La sal de la tierra

“…Descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de entre los muertos…”

Ninguna estética justificaría tomar y exhibir estas imágenes. El horror de los cuerpos amontonados, la aparente banalización del valor de la vida y la muerte humanas, la profunda veneración con que se preparan otros cuerpos para depositarlos dignamente en la tierra en que murieron, la brutalidad que no se ve, pero que está presente…mi sensibilidad queda herida, pero también mi espíritu. Siento que se pone en entredicho mi fe, pero también que peligra mi esperanza.

Entiendo que no hubiera lugar para el diálogo, para agradecer a Javi su presentación, tan siquiera para hacer juntos una oración desde el enfado, la perplejidad, la tristeza, la rebeldía…nos despedimos, y nos fuimos, cada uno con su propio sentimiento, con su propio silencio y turbación.

Me parece que, tras esta experiencia, la lectura de Laudado Si’, puede ayudarnos mucho en este trabajo constante de formación de nuestra conciencia, de purificación de nuestras actitudes, de acercamiento al espíritu del Evangelio y de compromiso con esa nueva presencia de la Iglesia en el mundo, al lado de los cristianos de otras procedencias y de todas las personas de buena voluntad.

Al día siguiente comenzaba el Adviento. Las lecturas invitaban a la esperanza. Y las imágenes de la película estaban ahí presentes en toda la liturgia del domingo. En cada Eucaristía estamos contemplando, adorando a un Dios crucificado. Tenemos ante nuestros ojos un cuerpo herido, un rostro sufriente, un grito de abandono. Una imagen repetidamente plasmada como obra de arte a través de los tiempos. ¿No es pues Jesús, el que sigue estando en todos esos seres humanos sometidos a otras cruces como la suya? ¿Por qué entonces no dejamos que esos seres humanos tan reales, y tantos otros que han corrido la misma suerte a lo largo de la historia, formen parte de nuestra experiencia de fe? ¿Por qué no podemos mirarlos con reverencia, viendo en ellos el rostro compasivo de Dios, dando gracias porque pongan en juego nuestra actitud ante la vida y nos inviten a cambiar para poder acoger a ese Dios que se encarna, nace, vive, muere y resucita por todos? ¿No son el cambio, la vigilancia, la preparación, las actitudes del Adviento?

Hagamos ahora una oración para emprender el camino del Adviento. Sintamos cada día en el momento de rezar que estamos recorriendo en comunidad ese camino. El día 20 celebraremos juntos el 4º domingo y podremos aunar nuestra reflexión y nuestra plegaria…

Julia.

salgado