados de larga duración podrían tener bloqueada su tarjeta sanitaria. Señala el responsable de sanidad que esta situación ha sido fruto «del incremento de personas en paro que han perdido la prestación» y no pueden acudir a alternativas, como ser beneficiarios de otros titulares o acreditarse como persona sin recursos.
Se trata, por tanto, de uno más de los miles de problemas burocráticos que hay que solucionar; no pasa nada, ya está. Usted era un ciudadano; hasta hace unos años con empleo; quizás ha cotizado largo y tendido durante toda su vida laboral. Pero usted, ahora, ya no es un ciudadano como los demás, ya no tiene derecho a su cartilla de siempre, esa que usted creía que era para toda la vida. Si quiere mantenerla, debe acreditar que no tiene recursos, que además de parado, es pobre.
Y yo no puedo dejar de pensar en la humillación que debe sentir ese parado de larga duración; el día, en que después de seguir otro día más, tras más de 700 días sin encontrar trabajo; el día, en que encima debe acudir al centro correspondiente a acreditarse como una persona sin recursos. Da igual lo que haya trabajado en sus días del pasado, da igual el tiempo que lleve cotizando. ¿Es este un país que se vanagloria de su sanidad universal? ¿Es eso lo que entendíamos algunos ciudadanos? Que ser ciudadano, al menos de este país del mundo, te daba derecho al acceso a la sanidad sin más, sin bajar la cabeza, sin decir, lo siento, estoy en paro, llevo más de dos años sin encontrar trabajo y encima, mire usted, le cuesto dinero porque me he puesto enfermo. Es necesario hacer pasar por esto.
La respuesta desde sanidad ha sido formal. La nueva Ley que entra en vigor en enero lo solucionará. Pero éste, desde mi perspectiva, no es solo un problema legal de recibir o no la atención sanitaria; es un problema de actitud ante el que es más vulnerable, ante el que además de estar en paro está enfermo o puede estarlo. Esta actitud ante el que es y se siente vulnerable durante la crisis sí que es nuestra responsabilidad; no todo es imposible en esta crisis, no todas las bofetadas tiene que ser dadas, no todo se tiene que dejar sin denunciar, sin cambiar. Se pueden proponer actitudes distintas. Actitudes que acompañen, que ayuden, que fortalezcan, al que es más débil hoy; nosotros tenemos que estar ahí y ser apoyo de aquellos que se sienten más expuestos al frio de esta crisis.