EN MEMORIA DE DON SANTIAGO GARCÍA ARACIL, ARZOBISPO EMÉRITO DE MÉRIDA-BADAJOZ, AMIGO ENTRAÑABLE.
J.J. Garrido
Colegial perpetuo del Patriarca
Como decía Santo Tomás, la amistad es una cierta caridad consistente en procurar desinteresadamente el bien de otro y en sentir como propias sus alegrías y penas, sus éxitos y sus fracasos, sus problemas y dificultades. Consiste en una comunión de personas en la que se estiman los bienes y males de uno y otro como bienes y males propios de cada uno. No es fácil gozar del tesoro de una amistad verdadera; pero ésta existe. Es verdad que todos nosotros, en mayor o en menor medida hemos experimentado la tristeza y la decepción al ver que alguien que considerabas amigo te daba la espalda cuando ya no podía sacar nada de ti o dejaba de frecuentarte porque consideraba que ello, por los motivos que fueran, podía entorpecer sus proyectos. Pero seguramente también todos hemos experimentado la alegría, que compensa sobradamente las decepciones, al ver que algunos, no muchos, es verdad, han permanecido fieles y no nos han dejado de lado sino que nos han echado una mano y han estado con nosotros en cualquier clase de situación, y ello aunque pudiera causarles algún inconveniente. Y puedo afirmar, en lo que a mi se refiere, que Don Santiago está entre estos últimos. Me ofreció su amistad y nunca me ha defraudado. En los momentos difíciles siempre lo he tenido a mi lado, aunque estuviera físicamente lejos, y nunca me ha retirado su confianza. Cuando le he pedido ayuda en algún asunto, la he tenido. Ha procurado mi bien en no pocas ocasiones, y siempre lo ha hecho con tacto y delicadeza, como lo hacen los amigos, sin pedir nada a cambio. Personalmente tengo sobrado motivos para estarle agradecido. Y como yo hay otras muchas personas que han gozado de la amistad de Don Santiago.
Conocí a Don Santiago por el año 62 del siglo pasado, cuando al comenzar los estudios de Filosofía en el Seminario de Valencia me integré en el equipo de bibliotecarios del que Don Santiago era el responsable. Durante un año trabajamos juntos poniendo orden y catalogando aquella biblioteca, que a mi me parecía inmensa. Años más tarde, siendo ya sacerdote, director del Colegio Mayor San Juan de Ribera y profesor de Facultad de Teología, se me encomendó la pastoral universitaria, que era un secretariado de la Delegación pastoral seglar, cuyo delegado era Don Santiago. La colaboración se hizo entonces más estrecha. Eran los momentos difíciles de la Transición política y del post-concilio. La política lo invadía todo. Teníamos la sensación de que era inevitable comenzar de cero y replantear ex novo la acción pastoral y la evangelización. En unos pocos años la España católica (el nacional-catolicismo) se vino abajo y había que pensar en nuevos modos de presencia y de acción de la Iglesia en una sociedad cada vez más secular. Como es sabido, muchas organizaciones de la Iglesia y no pocos movimientos especializados de la Acción Católica desaparecieron por entonces o quedaron reducido a algo testimonial. Fueron tiempos complicados e inciertos en los que no era fácil orientarse ni encontrar los caminos adecuados. Pero eran también tiempos ilusionantes y esperanzadores, pues nos brindaban la oportunidad de colaborar con nuestro trabajo en la tarea de renovación de la Iglesia según las orientaciones de la Concilio Vaticano II. La presencia de Don Santiago en la Delegación de Pastoral Seglar hizo posible, con su prudencia e inteligencia, una renovación sin rupturas de los planteamientos pastorales y de evangelización, y la revitalización de la JEC. Y fruto de todo ello fue la creación en Valencia del Movimiento de Graduados (o Profesionales) de Acción Católica. Don Santiago me asoció a sus actividades encargándome retiros y ejercicios espirituales y charlas formativas. Y, cuando fue nombrado obispo auxiliar de Valencia, me pidió que le sustituyera como consiliario de este Movimiento, algo que acepté muy gustoso y que interpreté como un gesto de confianza hacia mi persona y de amistad. Y de esto van ya más de 30 años.
En el Movimiento de Graduados está muy viva la huella de Don Santiago. Lo estructuró tan bien que no ha sido necesario innovar casi nada. A las reuniones de equipo, según la metodología de ver, juzgar y actuar, y a las celebraciones litúrgicas y retiros, añadió algo muy revelador de su talante pastoral: los Seminario de Formación. Don Santiago ha tenido siempre muy claro que en lo que llamamos “nueva evangelización” no eran suficientes la buena voluntad y el entusiasmo, sino que era imprescindible acudir también a la mediación del pensamiento. Es ineludible siempre conocer mejor la fe que profesamos y que queremos trasmitir; es necesario comprender las idees y valores del mundo en que vivimos y sus realizaciones culturales para descubrir las aspiraciones más profundas de los hombres y poder así establecer un punto de encuentro que haga inteligible el mensaje cristiano. Es cada vez más urgente elaborar una sabiduría cristiana que permita unificar nuestras vidas y dar sentido a nuestros trabajos y compromisos. De ahí la necesaria mediación del pensamiento para seguir siendo cristianos y poder dar razón de nuestra esperanza a nuestros contemporáneos. Don Santiago captó con lucidez este problema y por ello estableció como actividad fundamental para los Graduados los Seminarios de Formación. Y seguimos siendo constantes en ello. A lo largo de más de treinta años hemos reflexionado en común sobre temas importantes concernientes a la fe y a la cultura, como por ejemplo: la esperanza cristiana y las esperanzas humanas, las antropologías vigentes en nuestra sociedad, la Iglesia y el mundo, el Sermón de la montaña, el Padre Nuestro, la increencia y la evangelización, la doctrina social de la Iglesia, el pluralismo cultural y la solidaridad, cuestiones de ética aplicada, cristianismo y religiones, cristianismo y problemas socioeconómicos, la trasmisión de la fe, inmigración y extranjería, testigos cristianos del siglo XX, Teología de la creación y ecología, arte y evangelización y un largo etcétera. En el año 2002 decidimos recopilar parte del material de estos Seminarios y publicarlos. Nos salió un respetable volumen que titulamos 20 años de Seminarios de Formación.
Al poco de ser nombrado obispo, Don Santiago tuvo la feliz iniciativa de organizar unos encuentros sobre fe y cultura en los que participábamos algunos sacerdotes, el obispo de Tortosa, Don Ricardo Carles, más tarde cardenal-arzobispo de Barcelona, el obispo Rafael Sanus, y seglares comprometidos en las tareas de evangelización de Valencia y de Barcelona, profesores de universidad y gentes de estudio. Nos autodenominamos Grupo de Tortosa, pues fue en esa ciudad, a mitad camino entre Valencia y Barcelona, donde tuvieron lugar las primeras reuniones. Cuatro o cinco veces al año dedicábamos un fin de semana a convivir, reflexionar y dialogar, en un lugar tranquilo que fuera favorable para ello. Se dialogaba de verdad y desde la verdad. Es cierto que siempre se dialoga desde las propias ideas y creencias, y con el convencimiento de que se tiene algo que decir, pero también lo es que todo dialogante ha de estar dispuesto a escuchar, a dejarse decir algo por el otro. El diálogo es búsqueda compartida de la verdad o no es nada; pero esa mutua palabra y mutua escucha se basa en el respeto al otro, en el reconocimiento de su competencia para hablar y en su capacidad de decir la verdad. En los encuentros de Tortosa dialogábamos sobre todo y sin fronteras, por eso fueron tan enriquecedores. Como ya he señalado, surgieron a iniciativa de Don Santiago ya obispo, y una iniciativa de esta naturaleza solo podía venir de una menta abierta y convencida del valor del diálogo. Don Santiago no faltó nunca a la cita de estos encuentros ni siquiera cuando fue nombrado obispo de Jaén. Desgraciadamente hace ya algunos años que dejaron de celebrarse y somos muchos los que todavía los echamos a faltar, pues cada vez hay menos espacios humanos para la reflexión serena y el intercambio de ideas y experiencias.
Cuando en 1981 ingresé en el Colegio del Patriarca como Colegial Perpetuo, Don Santiago ya estaba allí como capellán desde hacía varios años. Era el responsable de la liturgia y maestro de ceremonias en las grandes festividades, como la Octava del Corpus o la Fiesta de San Juan de Ribera. Los ensayos eran necesarios, pues son celebraciones complejas, especialmente la de la Octava, con la procesión del Santísimo por el bello claustro renacentista del Colegio. San Juan de Ribera fue un arzobispo muy preocupado por la dignidad del culto y puso todo su empeño en que la Capilla del Colegio fuera un modelo a imitar por otras Iglesias. Como hombre minucioso que era, dejó escrito en las Constituciones de la Capilla cómo había que celebrar, tanto en lo referente a las disposiciones del ministro como en lo que toca al culto en sí mismo. En el Colegio se ha tenido siempre muy en cuenta a lo largo de los siglos las disposiciones de su santo Fundador, y se han cumplido en la medida de lo posible. Esto, obviamente, requiere ensayos, largos ensayos. Con Don Santiago estas celebraciones salían perfectas; gracias a su tenacidad y buen gusto, las ceremonias ensayadas resultaban en el altar como lo más natural y espontáneo del mundo. Recuerdo además que los domingos celebraba la misa de las 17:30 horas de la tarde y que, a pesar de la hora, la Capilla del Colegio se llenaba a rebosar de jóvenes deseosos de escuchar sus homilías; su lenguaje y las ideas que por su medio se expresaban, conectaban con facilidad con su auditorio. De ello soy testigo.
El 28 de diciembre pasado, un día después de haber celebrado con sus condiscípulos el 34 aniversario de su ordenación episcopal, Don Santiago fue inesperadamente llamado a la casa del Padre. Terminó así su peregrinación por este mundo y sus muchos años de pastoral fecunda, de predicación del evangelio y de edificación de la Iglesia en Valencia, Jaén y Mérida-Badajoz. Deja atrás de sí muchas “obras bien hechas”, manifestación de su profunda fe cristiana y de su hondo talante humano e intelectual, y un gran número de amigos de toda clase y condición, seglares y sacerdotes, que le llevarán en su corazón agradeciéndole siempre los bienes que por medio de él han recibido. San Pablo escribe en la Carta a los Romanos: En la vida y en la muerte somos del Señor. Don Santiago, después de una larga vida en este mundo “siendo del señor”, ahora, después de su muerte, ha comenzado a serlo para siempre, eternamente, y a gozar de la paz y de la gloria de mismo Dios: de Dios Padre que lo creó a su imagen y semejanza, de Dios Hijo que lo redimió con la entrega de su vida hasta la muerte en la cruz y lo asoció a su Sacerdocio y de Dios Espíritu Santo que lo santificó con su gracia.
Descanse en paz Don Santiago y hasta siempre.